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Un debate saludablemente aburrido

Susana Díaz, Juan Espadas y Luis Ángel Hierro debaten en las primarias del PSOE de Andalucía.

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Hubo un tiempo lejano en el que salirse del tiesto en política estaba penalizado por los ciudadanos porque se prestigiaba que los adversarios fueran capaces de intercambiar con civilidad sus discrepancias. Mantener la compostura en cualquier competición es complicado, sobre todo si los contendientes son impetuosos y de gatillo rápido, pero prevalecía cierto empeño por vigilar el comedimiento. Era frecuente el uso de locuciones para sortear los choques. Por ejemplo, recurrir a “faltar a la verdad” en lugar de acusar directamente al contrario de mentir, que se antoja más violento. Luego vino lo que se llamó la crispación, que deshizo la formalidad de los antiguos códigos, con imputaciones harto desagradables [Rajoy acusó a Zapatero de traicionar a los muertos], si bien ha sido la era Trump y la penetración de los modos perniciosos de la extrema derecha lo que ha hecho saltar por los aires todas las barreras. Ahora cualquier sesión parlamentaria es una versión hiperventilada de Sálvame, y no digamos ya los debates electorales, en los que uno de los participantes, como le sucedió a Pablo Iglesias con Rocío Monasterio, se levanta de la mesa mientras la otra le increpa y le echa de España,

En este caldo de cultivo bilioso al que nos hemos acostumbrado, una pugna que no se mueva en tales pautas resulta letárgica. Quizás por eso los tres contrincantes de las elecciones primarias del PSOE de Andalucía --Juan Espadas, Susana Díaz y Luis Ángel Hierro-- aburrieron a la concurrencia en el debate que celebraron el martes en la sede de San Vicente. Aunque no solo. Sus monólogos consecutivos y cargas de profundidad encriptadas añadieron paletadas de sopor al de por sí formato rígido que habían pactado: cuando la pugna se establece entre compañeros, la artillería suele circular por el subsuelo y únicamente los muy iniciados son capaces de advertir los matices cifrados, indetectables para el común de los mortales. Salvo lo ocurrido con el altercado televisado de Pedro Sánchez y Susana Díaz en las primarias de 2017, claro está, un gran espectáculo de variedades con números a vida o muerte en el trapecio, que sentó un precedente nocivo a la hora de generar expectativas morbosas, afortunadamente defraudadas.

Los militantes de izquierda nunca van a permitir que se revierta el modelo y que su voz vuelva a ser accesoria.

También pesa el riesgo de que por rebatir al rival de las mismas filas se acabe adoptando el discurso del adversario político, quien lo va a utilizar a la primera ocasión. Espadas rozó toda la noche el peligro al reprochar a Díaz su gestión como presidenta, a veces, como en el caso de la sanidad, con argumentos que parecían extraídos de los manuales del PP; mientras que ésta dio a entender en varios momentos que los socialistas andaluces están condenados a brincar como marionetas de Ferraz si no está ella para cortar los hilos. Nada que no se hayan dicho ya por personas interpuestas, y con mucha más crudeza. Hierro, quien tenía fácil sacar rentabilidad a su condición de outsider, tampoco se abandonó a la destemplanza. Con estos mimbres, lo más destacado del debate, a mi juicio, fue el regreso al tedio de la contienda política sin estridencias, a las ideas desgranadas con sosiego, sin la voluntad de derribo y ensañamiento que caracterizan esta época.

Es algo que debería ser, al menos, acostumbrado si los antagonistas pertenecen a un partido. Antes, cuando las primarias se veían como una práctica exótica de los americanos, el problema era inexistente. Los congresos se dirimían con claves distintas. Bastaba con una demostración de fuerza para que el resto de candidatos se diluyera discretamente o permaneciera con un rol prácticamente testimonial. Rara vez ganaba la alternativa al aparato, aunque en el PSOE pasó con Borrell y Zapatero. Todos elogian las primarias: la implicación de las bases en la toma de decisiones de las organizaciones suena muy bien. Sin embargo, se vive mal. Es difícil evitar las peleas y los efectos desmotivadores a largo plazo. La vuelta atrás no es una opción. Los militantes de izquierda nunca van a permitir que se revierta el modelo y que su voz vuelva a ser accesoria. En consecuencia, es crucial hallar un espacio en el que sea posible debatir alejados de la exasperación. Me dirán que el encuentro de Espadas, Díaz e Hierro es en realidad pura pose, que la procesión va por dentro. Vale, bien, pero bendita pose. Hace falta urbanidad. Está una harta del fango y las aguas crecidas.

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