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Chile pudo, ¿podremos?
Las elecciones en Chile se jugaban entre un nostálgico de Pinochet, José Antonio Kast, hijo de nazi y que en plena campaña fue a Washington a reunirse con trumpistas y el treintañero líder de una coalición progresista, Gabriel Boric, que desde 2011 abandera con su generación la lucha por la justicia social, la igualdad de clases y género, el cambio de la Constitución pinochetista y el fin de la brutal represión policial ordenada por el actual presidente Piñera que ha dejado a cientos de chilenas y chilenos tuertos. La pugna fue disputada. Los autobuses no funcionaban la jornada electoral dificultando votar. Pero la coalición de Boric, Apruebo dignidad, ganó con solvencia.
Aunque Pablo Casado, en plan estadista de talla internacional, fuera estos días a dar lecciones de transición democrática en Chile y Argentina (donde Pinochet y Videla murieron, uno en arresto domiciliario, el otro en la cárcel), las chilenas y chilenos han desoído las alertas que lanzó contra Apruebo dignidad por parecerse a Unidas Podemos.
Los españoles no ya de Podemos, sino de izquierdas han celebrado el triunfo progresista en Chile con alivio y cierta envidia. España afronta su propio desafío neofranquista. Y aquí las encuestas vaticinan próximos triunfos electorales del PP apoyado o gobernando con Vox en elecciones venideras: empezando por Castilla-León, siguiendo por Andalucía y apuntando al horizonte de las generales. Santiago Abascal, líder de Vox, lleva tiempo con perfil bajo (lo habréis notado). Lo que no quita que la mejor noticia para las izquierdas en sondeos recientes es que a la suma de PP+Vox le faltarían tres escaños para la mayoría absoluta.
Lo del covid es tan fuerte que todo lo eclipsa, pero hay derrotismo en el ambiente.
Tras la épica de vencer, más difícil es gobernar. Por eso resulta justo valorar, aquí en España, que el equipo de Yolanda Díaz saque adelante la primera reforma laboral pactada con empresarios y sindicatos para recuperar derechos de los trabajadores.
No obstante, reforma laboral histórica
Sin restar épica ni alegría al triunfo chileno, lo más difícil llegará al gobernar. Lo saben electores y elegidos. Las capas privilegiadas, con poder, dinero y afán de mantenerlos se resistirán a cualquier cesión por todos los medios. De ahí que, a este lado del Atlántico, sea justo valorar el logro del equipo de gobierno, encabezado por la vicepresidenta Yolanda Díaz, de acordar con patronal y sindicatos, por primera vez en los 40 años democráticos, una reforma laboral que no recorta derechos, sino los recupera, que lucha contra la temporalidad y devuelve peso a los convenios sectoriales, aunque no haya podido recuperar las indemnizaciones por despido de 45 días por año trabajado que Rajoy dejó en 33 y hasta 20 si el cese es procedente.
Logros como este que mejoran la vida de la gente, como los ERTE frente a la crisis del covid, la Ley de eutanasia, la Ley de vivienda que regula los precios de alquiler de los grandes propietarios, la Ley de protección de niños y adolescentes frente a la violencia, por perfectibles que sean, son frutos concretos. Igual que la normalización con Cataluña y la exhumación de Franco.
Si pese a lo conseguido, persiste la sensación entre gran parte de este país que también en 2011 se movilizó contra un bipartidismo que no le representaba, razones habrá. Y en plural porque no se trata solo de la comunicación (saber explicar/hacerse entender).
Retos pendientes de las izquierdas
Los once mil kilómetros que nos separan de Chile no impiden que sintamos la conexión de los chilenos con quienes votaron que les gobierne. Ese vínculo con la calle, con las plazas, con la sociedad civil movilizada tan en boca y en el ADN de Podemos se ha ido perdiendo. El principal reto de la izquierda a la izquierda del PSOE es restablecerlo. Sobre todo si, como declara Yolanda Díaz, no se conforma con una esquinita residual frente a la socialdemocracia.
El objetivo de Díaz –la gran esperanza roja, la política más valorada– de crear una plataforma amplia que supere los partidos muestra tres flaquezas:
De un lado, ritmo lento. 2022 es año electoral ya desde febrero y en Castilla-León el número de procuradores de Unidas Podemos es 2.
De otro, atomización del bloque. Andalucía, probable segundo escenario electoral, ejemplifica bien cómo humanas pero dañinas rencillas alejan a la gente. No se atrae a una mayoría cuando una lista unitaria (Unidas-Podemos) se desgaja en tres (UP, Adelante Andalucía y Andaluces levantaos).
Por último, tratar a los electores como adult@s. Igual que el gobierno se equivoca en esta sexta ola con lo de imponer la mascarilla en exteriores por decir que hace algo sin ser impopular, sería interesante que tras el ilusionante acto de Valencia con Yolanda Díaz, Ada Colau, Mónica Oltra, Mónica García y Fátima Hamed se viera coordinación con el Podemos de Ione Belarra, Lilith Verstrynge o Irene Montero. Lo contrario, además inexplicado, se hace cada día más raro.
El PSOE, por su parte, tiene una implantación territorial incomparable y una unidad orgánica en torno a Sánchez hoy incuestionable. Lástima que haya que sudar tanto hasta convencerle de avances que tan a menudo le parecen inasumibles por revolucionarios. Y lástima que se deje manchar por la indignidad no solo del huido y defraudador Juan Carlos, sino del opaco sistema monárquico.
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