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Hacienda sí somos todos

Antón Losada

Ni es un eslogan publicitario, como sostuvo en el juicio la abogacía del Estado en su esforzada tarea de defensa de la infanta Cristina, ni una mera consigna electoral para repetir machaconamente en campaña, ni otra de esas herencias indeseables de la Transición que debamos enterrar urgentemente. El gran salto de modernidad realizado por España durante la década de los ochenta se debe fundamentalmente a que, por primera vez en nuestra historia, gracias a la reforma de Fernández Ordoñez, tuvimos un sistema fiscal que, con todas sus imperfecciones e injusticias, merecía tal nombre.

Buena parte de nuestros problemas actuales tienen que ver con la incapacidad para afrontar la necesidad de seguir construyendo un sistema fiscal verdaderamente capaz de sostener un Estado del Bienestar. Nuestro sistema fiscal ha resultado manifiestamente injusto. Siempre ha beneficiado a los propietarios de riqueza, a las rentas de capital, a los grandes contribuyentes y favorece el fraude y la ocultación fiscal, mientras sangraba y castigaba sin piedad a las rentas del trabajo, a las rentas y el consumo de las clases medias y baja.

Lejos de corregirlo y equilibrarlo las sucesivas reformas han agravado aún más la desigualdad. Invocando la excesiva presión fiscal que sin duda soportan los tramos de ingresos y riqueza medios y bajos los cambios han beneficiado sistemáticamente a los tramos más altos de ingresos y propiedad de la riqueza. En nombre de la sangría fiscal de la clase media, España se ha convertido en un paraíso fiscal para los grandes patrimonios y las grandes empresas y corporaciones.

A lo largo de la última década se ha devuelto ocho veces más renta a los tramos altos que a los tramos bajos. España soporta hoy una de las presiones fiscales medias más bajas de Europa, pero una de las más altas si solo comparamos los impuestos sobre rentas de trabajo. Sin embargo, a pesar de tratarse de un país con escasa tradición de fiscalidad universal, se ha instalado entre nosotros la ficción de que en España se han pagado siempre muchos impuestos y todos los hemos pagado, cuando la realidad ha sido al revés: se han pagado más bien pocos y siempre los han pagado los mismos y demasiadas veces.

Sobre semejante mito se ha construido una especie de “escudo fiscal dialéctico” para ricos donde defraudar está más que justificado por la riqueza y el valor que generan, la voracidad de nuestra Hacienda pública y el carácter confiscatorio de nuestros impuestos. Defraudar no solo constituía un buen negocio, además resultaba justo y necesario.

El Leo Messi a quien se está empezando a juzgar, Tita Cervera y la dura vida de los ricos y famosos, los Botín y su cuenta en Suiza o los patriotas que guardan su dinero en Panamá o en Delaware vienen cortados por un patrón similar. Unos alegan los muchos goles que meten, los colores que defienden y los millones de ingresos que generan. Otros alegan el valor social que aporta ceder unos cuadros, unas colecciones o unos palacios para que los guardemos gratis total. Otros los beneficios indirectos o los puestos de trabajo que crean, cuando no denuncian conspiraciones o persecuciones políticas. Todos tienen una excusa para justificar el fraude y exigir que la ley no rija para ellos y les sea dispensado un trato preferente y privilegiado.

Antes de la crisis siete de cada diez españoles justificaba el fraude. Hoy solo dos de cada diez lo hacen. Seguramente no vamos a tener una mejor oportunidad para institucionalizar de una vez entre nosotros. Es hora de hablar y exigir que se hable de verdad sobre impuestos durante esta campaña electoral.

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