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La amenaza de ser suplantados por máquinas
Se puede predecir con toda seguridad que las nuevas tecnologías (robots, drones y artefactos guiados por la mal llamada inteligencia artificial) no eliminarán ni un solo puesto de trabajo, ni a corto ni a medio plazo. Y, al mismo tiempo, pronosticar que el uso que se hará de esas tecnologías cambiará el mundo del trabajo de forma radical eliminando puestos de trabajo a corto plazo; también creando nuevas profesiones y empleos, pero tal vez ni en la misma cantidad ni al mismo ritmo.
No es una contradicción, porque no son las pistolas las que matan, sino los pistoleros. Ni los pinceles los que pintan, sino los pintores. Considerar el futuro del trabajo exige una mirada que abarque no sólo el potencial (indudable) de la tecnología, sino también la óptica de quienes intervienen en su diseño, producción y uso.
Hay señales de alarma. Un estudio (1) y (2) de la Universidad de Oxford sobre 702 ocupaciones en Estados Unidos concluía que el 47% de las mismas tiene un alto riesgo potencial de ser automatizadas. Las más vulnerables incluyen la operación de maquinaria que podría ser robotizada, pero también el transporte y la logística (conductores y repartidores), personal de ventas y atención al público, contables y auditores, e incluso economistas (los dentistas, entrenadores y clérigos son los que parecen más a salvo.)
El desarrollo de robots y humanoides de todo tipo —cada vez con mayor flexibilidad y posibilidades de actuación y movimiento y, por tanto, de sustituir la acción física de operarios, incluso especializados— es el más evidente de los avances tecnológicos que hacen posible esta amenaza. Más importante, sin embargo, es la nueva generación de software con capacidades de “aprendizaje profundo”. Se trata de programas diseñados para tomar o proponer decisiones a partir del análisis semiautomático de grandes conjuntos de datos, como los capturados en millones de interacciones con clientes o los recogidos por los sensores ubicuos de la Internet de las cosas.
Programas de este tipo guían el movimiento autónomo de coches y robots; ganan a los campeones de ajedrez o Go; reconocen y clasifican imágenes, incluyendo los rostros en nuestra colección de fotos, pero también reconocen patologías en imágenes médicas; proponen recomendaciones de compra en Amazon, actúan como asistentes personales en teléfonos móviles; pueden suplantar a algún personal de atención al cliente; producen notas de prensa o reseñas deportivas; generan ilustraciones o componen música al estilo de…
Ni vacaciones ni salarios
Según los expertos, en un tiempo más o menos cercano los autómatas podrán absorber cantidades ingentes de nueva información, autoprogramarse y razonar en modos que superen las capacidades de los especialistas en actividades de todo tipo, incluyendo la ingeniería, la medicina o la investigación. Y podrán hacerlo cada segundo de cada día de la semana, sin descansos, ni vacaciones, ni negociaciones salariales, ni convenios laborales.
En teoría, pero sólo en teoría, la posibilidad de desarrollar una tecnología no debería implicar que deba aplicarse. En la práctica, la mentalidad tecnófila que identifica a veces a ciegas tecnología con progreso impone lo contrario: aplicar la tecnología se presenta como un imperativo, como una ley de la naturaleza que no admite discusión (3).
Este imperativo se refuerza por una ideología de mercado que considera el trabajo como un input económico más, intercambiable y alternativo al capital. Cuando un cálculo permite argumentar una ventaja económica en que un artefacto tecnológico sustituya a un recurso humano en una actividad concreta, la sustitución se presenta como inapelable. De hecho, los datos macroeconómicos ya apuntan a un aumento sostenido de la tasa de participación de las rentas de capital en el PIB, a expensas de una disminución de las rentas del trabajo.
Durante los últimos treinta años la revolución digital ha eliminado o desplazado hacia las máquinas muchos trabajos de especialización media, tanto en las líneas de producción como en las funciones administrativas y de coordinación. Nada apunta a impedir que se siga aplicando la misma lógica. Se digitalizará todo lo digitalizable y automatizará todo lo automatizable, y muy especialmente el tratamiento de la información digital, que pasará a tener una importancia decisiva. Quien no pueda competir con la capacidad física o la inteligencia de las máquinas será desplazado de su puesto de trabajo y pasará a ser considerado como productivamente prescindible.
En etapas anteriores de la industrialización, la eliminación de trabajos a causa de la introducción de las tecnologías se compensó a medio plazo por el crecimiento económico y por la aparición de nuevas profesiones. Los tecnooptimistas tienen fe ciega en que este fenómeno se repetirá, pero sin aportar todavía descripciones convincentes de cómo.
Por el contrario, lo que sí es evidente es que para los trabajadores afectados los efectos a corto plazo serán palpables mucho antes que los beneficios; lo que conllevará, como en el pasado, costes sociales importantes que la lógica economicista considera sólo un daño colateral inevitable. La magnitud y la gestión de esos costes es por el momento difícil de predecir por varios motivos.
La supremacía de la economía financiera
Por una parte, la evolución de la economía poscrisis lleva a preguntarse por las fuentes de un crecimiento económico sostenible y generador de empleo a medio plazo. El peso desproporcionado que sigue teniendo la economía financiera, con billones de euros circulando cada día por las redes en busca de destino, sugiere que muchos inversores no ven hoy por hoy oportunidades alternativas atractivas para comprometer capital en inversiones en la economía productiva.
En paralelo, al igual que sucedió al principio de la Revolución Industrial, el capital que financia el impulso tecnológico acapara una parte desproporcionada de los beneficios que se generan. En el pasado se alcanzó un pacto social entre capital y trabajo, plasmado en una cierta regulación laboral y políticas sociales que resultaron en décadas de una cierta estabilidad.
A partir de los años ochenta, el auge de la ideología ultraliberal propugna la ruptura de este pacto, con un éxito que el tratamiento político de la crisis financiera de 2008 demuestra claramente. Como también las propuestas de fragmentación y flexibilización de la fuerza de trabajo de la llamada Gig Economy que hace responsables a trabajadores de todo tipo, desde chóferes hasta diseñadores gráficos y programadores, pasando por cocineros y empleados de limpieza, de encontrar día a día, cuando no hora a hora, su fuente de ingresos.
En círculos del establishment como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el World Economic Forum (4), se reclaman políticas públicas que atenúen los efectos, desde su punto de vista inevitables, de la dislocación laboral y los aumentos de desigualdad. Políticas que van desde una reforma a fondo del sistema educativo a la habilitación de un ingreso vital asegurado, como mínimo para los colectivos más afectados. Pero ningún gobierno parece por el momento preparado para ello.
Otros, en el contexto de una sociedad líquida (Zygmunt Bauman) que fuerza a los individuos a encontrar soluciones particulares a las contradicciones del sistema, recomiendan a los profesionales que, en vez de oponerse a la automatización o a sus causas, se preparen para trabajar con las máquinas y no contra ellas (5). Una receta cuyas implicaciones sin duda darían para otro artículo.
1. The future of employment: How susceptible are jobs to computerisation?, C.K. Frey y M.A. Osborne.
2. The future of jobs: The onrushing wave, The Economist, 18/1/2014. También Automation and anxiety: Will smarter machines cause mass unemployment?, The Economist, Junio 2016
3. What Technology Wants, de Kevin Kelly, sigue esta línea.
4. The Future of Jobs: Employment, Skills and Workforce Strategy for the Fourth Industrial Revolution, WEF, 2016.
5. Ejemplos: Machines of Living Grace, J. Markoff (2015) o The Second Machine Age: Work, Progress, and Prosperity in a Time of Brilliant Technologies, E. Brynjolfsson y A. McAfee.
Ricard Ruiz de Querol es socio director de Copperfield for Social Good.
[Este artículo ha sido publicado en el dossier del número de octubre de la revista Alternativas Económicas, dedicado al futuro del empleo. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
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