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En casa y con la pata quebrada

El Instituto Andaluz de la Mujer subraya la importancia de la autoestima en la prevención de la violencia machista

Miguel Lorente

Los jóvenes siguen sobradamente preparados para asumir la herencia de esos roles que la cultura tan cuidadosamente ha preparado para ellos y para ellas, esa especie de “tú a Boston y yo a California” en versión social y titulada, “tú a casa, que ya salgo yo a por el pan”… y a por lo que haga falta. Lo importante es que tú estés en casita.

La juventud de Andalucía no es muy diferente a la del resto de España y de otros países en aquello que no viene determinado por la experiencia cercana de la tierra, sino por la cultura universal de la desigualdad y el machismo. Los jóvenes quieren ser mayores y juegan a serlo comportándose como lo hacen los hombres y como deben hacerlo las mujeres, pues en el caso de ellas la obligación es doble: la que manda la cultura y la que impone el hombre según el mandato que le ha hecho a él esa misma cultura. Por eso no es casualidad que un 10% de la misma juventud piense que debe ser el hombre el que tome las decisiones, lo cual significa que lo hace para imponer su criterio, pues de lo contrario no haría falta que esas decisiones se tomaran de manera individual.

Tenemos la tendencia a entender la realidad como un accidente, como si lo que ocurriera dentro de ella o formara parte de la misma fuera algo ajeno a su propia dinámica, y a creer que las circunstancias y situaciones que se producen ocurren por mecanismos imprevistos e incontrolados. Esa percepción tranquiliza al situarnos al margen de la responsabilidad de los hechos y sucesos de los días, pero también nos atrapa en el bucle que lleva a que nada cambie, a que todo se adapte a los nuevos contextos, pero con el mismo fondo y significado.

La juventud piensa que el lugar de la mujer es el hogar porque previamente la cultura ha diseñado un hogar con la mujer dentro de él, y desarrollando unas tareas basadas en una identidad femenina construida sobre los roles de “esposa, madre y ama de casa”. Si todo ocurre como está previsto, la mujer será una “buena mujer” y el hogar un “dulce hogar”. Y el buen hombre velará porque esto sea así, de ahí la necesidad de contar con el respaldo de la toma de decisiones.

La realidad no es ese accidente tranquilizador, sino el resultado de lo que hagamos o dejemos de hacer para que los hechos ocurran de un determinado modo. Y si la cultura es desigual y machista al tomar la referencia masculina como general y común, la realidad vendrá caracterizada por la sumisión de las mujeres a los dictados de los hombres, bien bajo la normalidad tramposa de la costumbre, la historia, la tradición, “lo de siempre”… o bien bajo la imposición violenta de la voluntad. Por que la cultura no sólo condiciona el resultado de la realidad, sino que además le da significado para que sea integrado como parte de ella sin sobresaltos ni rechazos excesivos.

Es por eso que llega a cegar la mirada hasta invisibilizar la propia realidad que se vive. El ejemplo también lo tenemos en el mismo estudio realizado por el IAM, y las mismas chicas (68’5%) que dicen no tener riesgo de sufrir violencia de genero en sus relaciones de pareja futuras, reconocen (61%) que ya han sido víctimas de violencia de género a través del móvil y las redes sociales, y que son controladas por sus parejas por medio del teléfono (25,1%).

Todo ello refleja esa construcción que la cultura androcéntrica ha diseñado tan bien para que la desigualdad y el control de las mujeres se vea como parte de la normalidad, no como una imposición violenta y una injusticia social, y cómo la propia violencia es justificada e invisibilizada hasta el punto de negarla en el presente, y de rechazarla en el futuro, cuando ya forma parte del día a día de estas chicas, y lo hará cuando habiten esos hogares al lado de hombres con el derecho a la última palabra y al primer golpe.

Por eso la idea que reproduce la juventud es la que el refranero ha estado recordando a través del tiempo: “la mujer en la casa y con la pata quebrada”. Una referencia que la sitúa en esos roles de “esposa, madre y ama de casa”, y con la violencia de género que ahora ni sospechan como una parte del mobiliario, hasta el punto de poder romperle la pierna que recoge el refrán.

La solución tradicional a esta situación también la ha dado la propia cultura al presentar que la violencia de género es obra de hombres “alcohólicos y drogadictos”, tal y como manifiestan los jóvenes entrevistados en un 25%, y como piensa una gran parte de la sociedad. Un viejo mito que la educación no ha conseguido erradicar, lo cual no deja de mostrar el fracaso de una sociedad y su sistema educativo, que en lugar de ayudar a afrontar la realidad presente y futura para transformarla en libertad e igualdad, lo que hace es consolidar el pasado injusto de la desigualdad.

No es sólo cuestión de valores, también es un tema de puro conocimiento. ¿Se imaginan que el 25% de la juventud afirmara que “los niños vienen de París”?... Sería inaceptable, ¿verdad?; tan inaceptable como decir que la violencia de género que ejercen 600.000 hombres cada año, y que mata a 60-70 de ellas, se debe al alcohol y las drogas.

Pero nada es casual, todo forma parte del modo de entender las relaciones en la sociedad y los espacios y funciones que deben ocupar hombres y mujeres; por eso no es de extrañar que se cuestionen las medidas dirigidas a corregir la desigualdad y a promocionar la igualdad, y que desde el posmachismo se ataque sistemáticamente la Ley Integral contra la Violencia de Género; como tampoco es accidental que se suprima una asignatura como “Educación para la Ciudadanía”, y se vuelva a la segregación en las aulas de niños y niñas.

Eso sí, cuando nuevas encuestas muestren la realidad desigual y machista, o cuando estos jóvenes de hoy lleguen a la violencia de género y la discriminación, nos echaremos las manos a la cabeza y nos preguntaremos qué está pasando.

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