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#YoSíTeQuiero

Menores migrantes en la tarjeta navideña de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía

María Iglesias / María Iglesias

Las amenazas del neofascismo se acumulan. La última es la del exjefe del Ejército Fulgencio Coll que, como portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Mallorca, acusa a Pedro Sánchez de ser un “peligro para la seguridad nacional” que “los poderes del Estado” –¿cuáles?- deben impedir que gobierne y hasta “procesarle”. Para apuntar a la cima, antes, los neofranquistas han logrado votos atacando a los más frágiles: las mujeres maltratadas y los migrantes, en especial, niños sin padres que puedan ampararles. La ONG Save the Children lanza la campaña #YoSíTeQuiero en solidaridad con ellos. Proteger a estos niños es protegernos.

Nombres del periodismo como Angels Barceló, Gonzo, Jesús Cintora, Carles Francino, Moha Gerehou y Cristina Villanueva y del cine como Elena Anaya, Daniel Guzmán han comenzado una cadena para que la ciudadanía la siga con vídeos cortos o fotos con el hashtag y oponga a la estigmatización fraternidad.

Las Navidades, colonizadas por la voracidad capitalista de compras compulsivas y comilonas bulímicas, encuentran un reservorio de sentido en el compromiso.

El Evangelio -que, fe aparte, es texto fructífero- incluye la advertencia (Mateo, 7, 15-20):

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos»”.

Dos casos en tierras de labor de Jaén merecen más rechazo. Hablo:

Violencia institucional y desidia social

La responsabilidad criminal recae en los autores de los delitos, pero desde que en la Navidad de 2013, tras discutir con su patrón, despareció el maliense de 22 años Tidiany Coulibaly, en la cercana Villacarrillo, aquí hay más que casos aislados. Se debe exigir, con los sindicatos, la intervención de la Inspección de Trabajo.

Además, existe una violencia institucional que atañe a nuestro estado y a nosotros como ciudadanos. Porque Said Aballa, abandonado tras su infarto, tenía 31 años y carecía de documentación, aunque llegó a España siendo menor. O sea que, mínimo, ha estado 14 años sin regularizar y explotado.

¿Cómo ha podido fallarle tanto nuestra sociedad? ¿Cómo pudimos fallar tanto a Omar, de Guinea, como para que este noviembre acabara con su vida, tras tanta lucha, tirándose de un puente en Igualada (Barcelona)? ¿Cómo estamos consintiendo, los españoles en tanto que europeos, que en campamentos de refugiados en la UE, niños de 7 y 8 años clamen “Me quiero morir”, como denuncia la psicóloga Angela Modarelli desde el infierno de Moria donde se hacinan 18.000 personas, de ellos 7.000 niños?

Mientras esto pasa y la patronal fresera de Huelva vuelve a reclutar 6.500 mujeres marroquíes porque, pese al paro, no hay españoles dispuesto a aceptar tales salarios –además con denuncias de explotación, mal alojamiento y abusos sexuales-, el contraste viene de Denia, Alicante, donde el senegalés Gorgui Lamine Sow al ver fuego y oír gritos de auxilio en un piso, subió al balcón, salvó a Alex Caudeli, que necesita silla de ruedas, y se fue, sin esperar nada, a seguir la vida que lleva hace dos años en España, sin papeles y con las necesidades de la familia que forma con Gana Gadiaga y su hija de 7 meses, Ndye. Ahora el Ministerio de Trabajo le regularizará y el caso recuerda al del maliense Mamoudu Gassama, en Francia, que salvó a un niño trepando un edificio.

Pecado... y delito

Hipocresía y violencia reinan cuando se exige heroicidad y arriesgar la vida para aplicar el derecho a la migración y asilo consagrados en los artículos 13 y 14 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

La Ley es la herramienta que nos hemos damos para convivir en paz. Es nuestro libro sagrado, sea cual sea el credo de cada cual, religioso o laico.

En vísperas de una Nochebuena y Navidad tan arraigados en España, el papa Francisco, junto a refugiados de Lesbos en el Vaticano, ha compartido el símbolo de una cruz donde el crucificado es un chaleco salvavidas. “¿Cómo podemos dejar de escuchar el grito desesperado de tantos hermanos y hermanas que prefieren enfrentarse al mar tormentoso antes que morir lentamente en los campos de detención libios, lugares de tortura y esclavitud innoble? (…) ¡Nuestra desidia es pecado!”.  

Si entre pavo, besugo y turrón hay aún espacio para la historia de injusticia, dolor y amor universal del Nuevo Testamento, mejor no esperar al Juicio Final y escribir juntos una continuación para la especie que no sea el Apocalipsis.

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