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Sobre este blog

Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¡Aquellas chiquilladas!

Pablo García de Vicuña

Cada vez es más frecuente, al menos para quienes peinamos canas hace años, recordar nuestros sucesos de juventud con esa nostalgia creciente que nos rodea de buenos recuerdos y aísla las malas experiencias. En reuniones cincuentonas, siempre aparece alguien que recupera del olvido escolar a la Señorita Pilar, que solo se diferenciaba de tu madre por el color de la bata, o a Don Domingo, quien suplía sus carencias profesionales con la vara, su bigote irreproducible y ese tratamiento de Vd. que nunca entendimos. Suele ser habitual también en estos “revivals” ese suspirito estilo “¡Qué tiempos aquellos!” que, tras un silencio general, invita a iniciar conversaciones más actuales.  En ocasiones, las menos, hay quien recuerda alguna anécdota relacionada con trastadas de compañeros/as, o a Miguelito y a Begoña que eran los más “guays” o los más pelotas. Prácticamente nadie menciona esa mala experiencia, aquella larga temporada de miedos y noches sin dormir que suponían ciertas chiquilladas.

Y es que no podía ser de otra manera. Cuando veíamos en las aulas ciertas actitudes de algunos/as “compas” con otras/os, sólo cabían dos opciones: participar de la chanza y aumentar la sensación de ridículo que  la víctima iba adquiriendo en su soledad o alejarse de esos actos, guardando siempre la imagen de alguien independiente. La tercera posibilidad, la más valiente, la de ayudar a la víctima y enfrentarse con los/as acosadoras/es, esa sólo estaba,  por desgracia, al alcance de héroes maduros.

Tampoco el ambiente escolar y familiar ayudaban. Profesorado, padres y madres solían minimizar el alcance de los actos violentos, con un simple comentario: “Son chiquilladas, niñerías a las que no deben darse más importancia. Todos/as hemos pasado por ellas y aquí estamos”.  En ocasiones, las menos, la víctima podía encontrarse con una empeoramiento de su situación, al ser tachada de melindrosa por no saber enfrentarse a tales situaciones. Y esto zanjaba cualquier tímido intento de cambiar el estado de las cosas. A partir de ese momento, solo cabía el espeso silencio y las lágrimas como compañeros para la víctima acosada.

Esta larga introducción viene a colación por el informe sobre el “bullying” 2015-2016, presentado recientemente por la Consejera de Educación a los medios (Ya veremos si tenemos la ciudadanía de a pie oportunidad de conocerlo en profundidad). Vayamos, por el momento, a la única fuente disponible. Según cuentan, los casos de acoso escolar crecen el doble que el curso anterior, (de 268 a 485), aunque en opinión de la Sra. Uriarte no es consecuencia de un aumento preocupante de la violencia escolar, sino del “crecimiento de la sensibilización de la sociedad ante este delicado tema”.

Sin ánimo de polemizar con la Consejera, que se duplique el número de casos analizados y considerados por la investigación como de acoso real (de 67 a 121) sí debe ser una preocupación para la Consejería, el mundo educativo y las sociedad vasca en general, porque nos está indicando que el tratamiento del problema sigue sin ser el más adecuado, (dado su incremento) a la vez que no  se consigue  poner freno a los casos reconocidos. (La teoría del Departamento de Educación se sostendría si al aumento de casos investigados le correspondiese una disminución de los considerados realmente como acoso, pero esta situación no se da).

Otro dato para la reflexión es el que se aporta sobre el primer agente que detecta este acoso, que sigue siendo la familia. Desde un punto de vista exclusivamente educativo, esta confirmación deja un poso de insatisfacción para el colectivo docente, ya que transmite la impresión de que el tiempo escolar del alumnado (importante, prácticamente un tercio de su jornada diaria) queda relegado a una mera satisfacción de necesidades curriculares y no a las plenamente formativo-personales. Se reafirma el argumento de que lo importante para el alumnado (sus satisfacciones o decepciones) aún transcurriendo en horario lectivo, se produce (se manifiestan) fuera del aula, entre amistades y/o familiares. En contadas ocasiones, la función tutorial consigue convertirse en un espacio de cercanía, de comunicación personal del alumnado. De confirmarse estas impresiones, algo no estamos haciendo bien  en la escuela.

Otro “pero” a la información que citaba el Departamento. Insistía en la importancia del trabajo que desde la Inspección educativa se hace para la reducción del acoso escolar. Su labor –gracias a la experiencia acumulada (¿?)- en el seguimiento del problema, en el acompañamiento y asesoramiento a los centros y  el trabajo que hace en la elaboración de informes para su estudio posterior. ¿Dónde está el mérito? ¿Acaso no es esa una de sus funciones específicas, tal y como tiene recogido en su Protocolo de  prevención y actuación el cuerpo de inspectores e inspectoras? ¿Cabría otra posible actitud de este ente administrativo? Seguro que las buenas prácticas de los trabajadores/as de la Inspección están por encima del reconocimiento explícito por realizar su  trabajo, que es su obligación. Probablemente los compañeros/as de este cuerpo  llevarán mejor la solución de los problemas que plantean a la administración que estas loas mediáticas, traídas al pelo.

Pero volvamos al acoso escolar, una lacra que emponzoña las relaciones sociales en la escuela, que genera traumas a un alumnado que se siente marginado, a un profesorado indefenso y  a unos equipos directivos, que se mueven entre la vergüenza y la incomodidad a la hora de hacer frente a tales situaciones. Save the Childen publicó el año pasado un informe, “Yo a eso no juego” (Bullying y Ciberbullying en la infancia. Febrero, 2016), realizado a partir de una encuesta nacional realizada a 21.500 menores de edad entre 12 y 16 años en toda España. Los datos obtenidos indicaban claramente que estamos ante un problema que crece y al que la propia sociedad encuentra dificultades para atender: un 9,3% reconocían haber sufrido acoso en los dos últimos meses; un 5,4% se reconocían acosadores/as; la mitad de los encuestados había insultado o dirigido palabras ofensivas y uno de cada tres  había agredido físicamente a otro menor. Los datos son aún más alarmantes si se habla del ciberacoso, principalmente por la rapidez de su divulgación: unos de cada tres niños había sido insultado por Internet o móvil.

Y es que la sociedad, en su conjunto no parece contemplar  la idea de que cuando hablamos de acoso escolar, estamos mencionando la violencia entre iguales ejercida y sufrida por menores de edad. Este condicionante introduce un elemento que genera incertidumbre tanto a la hora de defender a la víctima (“No será para tanto” frase muy oída en estos casos), como al victimario, sobre el que se pretende hacer recaer todo el peso de la ley, como si de un  ser adulto cualquiera se tratase.

De ahí que sea bueno dejarse ayudar por profesionales que estudian este fenómeno con mucho interés. Así surge una pregunta que aún la Consejería no ha respondido. Con las buenas referencias que se tienen del sistema educativo finlandés y la publicitación de algunos programas de éxito, como el Kiva (programa basado en la prevención y actuación contra el acoso en los colegios), por ejemplo, ¿por qué no se han dado pasos para hacerse con tal programa y se espera a comprobar el grado de eficacia en las ikastolas que sí han buscado respuestas en este sistema? ¿No percibe la administración estar ante un problema o es que la red pública no debe pujar por tal servicio?

Mientras esperamos alguna respuesta, el Departamento anuncia por enésima vez que está trabajando en un plan contra el acoso que esperan esté listo antes de final de año; en este ínterin, seguirá dependiendo de la buena voluntad de las y los responsables de Convivencia de los centros  (por cierto, sin horas específicas de dedicación para ello) y de los berritzegunes zonales que pretendan contener el problema. (De otros órganos que podían ayudar, como el Observatorio de Euskadi para la Convivencia Escolar, sin convocar por parte de la Consejería desde 2010, mejor no citar, dado el escaso entusiasmo que la Administración tiene en él).

Por tanto, habrá que seguir confiando en el buen hacer de los y las profesionales educativos,  quienes con tesón continúan trabajando la autoestima, la empatía y las habilidades sociales del alumnado, como  verdaderos diques de contención ante posturas de violencia entre iguales. Queda mucho por hacer y, en este camino por recorrer, todos los agentes educativos debemos saber remar en la misma línea. Las familias, manteniendo, incluso aumentando la comunicación con sus hijos/as, a la hora de prevenir situaciones de aislamiento que, la mayoría de las ocasiones, encierra problemas graves. El profesorado, fortaleciendo sus estrategias de acercamiento al alumnado y viendo en su lugar seres humanos necesitados de una formación integral, no solo curricular.  Y las instituciones, responsables últimas de cuantas medidas de gestión, prevención y solución del acoso, poniendo sobre la mesa un problema que, en esta época “esmarfontiana”, puede adquirir dimensiones escalofriantes.

Los nuevos tiempos requieren medidas nuevas para afrontar los retos. De ahí la necesidad de que los centros escolares estén dotados de profesionales adecuados, con formación específica para llevar a cabo estrategias precisas.

“No me acuerdo bien de todo en aquella época, mi memoria ha borrado algunas cosas, tengo un poco de memoria selectiva. No recuerdo que ningún profesor viniera a hablar conmigo entonces o hablase con el resto de la clase. Sí es verdad que la tutora intentó buscar a la persona que había tirado mis cosas, pero lo gestionó mal porque en realidad me convirtieron en el objetivo de toda la clase”. (Testimonio de Marina, 25 años, recogido en “Yo a eso no juego”)

Nunca más un testimonio similar ni una chiquillada permitida más.

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