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La canciller y los refugiados

Berlín insiste en que el nuevo Gobierno griego deberá atenerse a lo acordado

José Abu-Tarbush

Apenas unas semanas antes de que despuntara la crisis de los refugiados en Europa, con su llegada masiva y trágica a su territorio, los medios de comunicación y redes sociales se habían hecho eco de la contundente respuesta de la canciller alemana a una niña palestina. La incertidumbre de ésta, explicada en perfecto alemán,  por la demorada resolución a la petición de asilo de su familia después de vivir cuatro años en Alemania, fue reafirmada negativamente por Merkel. Alemania no podía satisfacer todas las demandas de asilo, ni podía acoger a todos los refugiados palestinos del Líbano.

Su respuesta fue elogiada por algunos como digna del mejor de los estadistas por su firmeza, frialdad y pragmatismo; y denostada por otras voces más críticas, que se interrogaban sobre el destino de esa familia palestina. ¿A dónde sería deportada? ¿A su tierra natal, Palestina (ahora Israel), o a la de acogida, el Líbano? Ninguna de las dos opciones parecía muy viable ni realista.

Las zonas originarias de los refugiados palestinos del Líbano fueron objeto de una calculada limpieza étnica entre finales de 1947 y 1949, documentada incluso por algunos historiadores israelíes. Sus aldeas y ciudades fueron transformadas e incluso sepultadas para borrar toda huella palestina anterior en un claro ejercicio de memoricidio. Desde entonces los sucesivos gobiernos israelíes se han negado a reconocer y, más aún, asumir cualquier responsabilidad en la tragedia de los refugiados palestinos. Del mismo modo, siguen rechazando la resolución 194 de la Asamblea General de la ONU que, desde diciembre de 1948, pide el retorno de los refugiados a sus hogares.  

¿Exigió Merkel a Netanyahu que aceptase el retorno de esa familia palestina? Cabe dudarlo. De momento el gobierno israelí se muestra reacio incluso a acoger refugiados sirios, entre otras razones porque establecería un peligroso precedente que “legitimaría el retorno de los refugiados palestinos”, como ha manifestado recientemente Yair Lapid, líder del partido Yesh Atid (Hay Futuro).

La opción del Líbano tampoco parecía muy adecuada. Este pequeño país acoge un importante número de refugiados palestinos desde la segunda mitad del siglo XX y ha pagado un alto precio desde entonces. La masiva presencia palestina se transformó en un factor de desestabilización de su frágil equilibrio étnico-confesional. Algunas fuerzas políticas libanesas hicieron de los palestinos un chivo expiatorio de sus rivalidades y conflictos. Confinados en 12 campos de refugiados, unos 470.000 palestinos carecen de derechos civiles y sociales. Además de restringido el acceso a servicios públicos como sanidad y educación, tienen prohibido ejercer unas 20 profesiones (hasta hace poco eran unas 75). Dependen  de la ayuda humanitaria y no tienen futuro en el Líbano.

Es más, con una población de poco más de 6 millones, el país de los cedros ha acogido en los últimos cuatro años a 1,1 millón de refugiados sirios, que en breve podría incrementarse a 1,8.  Ante este panorama, no era muy ecuánime ni decente que Alemania deportara a una familia palestina, que ha visto finalmente prolongada su estancia en el país germano.

La pregunta es obligada: ¿qué ha pasado para que la canciller acepte ahora un contingente de refugiados cuando hasta hace unas pocas semanas se mostraba reticente? Difícilmente pueda contemplarse interés de índole político o económico. Por el contrario, la acogida de refugiados tendrá un indudable coste financiero; además del social e incluso político. También cabe dudar de los ahora esgrimidos principios de asilo o humanitarios si no eran igualmente válidos ayer, ni parecen compartir todos los países europeos en su desigual y controvertida distribución de los refugiados. Una explicación más aceptable es la situación imprevista y prácticamente irreversible, sin país al que retornar o deportar, a semejanza de la citada familia. Sin olvidar la presión de una opinión pública horrorizada por las víctimas que arroja la guerra (más de 250.000 muertos); y la de organizaciones internacionales como la ONU, que pide a la UE acoger a unos 200.000 refugiados.

En suma, Europa se enfrenta a la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Estará a la misma altura que entonces? Su acogida es sólo el primer paso en una tarea más ardua y a largo plazo de integración. Pero realmente lo más difícil está aún por lograr, que los Estados miembros de la UE adopten una verdadera política exterior común, que sea efectiva al otro lado del Mediterráneo. No será ninguna panacea, pero será mejor que la actual pérdida de influencia para incidir en la resolución de sus conflictos y estabilización.

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