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Es el momento de las izquierdas

María Eugenia R. Palop

Las izquierdas tienen hoy por delante un reto histórico que a nadie se le escapa. La crisis del régimen, que ya es una evidencia en España, se les abre como una oportunidad, probablemente, única, para construir una narrativa que vaya más allá de su indudable capacidad de encauzar el descontento y la protesta. Toca darle forma a un proyecto político resignificado con la incorporación de la experiencia de los silenciados, de los oprimidos, de quienes han ocupado los márgenes del sistema en estos años; porque son sus vivencias y sus testimonios los que hemos de llevar a los debates parlamentarios y al gobierno. Las izquierdas tienen que recolonizar el imaginario colectivo, recuperar para sí la política, y rescatarla de las manos de esos malos gestores del desastre que solo pueden presumir de haberlo sido durante años.

En España los problemas continúan y se acrecientan, y las clases populares necesitan buenas respuestas, buenas alternativas al colapso, que son precisamente las que nos han faltado. Porque no es una alternativa al colapso un PP franquista, depredador, corrupto, y represor, alternándose con un PSOE errático y cínico, que no ha hecho sino fagocitarse lentamente, como un Saturno que se relame después de comerse a sus hijos. En estos tiempos, hemos sufrido dos líderes alternos, verticalistas y testosterónicos, que se han dedicado a trabajar en clave interna desde que llegaron al poder, uno para no irse y el otro para quedarse, y que, para mayor desgracia, se han topado con el techo de la aseada política neoliberal de Ciudadanos, un partido españolista que coquetea con el PP o el PSOE, según convenga, como antes lo hizo con  la plataforma 'Som Catalunya, Somos España', con el partido xenófobo de Josep Anglada, con Libertas, y con el movimiento ultracatólico del francés Philippe de Villiers. Este es el escenario político que hemos tenido y este es el que tenemos que enfrentar con una política de izquierdas que consiga captar y transformar la realidad de las clases populares; porque ya no cabe una performance discursiva y simbólica, ni una política de salón articulada para impresionar al adversario. Ya ni cabe, ni nos la podemos permitir.

No olvidemos que la crisis financiera, combinada con la llamada 'crisis' de refugiados y el terrorismo yihadista, ha degenerado en ese cocktail molotov que ya vemos en Europa: conflictividad social, represión política y éxito de formaciones ultras. Ahí está sin ir más lejos el Partido Popular Danés, el Partido del Progreso (Noruega), el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), el Partido por la Libertad (Holanda), Ley y Justicia (Polonia), Justicia y el Desarrollo (AKP – Turquía), el Partido Popular Nuestra Eslovaquia (LSNS), el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), el Partido Popular Suizo, la Liga Norte (Italia), el Frente Nacional (Francia), Fidesz y Jobbik (Hungría), Alternativa para Alemania, o los Demócratas Suecos y los Auténticos Finlandeses. Todos ellas formaciones xenófobas, en buena parte islamófobas, racistas, homófobas, sexistas…y todas ellas en ascenso, gozando de la mejor salud electoral y política de su historia. Ciertamente, un fantasma vuelve a recorrer Europa y esta vez no es ni el del comunismo ni el del sufragismo, es el que vuelve y revuelve mil veces de la papelera de la historia, nuestro fantasma favorito en tiempos oscuros, el más querido, el fascismo en su enésima reencarnación.

Un terrible fantasma que, por supuesto, no es exclusivamente europeo. La contrarreacción que nos viene desde EEUU, en forma de Donald Trump, o de Brasil y Argentina, es también agresiva y violenta. Más allá de las dudas que puedan plantearse sobre la corrupción de Dilma Rousseff o sobre sus balances fiscales, su ineficiencia táctica o su confusión estratégica, es evidente que el impeachment del que es objeto tiene abiertos tintes ideológicos y se ha convertido en una auténtica persecución política. El espectáculo lamentable que nos ofreció el Congreso brasileño, con pistola de confetis incluida, declaraciones machistas, ensalzamientos de la dictadura, y alabanzas al torturador Carlos Alberto Brilhante Ustra, reconocido como tal por la Comisión Nacional de la Verdad, muestran un regusto de tortura y degradación moral que pocos pueden negar. Un congreso, por cierto, en el que 298 diputados están siendo investigados (58%) y han de responder ante la justicia por alguna causa, pero que todavía creen tener legitimidad política para gritar, histriónicos, un “Tchau querida” repleto de odio. En la Argentina de Macri las cosas no están mucho mejor. Ese empresario multimillonario que figura en los Papeles de Panamá, sospechosamente agasajado por el FMI, ha provocado ya 1,4 millones de nuevos pobres (que engrosan el 34'5% de la población), a causa, entre otras cosas, de la inflación y la devaluación puesta en marcha por su gobierno, su tarifazo, que ha incrementado en un 300% el coste de la electricidad o el gas natural, y el desproporcionado coste del transporte público.

Tristemente, y aunque nos pese, algunos se empeñan en reutilizar los despojos neoliberales reciclados circularmente en versiones cada vez más crueles y dantescas, y es frente a semejantes intentos, todavía exitosos, frente a los que las izquierdas tienen que reaccionar con contundencia.

En los países del Sur europeo aún queda un cierto margen para la esperanza y la resistencia. Y en España tenemos pocos meses para poner en marcha una estrategia de ruptura que desemboque en una miríada de procesos constituyentes, en la profundización democrática, en más y mejor participación y deliberación, en el blindaje sin ambigüedades de los derechos sociales, y en la articulación de la plurinacionalidad y el autogobierno. Procesos que consigan echar para siempre a las oligarquías, las castas, las élites extractivas, de unas instituciones que se piensan solo suyas y desde las que nos llevan saqueando desde hace décadas.

Así que, señores y señoras, hay que llegar al poder y ocupar las instituciones hasta transformarlas. Si hay algo que ha quedado claro en esta legislatura es la inoperancia de unas reglas que fueron diseñadas para favorecer al bipartidismo y a las grandes coaliciones. La inoperancia de una Constitución que altera el equilibrio de poderes en favor de un ejecutivo que legisla a base de decretazos y frente a cuya inacción no podemos hacer nada. En la Constitución del 31 se construyó un parlamento fuerte, unicameral, y un ejecutivo bicéfalo (presidente de la República y Gobierno), al que podía removerse con una moción de censura destructiva. La CE78 consagró, en cambio, el bicameralismo, el bipartidismo, y la moción de censura constructiva, priorizando de este modo la gobernabilidad (alternancia de partidos mayoritarios) sobre la representatividad y la legitimidad democrática. Así que hoy es urgente darle un golpe de timón a este barco.

En estas circunstancias, pues, no queda más remedio que gobernar, empoderarse para dejar de ser comparsas de una socialdemocracia en decadencia que apenas tiene nada que ofrecer. Empoderarse para propiciar la transformación integral que necesitamos, y para generar un flujo de inteligencia colectiva constructiva que sea imparable y decisiva.

Amigos y amigas de las izquierdas, no se hace una revolución desde las gradas, ni desde el izquierdismo looser, que solo conduce a la melancolía y al onanismo autorreferencial. Es el ahora o nunca, el momento de asaltar los cielos, de deconstruir y construir un modelo político comunitario y horizontal, apoyado desde las bases, fuerte y sólido. Es el momento de remover el suelo que pisa un supuesto pacto social interclasista que solo garantiza ya la paz de las clases altas. Es el momento de que tiemblen los oligarcas, los represores, y los fascistas, porque en España consiga fraguarse un cambio radical que se mueva de abajo a arriba, de la periferia al centro, y de la izquierda a la derecha, como un péndulo voraz que ya no debe pararse nunca.

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