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EEUU, España, los Simpson, el TBO

Donald Trump.

Javier Aroca

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Los Simpson lo dijeron, parecen tener una especial habilidad para imaginar el futuro. Regreso al futuro, premonición, quizá un espejo en el que mirarnos. Pero ya no es una fantasía. EEUU, es decir, nosotros, la ciudadanía del imperio, tenemos un presidente de extrema derecha. Y ejerce.

La protesta generalizada y trasversal en las ciudades de EEUU contra Trump ha surgido a partir de un episodio de brutalidad policial, otro más, que ha acabado con la vida de un afroamericano. Todo empezó en Minneápolis, que si se toman la molestia geográfica verán que no es una localidad del sur profundo de los EEUU. La brutalidad policial no es infrecuente, lo verdaderamente llamativo es que muchos americanos y ciudadanos de todo el mundo han descubierto que hay un demente de extrema derecha sentado en la Casa Blanca. Tarde piache, que diría Sancho Panza.

Su racismo ya era conocido; su machismo y desprecio por las minorías y las mujeres, también. Incluso su intemperancia a todos los niveles. Pero ahora se descubre además su ataque a los pilares fundamentales de la Constitución americana, al federalismo, al sentido común, con una gestión del coronavirus demencial en un país sin seguridad social. Ataca a toda su nación, no importa si tiene que adulterar los datos estadísticos de las cifras de desempleo. Ya han servido para su rueda de prensa y para que las bolsas mundiales de un capitalismo servil y sin escrúpulos hasta se lo agradezcan.

Y lo más curioso, por no decir propio de los cobardes totalitarios, es que se esconde en un búnker, en una Casa Blanca rodeada por un muro y la Biblia. El que no prometió en su campaña electoral. Su estado conspiranoide y su asco por las libertades civiles le han llevado a intimidar a los estados de la Unión pidiendo violencia, y a utilizar al propio ejército con la complicidad de su ministro de Justicia; algo que ha merecido el reproche de generales, el Pentágono y decenas de funcionarios de la Defensa: los militares no deben nunca ser utilizados para violar derechos constitucionales. Y así todo.

De fondo, la violencia, los abusos y la brutalidad policial. La carcoma de todas las sociedades democráticas, con unas policías infestadas de fascistas donde han encontrado el lugar de expresar sus frustraciones, su ideología antidemocrática o su predisposición a servir al poder y no al pueblo que les paga. A la acusación y evidencia de brutalidad responde con más brutalidad, amparados por una justicia al servicio de un mismo poder.

No es un hecho aislado. Desde los penúltimos acontecimientos de brutalidad policial en los estados y ciudades está abierto el debate y el compromiso sobre la urgente necesidad de reformas en las policías. No ha sido posible; ya nadie está a salvo, ni siquiera los periodistas, testigos incómodos de sus extralimitaciones. Las policías se han convertido en un poder dentro del poder, sus sindicatos son el principal obstáculo para impedir su reforma. Acabaron con los sindicatos de trabajadores pero los policiales están vivitos.

Y todo ello a pesar de que una de las mayores facturas de condados y ciudades se debe a indemnizaciones por los abusos policiales, físicos o papeleros, llenos de manipulaciones y acusaciones falsas. Los que hayan podido ver la serie The Good Fight habrán podido comprobar cómo –no es ficción de forma televisiva– hay bufetes de abogados que hacen fortuna en defensa de la ciudadanía frente a la brutalidad antidemocrática contra los derechos civiles.

Es un problema de racismo, pero no solo. Es un problema de la extrema derecha en EEUU, pero no solo. Ni los republicanos más integristas, ni los demócratas bourbons, la derecha de los demócratas del sur, están decididos a acabar de una vez con el racismo como muestra expresa de la supremacía del poder en EEUU.

El poder, según Noam Chomsky, es decir, un 0,1% de los ciudadanos estadounidenses que poseen el 20% de la riqueza de la nación, suficiente para controlarlo todo y perpetuar sus herramientas de dominación. A ellos, a través de la política y la justicia corrupta, se debe la existencia de tal policía antidemocrática.

Las vistas del futuro de los Simpson están ante nosotros, un presidente de extrema derecha al que los propios republicanos empiezan a dar la espalda, la prensa, sectores económicos, los militares; sus aliados, como Angela Merkel, que un día sucumbieron apologéticamente sin ver lo que se veía venir. En Europa y en España, la extrema derecha apoya sin fisuras a Trump, sus métodos y objetivos. Ese es el espejo. Está ocurriendo en la UE: la extrema derecha aprieta y en las policías ha conseguido poner huevos de serpiente.

En España, vemos Los Simpsons pero tenemos el TEBEO. El repórter tribulete, Mortadelo y Filemón, Pepe Goteras y Otilio, la Encuesta Papus, El Soldadito Pepe, Don Pantuflo y sus retoños Zipi y Zape. Tan poderosos personajes no podían ser menos que emulados. Es el pasado, pero en España se es más de pasado que de futuro. Ilustran en España como Los Simpson en EEUU.

Trump dice que es cosa de radicales, antifascistas y anarquistas organizados. De él dicen que está escondido, refugiado en un búnker, miedoso, solo, asustado, incapaz, incompetente, desconcertado. Dicen que ya es tiempo de otro presidente. Y todo esto no lo dicen los antifas, sino un anuncio de los propios Republicanos. El anuncio termina diciendo: el contenido de este anuncio es el compromiso por defender la democracia. Un compromiso de todos, juntos, a las dos orillas del Atlántico.

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