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Independentismo mágico

Un 69 por ciento catalanes y 76 de españoles están de acuerdo con elecciones

Jose A. Pérez Ledo

Cuando se ama o se desea mucho, la realidad puede llegar a convertirse en un estorbo. Les ocurre a los padres de niños feos, incapaces de valorar en su justa medida los escasos dones de sus retoños, y les pasa a los enamorados. También a quienes, de puro patriotismo, se acaban enamorando del terruño donde viven.

Desde el inicio de la crisis catalana, algunos nacionalistas han ido cultivando una suerte de independentismo mágico que, al igual que el movimiento literario del que bebe, trata de dotar de verosimilitud y coherencia las meras fantasías. Lo hacen, como aquellos escritores de boom, porque consideran que lo irreal es la mejor manera de explicar según qué realidades.

Ejemplos, a lo largo de estos años, hemos tenido muchos. El más radical y estrafalario fue el intento de apropiación de grandes figuras históricas como Miguel de Cervantes o Leonardo da Vinci. Quienes abanderan tales ideas se congregan en torno al Institut Nova Història, una fundación cuyos responsables sostienen que la historia de Catalunya ha sido manipulada a lo largo de los siglos por medio de la sustracción, generalmente para España, a veces para otros países, de sus más destacados intelectuales.

En una dimensión mucho menos pintoresca se encuadran los líderes nacionalistas serenos, como Mas y Junqueras, quienes llegaron a afirmar que la independencia no tendría ningún impacto económico, que ningún banco se marcharía y las empresas se pelearían por quedarse. El Gobierno español defendió la postura contraria, y han tenido que pasar dos años para que descubramos cuál de los dos equivocaba sus deseos con la realidad.

Pero el trampantojo más ilusorio fue el mil veces repetido apoyo de la Unión Europea al secesionismo, desenmascarado de mala manera tras el 1-O y, muy especialmente, tras el exilio autoimpuesto de Puigdemont, quien ahora ni una sala de prensa digna puede agenciarse en Bruselas.

Se equivocan, sin embargo, quienes acusan a la mitad de los catalanes de haber sido engañados por las fuerzas independentistas. Porque, ¿acaso se puede ser engañado por la fantasía? Esos catalanes, como cualquiera que voluntariamente se entrega a una ficción, han decidido suspender su credulidad y dejarse arrastrar por el relato, hasta donde sus autores les lleven. No son víctimas de una gran mentira. Son, en todo caso, mártires de la literatura.

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