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Sobre este blog

Amnistía Internacional es un movimiento global de más de 7 millones de socios, socias, activistas y simpatizantes que se toman la lucha contra las injusticias como algo personal. Combatimos los abusos contra los derechos humanos de víctimas con nombre y apellido a través de la investigación y el activismo.

Estamos presentes en casi todos los países del mundo, y somos independientes de todo Gobierno, ideología política, interés económico o credo religioso.

Las lágrimas de Israa al-Taweel

La fotógrafa y activista, Israa Al Taweel © Photo courtesy of el-Taweel family via AP

Rocío Lardinois de la Torre

Equipo Norte de África de Amnistía Internacional —

“Suerte, Israa”, le desean sus compañeras de celda. La espera el juez. Israa al-Taweel piensa que esta vez la pondrán en libertad.

Pegada al ventanuco del furgón policial, observa el bullicio del Cairo. ¡Lo que daría por pisar la calle con su cámara de fotos! Cuántas veces ha fotografiado a la gente que pedía libertad. Eso era antes. Con el gobierno de Abdel Fattah al-Sisi, apenas sale nadie a protestar. No se atreven. Ella tampoco. Un policía le disparó en la espalda en una manifestación. Con mucho esfuerzo, dejó la silla de ruedas. Cuando la detuvieron, caminaba casi sin ayuda. Seis meses en prisión y ya vuelve a necesitar muletas.

“¿Es usted Israa al-Taweel, veintitrés años, estudiante?” Asiente. “Está siendo investigada por ”difundir informaciones falsas“ y ”pertenecer a una agrupación ilegal“. Lo niega todo. ”Se renueva la detención cuarenta y cinco días“. Quiere explicarle al juez: ”la cárcel no, sin fisioterapia, dejaré de caminar“. La ahoga el llanto.

Las lágrimas de Israa al-Taweel corren por las redes sociales. No se habla de otra cosa. Unos la llaman traidora por sus tuits contra el ejército. Hasta dicen que planeó asesinar a un policía con una bomba escondida en la cámara fotográfica. Muchos no entienden que “esta chica con muletas sea una terrorista”. “Miradla bien. Critica al gobierno, a la policía, al ejército. ¿Qué peligro supone para la sociedad? Hace fotografías. Envía tuits. ¿De qué tenéis miedo? Israa al-Taweel es hoy un símbolo”, dijeron en la televisión. “Abajo el gobierno militar”, escribió Israa. ¿Qué joven no ha escrito esto mismo?

El 1 de junio, salió a cenar con sus amigos Amr y Sohaib. Los detienen al borde del Nilo. Es como si se los hubiera tragado el asfalto. Los buscan en las comisarías y los hospitales. “No tenemos a nadie con ese nombre en nuestros registros”. Mujeres y hombres desaparecen en todo Egipto. Las fuerzas de seguridad los secuestran en la calle, en el trabajo, a la puerta de sus casas. Las autoridades lo niegan. Las personas desaparecidas están en tierra de nadie, donde todo vale. Se les maltrata y tortura. Más tarde reaparecen en alguna cárcel, o tal vez nunca lo hagan. Lo ha documentado Amnistía Internacional. Israa es una de ellos.

En el edificio de la seguridad nacional, no ve la luz del sol. Le quitan la venda de los ojos sólo para dormir. “Sólo salí a cenar con unos amigos. No me meto en nada. Sólo hago fotografías”. Le parece oír los gritos de Amr y de Sohaib. “Ya sabes lo que te espera si no nos lo cuentas”. Dos semanas de preguntas que no entiende. “El día de tu accidente, ¿por qué te manifestabas? ¿Es que no amas a tu país?”. De vuelta a la celda, se tapa los oídos pero los gritos no cesan. Un día la trasladan a la fiscalía del Cairo. La interrogan durante dieciocho horas sin abogado. Lleva dos semanas con la misma ropa. Está cansada. Lo que sea y que la dejen tranquila. La acusan de difundir falsedades que dañan a la seguridad nacional, porque lleva una cámara cuando la detienen. “He visto a Esraa en la cárcel de al-Qanater”, le dicen a su hermana.

Al gobierno egipcio le gustaría que no se hablase de Israa al-Taweel. Cada cuarenta cinco días, su libertad pende de un hilo. A Amr y Sohaib los juzga un tribunal militar, acusados de pertenecer a un grupo terrorista. Esraa a veces llora de rabia. Necesita tratamiento médico, tan difícil es de entender. Hoy se cumplen seis meses de su detención. Sigue sin saber por qué está en la cárcel. Sólo pide una cosa: que la dejen marchar.

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