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Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

Guatemala, ¿un buen lugar para cometer asesinatos?

Una cola de personas espera para dar su testimonio a la delegación de Amnistía Internacional en Guatemala en 1985. © Jean-Marie Simon

Esteban Beltrán

Director de Amnistía Internacional —

No, no se dejen engañar por el aspecto bonachón de Efrain Ríos Montt, ahora que lo pueden ver en fotos en los periódicos y canales de televisión. Sí, tiene 85 años, pero fue presidente de Guatemala tras un golpe de estado a principios de la década de los 80.

La Comisión de Esclarecimiento Histórico -Una Comisión de la Verdad creada en los 90- dijo de su época de gobernante que “se generalizó un clima de terror en gran parte del país que se caracterizó por una violencia extrema en contra de las comunidades y movimientos organizados, con una total indefensión por parte de la gente. Ya fuera a través de las masacres colectivas o de la aparición de cuerpos con señales de tortura, el horror tuvo un carácter masivo y de ceremonia pública que sobrepasó cualquier límite a la imaginación. Esta estrategia de terror se desarrolló hasta las manifestaciones más extremas del desprecio por la vida, con la realización de torturas públicas, exposición de cadáveres, y con la aparición de cuerpos mutilados y con señales de tortura”.

No llevaba ni un mes como investigador de violaciones de derechos humanos de Amnistía Internacional en ese país centroamericano cuando pensé “Guatemala es un buen lugar para cometer asesinatos”. No, no es que de repente me hubiese convertido en un criminal, sino que había descubierto lo que significaba para mucha gente sobrevivir en lo que llamábamos entonces el paraíso de la impunidad. Mirara hacia donde mirase encontraba víctimas pero casi nunca aparecían los victimarios: piensen en un país de unos diez millones de habitantes entre los que murieron asesinadas, entre 1960 y 1996, unas 200.000 personas en 668 masacres y más de un millón más habían cruzado la frontera para que no les fuera arrebatada la vida.

En aquellos días visité lugares instalados sobre cementerios clandestinos y fosas comunes llenas de cadáveres sin identificar. La mayor parte de las personas asesinadas y enterradas eran indígenas. Ustedes probablemente no conocen Rabinal, en el departamento de Baja Verapaz, pero solo en dos años -1994 y 1995- se denunciaron en ese lugar 27 cementerios clandestinos. Allí entrevisté a muchas mujeres indígenas. Según las creencias mayas, el espíritu insepulto de una persona muerta permanece suspendido entre el mundo de los vivos y el de los muertos y puede, incluso, deambular enojado por la Tierra, buscando venganza contra la comunidad y los familiares responsables de su falta de sepultura.

¿Se imaginan la pesadilla de miles de hombres y mujeres indígenas al comprobar como sus seres queridos eran arrojados a fosas clandestinas sin identificación?. Allí, en Rabinal, también escuché una emocionante definición de justicia por parte de una mujer a la que entrevisté; “quiero que el asesino de mi marido tenga tanto miedo que no pueda sonreírme cuando nos encontremos por la vereda de casa”.

Durante años, en Guatemala, nadie pagó por este horror cotidiano que, a diferencia de la mayoría de muchos otros países de América, no terminó completamente con la llegada de la democracia el 14 de enero de 1986. Sin alcanzar las proporciones de las décadas anteriores, las fuerzas de de seguridad siguieron cometiendo durante años gravísimos abusos que infligieron a amplios sectores de la población.

Sin embargo, desde hace un tiempo y muy lentamente, algunas grietas se abren en el paraíso de la impunidad. Hace unos días, el ideólogo y ejecutor de la estrategia del terror, el entonces Presidente y jefe del Ejército, el “rey” de aquel lugar y hoy apacible abuelito de 85 años, Efrain Ríos Montt, vio como un juez de Guatemala decidía someterlo a juicio junto a su ex director de los servicios de inteligencia militar, el general José Mauricio Rodríguez Sánchez, por el asesinato de casi 2000 personas en los 80.

Recuerdo testimonios impactantes de aquello tiempos, como el de una mujer sobre su marido, secuestrado y asesinado en Cuilapa, Santa Rosa, en 1981, al identificar el cadáver: “Le habían sacado la lengua, tenía vendados con venda ancha o esparadrapo los ojos, y tenía hoyos por todos lados, en las costillas, como que tenía quebrado un brazo. Lo dejaron irreconocible; sólo porque yo conviví muchos años con él, y yo le sabía de algunas cicatrices supe que era él. Y también llevaba una foto reciente de cuerpo entero y le dije yo al médico forense que él era mi esposo. Entonces ‘sí’, me dijo, ‘él es su esposo; sí, se lo puede llevar”.

Hoy he pensado, con esperanza, que quizá está mas cerca el día en que Guatemala deje de ser un buen lugar para cometer asesinatos.

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