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Día 53 en estado de alarma: gestos

Gestos /Foto: Luis Serrano

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Los enamorados de Portugal miramos con envidia que haya sido el primer país de la UE en levantar el estado de alarma. Han pasado a un estado de calamidad, que la verdad, suena peor, pero por lo visto es mejor. Quizá han llegado a esto pronto gracias a la unidad del país. El líder de la oposición, Rui Rio, aparte de tener un nombre simpático e ideal para titulares de periódico, está a la derecha, pero no dudó en decirle a Antonio Costa, socialista que gobierna con lo que queda a su izquierda: “Primer ministro, cuente con colaboración del PSD. Le ayudaremos en todo lo que podamos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte. Porque su suerte es nuestra suerte”. ¡Para suerte, la que tienen en Portugal con sus políticos!

En nuestro país se ha debatido este miércoles la prórroga del estado de alarma, negociado en el Congreso de los Diputados, recomendado por los expertos, y que exigirían los que no mandan, si no lo hubiera propuesto Pedro Sánchez. Inés Arrimadas -que ponía cordura cuando el PP jugaba todavía a un desgaste que es tolerable en otras situaciones, pero no en esta- casi ha tenido que pedir perdón por “centrarse” y elegir “entre no hacer nada o salvar vidas y empleos”. Ninguno de los protagonistas de esto es santo de mi devoción y no me gusta el estado de alarma. Pero, con sus progresivos cambios, parece lo más razonable, ¿no?

Menos mal que a veces hay gestos que nos devuelven un poco de confianza en la política. Me quedo con otros dos de esta cuarentena, sin irme a Portugal. Primero, las palabras de Rita Maestre hacia el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, a quien casi hizo llorar de emoción, simplemente porque le mostraba su respaldo y reconocimiento porque seguro que lo está haciendo lo mejor que puede, y, probablemente, que se puede. Segundo, el del líder de Unidas Podemos en Castilla y León, un Pablo Fernández no precisamente conocido por el buen tono, quien elogió el trabajo de Francisco Igea, de Ciudadanos y vicepresidente en la región. Separados todos por un abismo ideológico sobre el que no queda más remedio que construir puentes. Me pongo positiva y creo que hasta hoy había mejor talante durante la sesión de control en el Parlamento de Andalucía. (La ventana de Olga)

La mejor y la peor clase

(Del lat. gestus). 1. m. Movimiento del rostro, de las manos o de otras partes del cuerpo con que se expresan diversos afectos del ánimo.

De éstos que relata la RAE en su primera acepción, se han producido una colección importante desde que se decretó el Estado de Alarma, que están los diseñadores de los emoticonos corriendo a toda pastilla tratando de ponerse al día.

Y menos mal que son previsores estos tipos del whatsapp, y ya tenían de antes al muñeco con la mascarilla puesta. Visión de futuro. Ahora, con el uso obligatorio de ésta, el movimiento del rostro se ha limitado casi por completo a los ojos en señal de asombro, porque lo demás está muy limitadito. Que esto de las mascarillas a los siesos y malencarados les ha venido de lujo.

Se han producido gestos espontáneos. El más destacado, sin duda, fue el aplauso en los balcones a las ocho, que significó la solidaridad y la capacidad de resistencia de un pueblo entero. Que digo yo que habrá que ir poniéndole coto, porque coincide con la hora de salir corriendo a estirar las piernas y parece que se está desinflando un poco.

Porque, además, ya podemos charlar con nuestros vecinos en la calle, que siempre es más práctico que andar pegándonos voces desde los balcones. Aunque he de decir que para mí ha sido muy práctico y agradable en los días de confinamiento extremo.

Cuando seguimos leyendo la definición encontramos: gesto: 2.m. Acto o hecho.

Y de esta acepción también se han puesto en marcha un buen puñado durante este periodo, el más raro que nos ha tocado jamás vivir. Hemos visto gestos imaginativos, gestos de amor, de entrega, de solidaridad, junto a un buen puñado de gestos despreciables de “esparcemierdas”, afanados en sacar rédito de la calamidad colectiva. La peor clase de gestos. Y a éstos los conocemos, aunque se tapen el rostro con mascarillas. (La ventana de Luis)

“Pallá”

“Pallá” o “pacá”. Es un gesto que me hacen y hago con la mano varias veces cada tarde desde que se puede salir a hacer deporte un rato cada día. La calle donde vivo tiene aceras anchas, pero calcular dos metros de separación cuando corres con marca olímpica es complicado, de modo que cuando alguien se acerca peligrosamente, es el momento de hacer el gesto con la mano, para marcar claramente cuál es tu territorio o el del vecino.

Porque un buen gesto a tiempo es una victoria. Mi repartidor de Amazon me deja los paquetes ahora siguiendo las instrucciones de cero contacto. Espera a que abra la puerta para comprobar que los recojo y me hace un gesto con la mano de trabajador a trabajador.

Mi vecina, la de la tienda que tiene de todo, me preguntó esta mañana si lo de Ciudadanos hacia el Gobierno era un gesto o era de verdad. Le hice un gesto en plan, “si yo supiera qué número sale en la lotería, compraba el boleto”. (La ventana de Fermín)

Menos solos

La primera ministra que le habla a los niños. El alcalde que se sacude la caspa ultra. La oposición que le tiende la mano. Los médicos que bailan al echarle el cerrojo al hospital de campaña.

El peluquero que renuncia a los atajos en negro. La cajera que te sonríe tras el parapeto de plexiglás. El transportista que echa más horas que un reloj para ayudar a sus vecinos.

Arriba y abajo. A la izquierda y a la derecha. De tu panadera o de tu presidente del gobierno. El tsunami de la pandemia va retrocediendo y, en su resaca, deja al descubierto lo único importante: el respeto, el cariño, la solidaridad. Un mar de gestos y esperanza que nos hace sentir menos solos. Más unidos, quizás. (La ventana de Ale)

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