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Sobre este blog

Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos

Hombres de rodillas, mujeres con látigos

Juan

Sodoma —

Mal empezamos, pero no puede uno dejar de notar y de anotar que La mujer de sombra, de Luisgé Martín, comparte tesituras, sección de videoclub y esposas con una novela de enorme éxito que se vende ya en bloques de cartón por eso de ser una trilogía. Hasta la palabra clave del título (“sombra”) figura en la portada de ambos libros. No he leído –y noten el jodido esfuerzo que estoy haciendo por no citarlo- el bestseller del año, pero –precisamente por ello- puedo afirmar que La mujer de sombra y ... (ya saben) constituyen, en un hipotético –de hecho: real, fatal, decisivo- duelo de talentos y concepciones estéticas la plasmación más exacta que se me ocurre de la diferencia que hay entre literatura y ficción comercial.

Porque imagino que La mujer de sombra no habrá vendido ni la mitad de lo que ha vendido el asombroso bestseller sólo en la ciudad de Cáceres, aunque materialmente vienen siéndonos lo mismo.

Vale que los cacereños tienen un pésimo gusto literario, pero hay más ciudades en España, y algunos pueblos con boticario. Esto hace anormal tanta desventaja, corruptas las matemáticas.

En La mujer de sombra hay tanto sexo que uno puede sufrir poluciones nocturnas estando despierto. Follan todos. Follan normal y follan bien; follan con toda la baraja y en todas las combinaciones. Usan dildos, usan esposas y fustas; mantequilla no, que se pasó de fecha; usan la imaginación.

En el texto, por cierto, no hay ni una sola palabrota.

Lo que sí contiene son dos inmensos errores que alejan este título de los asientos del transporte suburbano: está maravillosamente bien escrita y produce desasosiego moral.

Al consumidor de libros le atraen los que vienen con sexo, bien es verdad, pero sólo si el sexo está servido en cliché, manoseadito, y si acaba en boda. “Inflamados de pasion”, verbigracia; “encendidos”, por ejemplo; “fuego en el cuerpo”, sic flamígero.

Con todo, la amoralidad resulta aún más difícil de tolerar por el lector medio que la riqueza de vocabulario o que los adjetivos infrecuentes. La literatura, cuando no explica el mundo, sino que lo cuenta en vilo, puede dar hasta miedo. La mujer de sombra describe una sexualidad fronteriza -casi forajida-, y su estilo distanciado, por momentos de una gelidez cercana al nouveau roman, consigue mantener durante todo el relato una carencia procesal. Con el juez vacante, y el catecismo cerradito, empatizar con los personajes es todo un riesgo.

Si no les he contado nada del libro es porque creo que en su contratapa cuentan demasiado. También entiendo que la imagen de la portada no hace honor con su humillo zen a las glándulas, los glandes, las mucosas y los linimentos que se desmandan luego en las páginas de la novela.

Son -por dar datos- cuatro los personajes principales, y decenas los pervertidos secundarios. Hay una antesala narrativa para describir a una pareja perfecta, pero enseguida el foco se desplaza hacia el protagonista: Eusebio. Fíjense si es complejo este personaje que se trata del único de los cuatro que sólo tiene un nombre. Los demás tienen dos: uno para ser, y otro para reposar.

Eusebio ha de ser sin reposo.

Su fatiga de existir consiste justamente en la condena a una identidad, sobre todo a una identidad sexual. No se puede hacer algo sin convertirse en ello, y Eusebio, a lo largo del libro, ha de decidir si atraviesa determinadas líneas de sombra, determinados túneles; determinados cuerpos.

Ahí la mano del narrador no tiembla (aviso) y en las páginas finales de La mujer de sombra el lector puede oír el castañeteo de sus propios dientes, y desear que la palabras no le afecten con tanta puntería.

Será tarde (quedan quince páginas de novela) y habrá que acabarla.

Luego, traten de entender el mundo.

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