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Nuestra deuda climática

El cambio climático podría dejar un cuarto de la Antártida sin hielo en 2100

Francisco Casero

“Si el modelo de producción y consumo energético de China e India termina imitando el modelo estadounidense, acabaremos todos sumergidos bajo más de un metro de agua”. Lo anunció el entonces presidente de EEUU Obama a finales de 2013.

Hoy, el modelo industrial americano, el que defiende Trump, es nocivo, destructivo, sangrante, suicida. Un modelo sujeto a las cifras de resultados a corto. Una estructura económica alejada cada día más de cualquier principio y valor que considere y respete al prójimo, un modelo que tiene expulsada de su vocabulario la palabra equidad.

Tenemos que saber que son factibles de llevar a la práctica hoy modelos socioeconómicos que permiten la mejora en la calidad de vida de las personas que no exigen una acusada estratificación de la riqueza, ni estrangular la identidad cultural, ni procesos que esquilman y aniquilan la biodiversidad ecológica. Es complicado creer que la solución pase porque el mundo rico contraiga sus economías y permita que el mundo pobre se desarrolle para alcanzar similares niveles de “prosperidad”. La salida consiste en cambiar los patrones de uso en las economías ricas. Consiste en abrazar las energías renovables, la relocalización de la economía, la racionalización del sistema productivo y de consumo y diseñar y poner en marcha otra forma de distribuir la riqueza. Y pasa porque las economías pobres mejoren de otra manera. Más no siempre es mejor.

Para lograr esto último, hay un solo camino: innovación y tecnología. Si consideramos válida esta premisa básica, lo único que resta pensar es quién aporta, quién desarrolla esta tecnología.

Hay que ser conscientes. Los únicos que tienen capacidad para hacerlo son los ricos. Es más, son los ricos quienes tienen la obligación de pagarla y compensar así al planeta y a las generaciones futuras por el deterioro global del que se han servido para obtener su posición predominante. Tienen que asumir esta responsabilidad y pagar su deuda climática.

Esta cuestión desde luego no es prioritaria en las economías ricas. De hecho, no son pocos los que dicen que la deuda climática es un concepto tóxico. Será que esta idea obliga a centrar la atención en la cooperación y la solidaridad internacional.

Los ricos pueden alegar que no tienen que asumir la responsabilidad por lo que hicieron las generaciones anteriores, pero esta idea olvida una premisa fundamental: que aquellas acciones de las que se han visto beneficiados unos pocos, condicionan e influyen directamente a todos. Esta es la idea en la que se basan las denuncias, hoy abiertas, de varios países africanos y del Caribe por los daños sufridos en su territorio y a su gente por el colonialismo.

Ya no podemos alegar desconocimiento. Sabemos de las implicaciones catastróficas de la contaminación. La cuestión es que los países ricos no es que tengan la obligación de pagar su deuda climática porque esto sea lo correcto, tienen que hacerlo porque de ello depende la supervivencia de las próximas generaciones.

Hay por dónde empezar. Existen medidas que, más que asumir costes y astronómicos presupuestos, requieren exclusivamente de voluntad política. Los países ricos pueden empezar por condonar la deuda externa a países en vías de desarrollo, dar acceso a patentes relacionadas con la economía verde, favorecer la estabilidad política o mejorar la transferencia de conocimiento.

Tienen las economías dominantes que considerar que todas las relaciones económicas, comerciales, sociales tienen que desarrollarse de manera igualitaria y equitativa, esto es, tiene que regir el principio de igualdad y respeto por el territorio, el patrimonio, la dignidad del otro. Es hora de que se erradique cualquier tipo de práctica que recuerde antiguos usos colonialistas donde se exprime el patrimonio natural y económico de los países en vías de desarrollo para beneficio de otros. Pueden ser estas decisiones un buen comienzo de un mundo con mayor justicia y equidad.

Porque quien paga su deuda, descansa.

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