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Podemos más allá de Vistalegre

Pablo Iglesias se dirige a la Asamblea Ciudadana de Vistalegre II tras se reelegido secretario general de Podemos.

Ruth Toledano

Cuando todo comenzó el sábado en Vistalegre, al dar inicio a la segunda Asamblea Ciudadana de Podemos, las gradas del estadio, abarrotadas de militancia, estallaron en un grito unánime: “¡Unidad! ¡Unidad!”. Era el primer y claro mensaje que las bases lanzaban a las cúpulas de las distintas candidaturas: Un Podemos para Todas (encabezada por Pablo Iglesias), Recuperar la Ilusión (por Íñigo Errejón), Podemos en Movimiento (por Miguel Urban) y Podemos en Equipo (por María José Martínez Lirola). Por razones obvias, era un mensaje dirigido principalmente a las dos primeras, mayoritarias con diferencia.

Dadas, sin embargo, las circunstancias de desunión que habían prologado durante meses la Asamblea, no quedaba claro si esa petición de unidad era más una reclamación a Iglesias y los suyos o un reproche a Errejón y los suyos. Lo que era incontestable es que la petición respondía a los graves problemas que ha acarreado a Podemos la escenificación pública de sus diferencias internas, que desembocaron en la presentación de candidaturas distintas y hasta en la amenaza de Iglesias de quitarse del medio si no salía reelegido como secretario general.

Podemos estaba en una guerra intestina y el sábado las caras de unos y de otras reflejaban una tensión que en algunos era extrema. Estaban descompuestos, en un sentido casi estricto. Había quien, sin que hubiese empezado aún una Asamblea que podría suponer la ruptura del Podemos conocido, lloraba entre bambalinas, abrazada a sus compañeras. Las ojeras no engañaban, y a nadie las sonrisas forzadas. Traición era una palabra dolorosamente repetida por muchos pablistas; depuración era la que entre dientes repetían los errejonistas. Tras las puñaladas de los últimos tiempos, en la pista de Vistalegre todo eran pinchazos de alfiler, que no se aprecian desde las gradas.

Pablo Iglesias se alzó el domingo con el triunfo. En un ejemplo de democracia que ningún otro partido pone en práctica, votaron más de 150.000 inscritos, de los que un 60% lo hizo por su candidatura y por su permanencia en la secretaría general de Podemos. Cuando los resultados fueron anunciados, un estadio en pie repitió la consiga inicial: “¡Unidad! ¡Unidad!”. Consigna que, ante un Errejón cuya capacidad de maniobra se ha visto peligrosamente reducida, ya solo podía ir dirigida a Pablo Iglesias, con objeto de que no lo aparte de la portavocía del Congreso y/o de la Secretaría Política (Monedero ya ha dicho que este es un órgano interno que debe desaparecer y Montero, que no sabe, no contesta, que ya decidirá el Consejo Ciudadano). O acaso no, acaso las gradas solo ratificaban con su grito los votos que han reprobado a Errejón.

La militancia ha renovado su apoyo a Pablo Iglesias, reconociendo así a un líder que se ha dejado la piel en poner a Podemos donde se encuentra: segunda fuerza política en intención de voto. Una militancia que ha sido más leal con él que sus viejos amigos. Pero hay un daño que ya está hecho, una herida que quizá cueste curar. Porque España no es Vistalegre, ni siquiera lo es el portal de participación ciudadana que Podemos tiene democráticamente habilitado, y en el que hay que estar más concienciado que la media para inscribirse y participar. España son las teles, las tertulias, los medios y políticos tóxicos, y España son muchas personas a las que se les escapan los matices programáticos u organizativos entre las distintas candidaturas (matices que, por cierto, tampoco han sabido comunicar). Fuera de Vistalegre, la gente se queda con el final de una batalla de liderazgos avivada por razones personales. Se queda harta de que nadie haya estado a la altura de sus ilusiones políticas. Y eso, fuera de Vistalegre, tiene un precio. Alivia que de aquí a las generales de 2020 haya tiempo de pagarlo y de recuperar el fuelle electoralista, pero no se puede obviar.

De hecho, ahora la tarea prioritaria, e ineludible, de Podemos es cómo resolver esa unidad por la que clamaban las gradas de Vistalegre. Y después, una tarea tanto o más complicada: resolver el desencaje que existe entre lo que la figura de Iglesias provoca entre los militantes y simpatizantes de Podemos, y lo que provoca en el resto de la sociedad, donde se encuentran muchos de sus votantes, incluido el millón perdido de aquellos míticos cinco del principio, que no solo hay que reconquistar si se aspira a gobernar sino aumentar considerablemente. Porque Podemos tiene un problema: el líder que escogen sus bases no gusta ahí afuera. Probablemente sea una injusticia, pero no por ello deja de ser un hecho. Esa clase de hechos que, basados en imponderables (no me cae bien, no lo soporto, no lo aguanto...), son muy difíciles de combatir. He recabado argumentos entre muchas personas que rechazan la figura de Iglesias y apenas han sabido articular unos pocos tópicos (personalista, populista, mesías…).

Pero son tópicos que se han acuñado. Y Podemos tendrá que trabajar duro para contradecirlos con éxito. En primer lugar, escuchando a los círculos, que a través de la candidatura Podemos en Equipo reclamaron en Vistalegre la atención de las cúpulas centralistas (hubo intervenciones que llegaron a ser enmiendas a la totalidad del comportamiento de estas). No es algo nuevo: más de una vez y desde hace tiempo el propio Monedero ha instado públicamente a Iglesias a atender esa necesidad, esa obligación. En segundo lugar, y contra el acoso y derribo al que es sistemáticamente sometido, tratar de restituir el respeto que el secretario general de Podemos merece. Es una tarea tan complicada que quizás el propósito futuro no sea exactamente ese, sino el de ir preparando el terreno en el que sea otra persona quien aspire a gobernar España en nombre de Podemos. Tiempo hay y lo iremos viendo.

Postdata simbólica: Sugiero que se vaya cambiando la banda sonora de la formación. Reconozco que no puedo oír L’estaca, de Lluis Llach, o Playa Girón, de Silvio Rodríguez, sin sumarme a canturrear, como hice en Vistalegre, y hasta sin emocionarme un poco. Pero no tengo duda de que es una emoción que apela al pasado, no al futuro. Ni siquiera al presente. Son estribillos de oposición, no de gobierno. Estribillos cepo. Estribillos techo. Espero que me entiendan.

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