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¿Hasta dónde va a caer el PSOE?

Javier Fernández, director de la gestora del PSOE.

Carlos Elordi

El PSOE está roto, desnortado y sin que en su horizonte se atisbe un liderazgo capaz de revivirlo. Quienes hoy mandan en el partido parecen más preocupados en preparar el terreno para que Susana Díaz sea secretaria general que en atender a sus obligaciones políticas: las idas y venidas de los socialistas en el nombramiento del exministro Fernández Díaz han sido un espectáculo bochornoso de ineptitud. Por el contrario, la Comisión Gestora no ha dudado en castigar duramente a los diputados del “no” a Rajoy. ¿Por qué no a todos? El PSOE camina hacia el abismo, si es que no está dentro del mismo. Y el gran beneficiario de ese desastre no va a ser otro que el PP.

Se mire por donde se mire sólo aparecen problemas y la mayor parte de ellos insolubles. Las relaciones con el PSC están al borde de la ruptura y se romperán más bien antes que después. Porque ya es muy difícil cerrar las heridas abiertas y porque los socialistas catalanes, con sus diferencias y debilidades internas, tienen ya muy clara una opción política que los pesos fuertes del PSOE, los que vienen del sur, nunca van a aceptar. En los pasillos de Ferraz se da ya por perdido al PSC, aunque nadie echa las cuentas de lo grave que eso va a ser para el conjunto del proyecto socialista.

Pedro Sánchez ha desaparecido de los noticiarios de los grandes medios. Pero sigue actuando como exponente, que no líder, de las corrientes críticas que recorren el partido por todas las regiones de España. Es difícil que lleguen a unirse para presentar una candidatura a la secretaría general y mucho más que ésta pueda ganar el futuro congreso. Pero su acción está condicionando, si no paralizando, la vida del partido en no pocos territorios y localidades. Y va a seguir haciéndolo hasta que sus protagonistas se cansen o los echen.

Hay muchos socialistas –entre ellos buena parte del 40% de los delegados al último Comité Federal– que, estando o sin estar con Sánchez, han roto con la actual dirección provisional y más con la permanente que habrá dentro de poco. Su futuro es incierto. No pocos de ellos deben sus ingresos no sólo a su condición de militantes sino también a que estén a buenas, o a no muy malas, con los que mandan en el partido. Pero el enfrentamiento ha llegado a un punto en que ni eso va a frenarles. Al menos a unos cuantos. De puertas adentro, en el PSOE se vive un drama. En medio del desánimo generalizado de la militancia corriente.

Hay pocas dudas de que, salvo un cataclismo imprevisto, el grupo parlamentario socialista apoyará los presupuestos de Rajoy, tal vez a cambio de alguna contrapartida. No tendría sentido que el grupo que se ha hecho con el mando del partido tras defenestrar a Pedro Sánchez hiciera otra cosa. Los exponentes del poder territorial que sigue ostentado el PSOE –y que no es precisamente pequeño– no pueden entrar en rumbo de colisión con el poder central, el del PP. Porque salvo excepciones muy puntuales eso no va con la mayoría de ellos. Y por razones objetivas, que tienen que ver con la financiación y con otros muchos aspectos de su gestión autonómica.

Los barones de Andalucía, Castilla–La Mancha, Extremadura y Asturias tienen eso perfectamente claro desde hace mucho tiempo. Por eso se opusieron desde un primer momento a las supuestas veleidades izquierdistas de Pedro Sánchez. Por eso, aunque off the record, abogaron por la gran coalición, por el pacto de gobierno con la derecha. Por eso propiciaron la abstención en la investidura. Ahora les toca apoyar el techo de gasto que llegue de La Moncloa y luego su presupuesto. Ya veremos cómo y con qué argumentos. Pero es de temer que no sean particularmente sutiles.

¿Qué efectos tendrá eso dentro del PSOE? No hace falta ser muy agudo para pronosticar que agravará el proceso de ruptura interna. Pero es imposible prever hasta qué punto. Cada cual que haga su hipótesis, pero lo que está claro es que ninguna de las crisis que el Partido Socialista ha padecido desde 1977 ha llegado tan al fondo como ésta. Porque los pasos que se han dado en la misma han sido mucho más drásticos que en los casos anteriores. Porque todo indica que el PSOE no va a volver a ganar unas elecciones generales, una posibilidad que, en última instancia, reunificó al partido en las situaciones críticas. Y porque no parece que el liderazgo que se va a imponer, el de Susana Díaz, vaya a apaciguar las tensiones.

Felipe González acaba de bendecir a la presidenta andaluza. Y eso son palabras mayores. Porque él es la única referencia de influencia real que existe en el PSOE. Y lo que eso significa se vio claro hace dos meses, cuando salió a la palestra para decir que Sánchez se tenía que marchar. A sus denuncias radiofónicas siguió, un día después, la maniobra interna que llevó a su defenestración, confirmando que ambos pasos formaban parte de la misma operación. Eso evidenciaba que Felipe había estado en el ajo, que era el jefe de la operación. Y si ahora ha vuelto a mojarse es porque está al tanto, o ha orquestado, el montaje que va a llevar a Susana Díaz a la secretaría general.

Los ortodoxos del PSOE, los que piensan que el partido no debe apartarse de su tradicional moderación sin apertura alguna a la izquierda, creen que esa es la solución. Si no la mejor, sí la única posible. Pero la presidenta andaluza no sólo no va a pacificar internamente el PSOE, sino que tampoco va a darle el impulso que el partido necesita para salir del agujero. Se limitará, en el mejor de los casos, a tratar de frenar el gran deterioro que ha sufrido en los últimos. Con el fin de conservar, todo o en parte, el poder territorial que los socialistas siguen teniendo en las autonomías y los ayuntamientos.

No cabe esperar grandes sorpresas ni hallazgos en su quehacer futuro. Susana Díaz es una mujer del aparato del PSOE, que ha llegado a la presidencia no por su fuerza política arrolladora, sino porque el escándalo de los ERE tumbó a su predecesor. Y cuyo fogoso verbo mitinero, no muy rico en matices ni planteamientos, no ha podido evitar la sangría de votos socialistas en las dos últimas elecciones regionales.

Aun con ella en Ferraz, el PSOE tiene un futuro difícil. El PP va a ser el beneficiario a corto y medio plazo de su debilidad política. Porque gracias a ella Rajoy va a sacar mucho partido de su minoría parlamentaria. Y tal y como se ven hoy las cosas, a más largo plazo, en las próximas elecciones generales, también. No porque los votos que van a huir del PSOE vayan a ir al PP. Sino porque muchos de ellos no van a optar por Unidos Podemos. A menos que en el tiempo que queda hasta los próximos comicios, el panorama cambie mucho. Dentro de Podemos, pero, sobre todo, en general.

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