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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Un nacimiento renacentista que en Murcia no se ha sabido ver

"La adoración de los pastores" (detalle). Obra atribuida a Jerónimo Quijano 'el Montañés', en la capilla de Junterón

Antonio Martínez Cerezo

Murcia —

Hay en Murcia un Nacimiento renacentista de excepcional belleza que en Murcia no se ha sabido ver, valorar y promocionar como joya del arte universal. «La adoración de los Pastores». Bajorrelieve en mármol blanco centrado sobre el altar frontal de la capilla de Junterón, en la Santa Iglesia Catedral. En verdad, es obra fácil de localizar pero muy difícil de admirar porque una puerta de hierro impide el acceso a la capilla donde entre luces y sombras apenas si luce al fondo. Lo que ayuda muy poco al visitante del templo catedralicio, local o foráneo, a contemplarla con arrobo y a llevársela impresa para siempre en la memoria.

Sirva de aviso. Pero no de escusa. Porque de lo que se trata no es verla con los ojos de la cara, sino con los ojos del alma. Que todos tenemos y de los que tan poco uso hacemos. En los ya lejanos tiempos de mi juventud, allá por los sesenta, tuve oportunidad de contemplarla y dibujarla de cerca, a un palmo de distancia. Y desde entonces, tantos años después, mi emoción aún perdura.

Representa el Nacimiento. Sin más. Una estampa de la Natividad reducida a su máxima esencialidad. Grave, severa, grácil, desnuda, elemental, armoniosa, ora apenas esbozada, ora rigurosamente acabada, firme en extremo y sin artificios vanos ni detalles prescindibles. Una obra, en fin, ni artificiosa ni pretenciosa. Sencilla como un aire, fresca como un agua... Y sin anacronismos.

Todo lo cual ha operado en contra de la popularización de tan excelsa obra maestra, que lleva instalada en su recapilla va para quinientos años. Porque en Murcia, tan dada a la hipérbole, el belén de Salzillo es capa que todo lo tapa. Lo que impide percibir otras representaciones belenísticas. Previas. Y muy sustantivas. Como la aquí glosada. «La adoración de los magos» (

Que el bajorrelieve sea suyo (de su ingenio y mano) o importado de Italia (del entorno de Miguel Ángel) es a efectos plásticos lo de menos. Lo que importa valorar es la armonía de la obra en sí, su disposición en dos placas, la composición, el ritmo, el ambarino grano, la exquisita labra (a veces, próxima al medio bulto), el motivo... Y, sobre todo, la singularidad representativa (paternitas) que revela la figura de San José, próximo al Niño, pendiente del Niño, cuidando al Niño. Al que falta, por cierto, el pulgar de la mano derecha. Como prueba la foto (la mejor que conozco) realizada por Ana Bernal a requerimiento mío, interpretando con arte y soltura mis pautas. Lo que infinitamente le agradezco.

Dos paneles conforman el mural. El superior (celestial) y el inferior (terrenal). Arriba, los ángeles, flotando en sus nubes. Abajo, dos escenas consecuentes, sucesivas. A derecha, los pastores; que acuden a adorar al Niño. Un pastor apoyado en una vasta rama de árbol. El bastón o cayado. Una cabeza (con casco, quizá de soldado) que hacia éste se vuelve. Y un arrobado pastorcillo, joven, de hinojos. Y a izquierda, la idea nuclear, el imán de emociones, la magnética zona, maravilla de las maravillas del conjunto. María, con los brazos cruzados sobre el pecho, en admiración. San José, sosteniendo con su diestra mano la sábana del Niño. Y el Niño, privado del pulgar de la mano derecha por accidente o robo. Qué pena.

No es preciso ser muy imaginativo para percibir la genialidad del enfoque, su originalidad, su singularidad. En las representaciones navideñas al uso el acento de los artistas (dibujantes, pintores, escultores, fresquistas, grabadores...) se centra en la figura de la Madre y el Niño, unidos por la cuna, con San José más bien esquinado, avejentado, escamado, receloso... Aquí, en cambio, José no es lo accesorio. Es lo capital. Tan padre José como madre es María. La Sagrada Familia en esencia, presencia y potencia. Una de las más singulares y hermosas Sagradas Familias que el arte universal ha alcanzado.

Tan acallada joya escultórica destila mucha enseñanza. Arte grande. Arte clásico. Arte excelso. Arte inspirador. A los Salzillo, padre e hijo, que anduvieron por la catedral en busca de lección y ejemplo no es concebible que esta obra les pasara desapercibida. La delicada belleza del rostro de María, el refinado contorno de su faz de cera, las manos en cruz sobre el pecho, en adoración... Cuántas sugerencias no habrá trasmitido esta inconmensurable estampa de la madre de las madres a los artistas que a ella se acercaron a verla con los ojos de la cara. Sí. Pero también con los ojos del alma, que son siempre los de arte.

La arrobada rotundidad del rostro de San José, la pétrea cabeza, la firme apostura, el ensortijado cabello, la trenzada barba, los enamorados ojos, la boca entreabierta, la simpática dentadura blanca, su marmórea luminosidad.

El Niño, tendido en la sábana en cuyo extremo derecho inferior asoma la primorosa forma de la cunita seguramente improvisada por el padre, carpintero, al asumir su inmediata llegada como un don del cielo. El Niño con cuerpo próximo al medio bulto, tan salado, tan rico, fruto de la general admiración de los mayores.

Sobre el grado de fe religiosa que cada cual tenga, o no, lo que importa resaltar aquí de esta obra renacentista de tan excepcional belleza es que ya va siendo hora de que se empiece a ver con los ojos del alma. Y a valorarla como pieza de una originalidad extrema. El artista, fuera quien fuera, no quiso representar un belén al uso. Un nacimiento más. Un estereotipo. Lo que el inspirado artista quiso hacer (e hizo) fue una magna obra de arte que rompe con los cánones de lo usual, una obra en la que José centra la escena, compartiendo el papel principal con María y con el Niño. Como buen cabeza de familia.

Felicitar la Navidad con esta imagen desde Murcia al mundo es un reto pendiente que ojalá cuente pronto con muchos seguidores.

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