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El mundo que funciona

Rosa María Artal

El promotor del informe sobre el Mercado Inmobiliario español lo expresó con gran soltura: “Solo se venderán los pisos de… la España que funciona”. Apenas un 10% del 1,6 millones pendientes, por cierto. El resto será pasto del derrumbe o el permanente monumento a la tragedia urbanística que vivió este país, origen de la porción genuinamente española de la crisis. Hablaban de “áreas metropolitanas y ciertas localizaciones de costa consolidadas”. “Es la España que funciona”, añadían. Las demás no y no merece la pena distraer ni recursos, ni un pensamiento para ellos.

Fue la forma de visualizar con gran realismo cómo se organiza el sistema neoliberal con sus pufos, sus víctimas y sus elegidos: una parte funciona y otra no, succionando la primera a la segunda como garrapatas. “Para que haya ricos, tiene que haber pobres”, se dijo toda la vida. Y ahora se aplica con más rigor si cabe.

A mayor escala, la global, ocurre lo mismo. Hay países que son tenidos en cuenta como aquellos que funcionan, y otros no. Y dentro de ellos, sectores sociales a los que cuidar y respetar, y sectores a desechar.

Evidentemente no es lo mismo para una mayoría de la consideración occidental, un atentado en París que en Beirut o Kabul. Esto también viene de serie desde hace tiempo, cuando se podían hacer equivalencias de muertos a publicar en los medios: un norteamericano equivalía a unos 3.000 etíopes; un israelí a 10 palestinos.

Alemania es un país respetable, funciona, pero no todo. Las personas que malviven con el genial invento de los minijobs, muchos jubilados y trabajadores extranjeros (españoles incluidos) no pertenecen al club de los que funcionan. No plantea problema alguno: se obvian y ya está. Y así ocurre en el resto de los países y clubs como el europeo: la UE, para entendernos. No es lo mismo Grecia que el Reino Unido (aunque se quiera ir), ni es lo mismo Francia que España, sobre todo si ésta se empecinase –que parece que esto ya lo tienen bastante arreglado- en no votar ultraliberalismo conservador.

África no les funciona absolutamente nada, a no ser para expoliar recursos. A los africanos menos, por eso se van en busca de otros horizontes. Y el mundo árabe, según el petróleo, comunicaciones, o influencias que proporcione. Incluso dinero y comisiones estratégicas. No es lo mismo el país del intocable “amigo” –de ellos, de las autoridades- saudí, o el del nuevo dictador egipcio, que Yemen o Siria. Y dentro de Siria andan viendo qué poder les conviene más que marche, pero desechan prácticamente a todos sus ciudadanos.

Este escarnio que estamos presenciando de los refugiados expulsados por las bombas que se compran y se venden entre los países… que funcionan, simboliza el horror al que ha llegado esta civilización que aún conserva el nombre de tal. Hombres, mujeres y niños que tenían una vida, con comodidades y expectativas, hasta que muchos decidieron sumarse a la protesta contra el tirano Al Assad, al calor de la indignación en otros países árabes y en medio mundo. Cuatro años después, Siria es una pelea de hienas –sucesivamente sustentadas por unos o por otros-, mientras la población sucumbe. Y salen al mar, a cualquier vía, con miedos y esperanzas, en pos de recuperar sus vidas. Y los estamos viendo hambrientos, apaleados, insultados, marcados, confinados, abandonados en las cárceles adonde les mandan o ante los Muros que les levantan.

Y, ahora, la siembra de equiparar yihadismo con refugiados, refugiados con sirios. Y escuchar a individuos miserables, con más insultos y amenazas, queriendo ensañarse con inocentes y blandiendo la misma intransigencia, fanatismo y crueldad a la que invocan.

Es el mundo que funciona, que funciona… así. Con un 1% ya que posee tanto como el 99% restante, según la última estadística de Credit Suisse. Con más de 1.000 millones de desnutridos crónicos. Y 2.500 millones sin sistema de alcantarillado, y 1.600 millones sin electricidad y 900 millones más que no tienen acceso al agua potable. Con carencias en educación, salud, futuro…

La España que funciona también ofrece un empecinado retrato al que cada vez le salen más taras: 13 millones y medio de personas (el 29% de la población) en riesgo de exclusión social. Tres millones de pobres que sobreviven con 332 euros al mes. Un tercio de los niños padecen graves carencias. Nunca se conoció una tasa de pobreza tan alta en la infancia desde que existen los registros. Persiste el paro y a muchos el trabajo no les alcanza para pagar sus mínimas necesidades. El cuidado de la salud ya no es lo que era con los recortes. Menos mal que las empresas del IBEX han ganado 25.837 millones de euros hasta septiembre, un 27% más que en el mismo período del año anterior. Y que tienen tan buenos candidatos a las elecciones de Diciembre para que todo siga igual. Es la España que funciona… así.

Y todo funciona así por el egoísmo o la estupidez de los que se sienten en la zona que funciona. Porque es lo que eligen aquellos a los que se cuida algo más para mantener el tinglado, o tienen fe en que les caiga alguna sobra de la mesa.

El mundo que funciona es en realidad muy pequeño. Feroz y egoísta. Desecha a una parte de la humanidad, de cada sociedad. Y cada vez son más los que caen en ese lado. Aunque algunos nunca sospecharan que ésa iba a ser su desgracia. Si le tocó, se aguanta. Una bolsa de silencio. En la que igualmente se vive y se sueña, pero con más dolor y esfuerzo. Así funciona. Porque muchos quieren. Hasta que la sinrazón de la desigualdad les estalle en la cara o en la de quienes menos lo merecen.

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