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“¡Qué bien pintao!”

Luis Magrinyà

El acontecimiento cultural del mes de septiembre en Madrid ha sido “Carla Duval. La exposición” en el Centro Cultural Casa de Vacas del parque del Retiro, un espacio dependiente del Ayuntamiento. Carla Duval, actriz y pintora, falleció en 2010, y con esta exposición póstuma su hermana, la célebre vedette Norma Duval, ha querido rendirle un homenaje. L&L ha visitado la muestra en compañía de Javier Montes, con quien después ha departido.

Javier Montes nació en Madrid en 1976. Es huérfano de padre desde los 16 años, y de madre desde los 27. Fue profesor de Historia del Arte en el Colegio Español de Malabo (Guinea Ecuatorial). Es crítico de arte en varias publicaciones, y su última novela, La vida de hotel (2012), está narrada por un crítico de hoteles que se pierde en el espacio. Otras novelas suyas son Los penúltimos (2008) y Segunda parte (2010). Ganó el Premio Anagrama de Ensayo con La ceremonia del porno (2007), escrito con Andrés Barba. Es viajero, aunque aborrece el camping. Dice que se levanta de buen humor, creativo, y que dispone de una media hora de autonomía hasta el primer café. Está soltero.

L&L: Lo primero que llama la atención es el título: “Carla Duval. La exposición”, que sigue una fórmula últimamente muy popular pero hasta ahora reservada a las superproducciones cinematográficas (Superman. La película creo que fue la primera) y a la comedia musical (El rey león. El musical). Creo que es la primera vez que se aplica a una exposición de arte, ¿no? Nunca he visto “Edward Hopper. La exposición” o “Antonio López. La retrospectiva”.

JM: Efectivamente, es el “La” de “La exposición” lo que alarma (o por lo menos intriga) cuando uno ve los carteles en todas las marquesinas. Es un “la” ingenuo y casi simpático, claramente pensado por alguien (¿la propia Norma Duval?, ¿su equipo de prensa?) que sabe mucho del mundo del espectáculo pero poco de los trucos y códigos (también muy elaborados y casi retorcidos) del mundillo del arte (ni falta que les hace, por otra parte). Yo creo que sí, que ese “la” remite al musical (lo que antes era la revista y el teatro de bulevar, el hábitat natural de las Duval), a Hollywood (o sus imitaciones pobretonas patrias) y a lo que yo llamé hace tiempo la “cultura del taquillazo”: en general, la gestión de la cultura y la producción artística como si el desiderátum último fuera el blockbuster y las colas en la puerta del museo, la sala de conciertos o el auditorio donde se da una conferencia. Bueno, el desiderátum siempre lo ha sido, en realidad, y no hay nada malo en ello. Me refiero más bien a la idea de que para conseguirlo todos los medios y todas las concesiones son aceptables, más o menos disimuladamente.

Lo interesante es que, con toda su ingenuidad, esa manera de titular “la” exposición pone el dedo en la llaga en la forma en que ha acabado funcionando también un mundillo del arte que, disimulando un poco, ha acabado por adoptar ese ideal espectacular del taquillazo y “gran éxito de crítica y público” (sobre todo de público, medido por cantidades y cabecitas, al peso, digamos). Lo que quiero decir es que, cuando el Prado programa a Bacon o la enésima retrospectiva de Sorolla, cuando la Tate o el Guggenheim (cualquiera de los Guggenheim de la franquicia global) exponen a Damien Hirst (coincidiendo con las Olimpiadas) o a Murakami, en realidad están funcionando con los mismos mecanismos de la industria del espectáculo, barnizados con una capa de sofisticación (un catálogo bien diseñado, un cartel con una tipografía más “seria”, gente mejor vestida en la inauguración, etc.). En realidad, lo que el Thyssen hace con Hopper ahora mismo es una versión “alta cultura” de “Edward Hopper. La exposición”. Creo que la expo de Carla Duval es interesante (y desasosegante) sobre todo por ser una especie de versión descarnada, en plan callejón del Gato (pero ni siquiera muy, muy deformada), del mundillo del arte convertido en espectáculo. Lo que pasa es que aquí faltan los criterios de calidad y las capas de sofisticación que cubren un poco los mecanismos profundos de la industria cultural “seria”.

L&L: Se nota, sin embargo, una clara voluntad de darle un barniz culto a toda la exposición, vía cierto academicismo trasnochado. Al entrar se topa uno, en una pared, con un meritorio homenaje-recomendación firmado por el “director del taller del Prado”, que no es otra cosa que una escuela de pintura pero con ese tótem en el nombre que sugiere grandes cosas. De hecho, en la web de la exposición, a esta escuela se la llama repetidamente Taller del Museo del Prado. La mayoría de los cuadros expuestos son, en efecto, ejercicios de géneros y técnicas académicos. Recuerda que a nuestro lado, mientras contemplábamos la serie de retratos de Carla, Norma y una señora mayor vestidas de damas Tudor al estilo Holbein, una espectadora exclamó: “¡Qué bien pintao!”, y todo parece dirigido a suscitar tal reacción. Ahora me dirás que en muchas exposiciones de arte espectáculo contemporáneo lo que exclama la gente es: “¡Qué curioso!”

JM: Sí, sí, efectivamente, hay una modalidad del arte contemporáneo (ojo, no todo, ¿eh?, que enseguida se animan los Don Cicutas contemporaneófobos a decir que hay que ver, que qué escandalo, que el arte acabó con Picasso, o con Rembrandt, etc.) que en el fondo no es más que una versión algo más sofisticada de la Catedral de Burgos hecha con palillos o con terrones de azúcar que había antiguamente en los museos municipales. Trampantojos y truquitos high-tech: exposiciones y artistas que son un poco como la visita al parque de atracciones, pero para turistas con mala conciencia cultural (queda mejor decir que se ha ido a ver la exposicion de Damien Hirst a la Tate que al Madame Tussaud’s… lo cual es una pena, porque el Madame Tussaud’s y el Grévin en París, por ejemplo, son estupendos, y mucho más simpáticos y menos pretenciosos).

Pero, bueno, lo mismo pasa con todas esas películas pseudoserias que produce Hollywood todos los años, o con lo que publican las editoriales, por ejemplo: no se nos ocurre hacer una enmienda a la totalidad a la literatura contemporánea porque se vendan mucho los libros de Rosamunde Pilcher o de John Grisham, o, bueno, los de autores semicultos digeribles, tipo La elegancia del erizo o el Pijama de rayas, que serían en realidad el equivalente al arte kitsch con pretensiones del que hablamos.

L&L: Ah, ¡no me toques a John Grisham! Él siempre ha declarado que no hace literatura, nunca ha engañado a nadie. Es una actitud muy distinta de la de los autores de best sellers que están empeñados en que se les trate como a Balzac.

JM: Sí, Grisham siempre ha sido muy claro al decir que no hace literatura, me parece muy honrado y muy coherente.

L&L: Volviendo a nuestro tema, ¿no te ha dado la impresión de que, si la artista hubiera estado viva, habría montado la exposición de otra manera? No sé quién la ha “comisariado”, pero sin duda era alguien que no tenía un criterio muy selectivo. Entre las más de 200 piezas, hay bodegones, paisajes, composiciones, etc. que son claramente “deberes” de clase de pintura y que uno piensa que la propia artista, por simple prurito, no habría decidido exponer. Hay un retrato de una mujer amerindia con un niño con cofia a la espalda, sentimentalmente expuesto sobre un caballete, que la artista pintó, según se nos dice, a los quince años. Si a eso añadimos que la mayoría de los cuadros, al contrario que en cualquier retrospectiva organizada por un centro de arte público, están a la venta (de 1.000 a 6.000 euros), ¿no parece todo como una explotación algo desconsiderada de cualquier cosa que la artista hubiera pintado?

JM: Que los cuadros, menos los ya pertenecientes a colecciones particulares, estén a la venta es raro, muy raro, y alguien de la Casa de Vacas tendría que explicar cuál es el criterio a la hora de prestar, o alquilar, o la modalidad que sea, un espacio público para una cosa comercial. Si los que han organizado la exposición aprovechan la visibilidad de la Casa de Vacas (que es un sitio muy goloso y por el que pasa mucha gente todos los días) para vender esos cuadros, estaría bien saber qué están dando al Ayuntamiento (o sea, a nosotros, los contribuyentes) a cambio. A mí me huele que se lo alquilan por un precio muy módico, ridículo incluso, para lo que costaría, en el mercado abierto, esa cantidad de metros cuadrados de lo que una inmobiliaria anunciaría como “local comercial de alto standing en la mejor zona de la ciudad”.

L&L: En la web del centro vienen las tarifas de alquiler, que no son bajas (ver posdata), pero lo cierto es que nadie en Casa de Vacas ha querido responder a nuestro cuestionario, donde preguntábamos si realmente eran ésas las tarifas que se habían aplicado y por cuenta de quién corrían los gastos de publicidad.

JM: Estas políticas liberales que, cuando les conviene, echan mano de las ventajas de lo público (es decir, de lo que queda fuera de las leyes de mercado puras y duras) me molestan mucho, y más con la que está cayendo. Si vamos a poner en venta (o alquiler) todo lo público, al menos que sea a precio de mercado (es decir, carísimo: conseguir espacio para vender cosas o cuadritos en pleno parque del Retiro debería estar por las nubes). Y, ya puestos, sí, nos preguntamos también quién ha pagado la publicidad que ha inundado las marquesinas de autobuses de Madrid.

L&L: Y, por otro lado, volviendo a la artista, es obvio que Carla Duval estaba construyendo su estilo. Ha habido unos caballos que nos han gustado, ¿verdad?, y me has dicho que alguno no le habría disgustado a Richard Prince.

JM: Pues sí, la verdad es que se truncó una carrera que, a lo mejor, quién sabe... Casi todos los cuadros, como muy bien dices, eran ejercicios de academia de dibujo y poco más, pero se veía en uno o dos que cuando se desmelenaba y dejaba llevar le salían cosas resultonas. Por desgracia, nunca lo sabremos.

PS: Pese a su insistencia, L&L no ha conseguido del Centro Cultural Casa de Vacas –ni de su responsable, Ana Maroto, del área de Cultura del distrito de Retiro de Madrid, ni de su asesora, Laura de Miguel– ninguna respuesta al cuestionario que a continuación se reproduce.

1) La Casa de Vacas pertenece al Ayuntamiento de Madrid. ¿Pertenece al área de Cultura? ¿Desde cuándo es sala de exposiciones?

2) El centro acoge exposiciones principalmente artísticas, ¿también de otro tipo? Si es así, ¿de qué tipo? ¿Recuerda algún ejemplo?

3) El centro está en pleno parque del Retiro. ¿Le confiere su ubicación alguna característica o ventaja especial? ¿Condiciona su público?

4) ¿Cómo es el funcionamiento del centro? ¿Cuál es su política de programación? Imaginamos que habrá muchos candidatos al alquiler de la sala. ¿Con qué criterio se eligen las exposiciones? En su web se habla de “artistas de altísima calidad”, ¿es ése un factor determinante?

5) Los cuadros de la exposición actual (“Carla Duval. La exposición”) están a la venta. El centro, en cuya denominación figura “Centro Cultural”, funciona, pues, como una galería más que como un espacio cultural público. ¿Ha sido siempre así? ¿Cuál es su idea de lo que debe ser un espacio cultural público?

6) Según la web del Ayuntamiento, el alquiler por día y acto para empresas y colectivos comerciales de la galería de exposiciones es de 1.672,80 euros por día y acto, con un 20 % de descuento a partir de 11 días. ¿Son estos datos correctos? ¿Son las tarifas aplicadas a la exposición de Carla Duval?

7) Las marquesinas de Madrid están llenas de carteles de la exposición actual. Si no recuerdo mal, nunca habíamos visto en la ciudad una exposición del Centro tan publicitada. ¿Cómo se gestiona esta publicidad? ¿Por cuenta de quién corre?

8) ¿Qué opinión le merece la exposición de Carla Duval?

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