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“Decisiones generales”

La España del 28 de abril: un voto más fragmentado y "promiscuo"

Miguel Lorente

¿Hay problema más grave en nuestro país que el asesinato anual de 60 mujeres por parte de sus parejas o exparejas? ¿Qué clase de sociedad tenemos para que cada año surjan 60 hombres nuevos desde la “normalidad”, que terminan asesinando a las mujeres con las que mantienen o han mantenido una relación de pareja?

Votar no es elegir, sino decidir. Quizás de esa confusión surgen muchos de los problemas que luego no resuelven unas elecciones, y otros tantos que aparecen a partir de ellas cuando las promesas se apagan como las luces tras la feria, y las calles se humedecen en la madrugada del nuevo despertar para no dejar testigos de los hechos ni indicios de lo ocurrido.

“Elegir”, según la RAE,  es “escoger”, mientras que “decidir” es “formar juicio resolutorio”, “formar propósito de hacer algo”, “hacer que algunos formen propósito de hacer algo”… Y es cierto que en una convocatoria electoral se elige entre los diferentes partidos que se presentan, pero si no se decide antes a quién se elige el resultado será una selección pasiva, no un posicionamiento firme que comprometa a implicarse en la decisión adoptada, y a exigir ese compromiso en quienes han sido los elegidos por su decisión.

La ideología no es la defensa del ideario de un partido, sino la expresión de las ideas propias. Reducir las ideas a las siglas es como limitar la historia a los siglos, al final sólo quedará una parte de las ideas y del tiempo, quizás la menos significativa. Por eso el compromiso debe estar en el modelo de convivencia decidido a partir de las ideas propias y en su contraste con las de los partidos para lograrlo, no en la elección de las siglas para cumplir con el rito del voto.

Nadie decide ser parado, tener un trabajo precario o ser víctima de violencia de género; en cambio sí hay quien decide un modelo económico y de relaciones laborales que conllevan precariedad y desempleo, del mismo modo que hay hombres que deciden libremente maltratar a las mujeres. Sin embargo, muchas de estas personas que no quieren esas consecuencias, que no desean que sus hijas sean agredidas por hombres ni que sus hijos sean agresores, elegirán a partidos con políticas que no harán lo suficiente para contrarrestar las referencias y las influencias que existen en una cultura androcéntrica para que ante determinadas circunstancias algunos hombres decidan comportarse de manera violenta y, por tanto, que muchas mujeres sufran esa violencia “no decidida ni deseada” por ellas.

Si una amplia mayoría no quiere que la realidad sea de ese modo, es decir, que se presente con esas consecuencias, por qué se elige para que sea posible.

Detrás de todo este proceso está la idea de “orden”, un orden entendido en sentido literal como la sucesión de elementos que nos han traído hasta el momento actual gracias a la estructuración de los valores, ideas, principios, creencias… que lo han hecho posible. Y ese orden es androcéntrico, es decir, ha sido el que los hombres han considerado adecuado para toda la sociedad. De ahí que todo el proceso esté impregnado de esa concepción patriarcal y que la Igualdad se perciba como la gran amenaza. Nada extraño si tenemos en cuenta que el modelo tradicional es justo lo opuesto a ella al estar levantado sobre la desigualdad y la jerarquización construida a partir de la condición de determinadas personas, la cual lleva a entender que lo masculino es superior a lo femenino, lo nacional a lo extranjero, lo heterosexual a lo homosexual, el color blanco de la piel a otros colores… Y a que, como no podría ser de otro modo, las ideas, valores y creencias que dan sentido a ese modelo sean muy superiores a las que lo cuestionan.

Esa es la razón que lleva a que desde las posiciones machistas y conservadoras el argumento básico sea la crítica al otro, no las propuestas constructivas, puesto que su construcción ya está hecha desde siglos atrás y lo de ahora sólo son adaptaciones a una nueva realidad. Y esa crítica se basa fundamentalmente en el ataque a la condición del otro por ser extranjero, independentista, “feminazi”, terrorista, traidor… porque en cada una de esas palabras no sólo se cuestionan unas determinadas propuestas sobre el tema particular, sino que se defiende todo su sistema conservador al tiempo que ponen en duda la viabilidad del otro modelo, al dirigir el ataque a la condición de quien lo propone, no a la idea, y por tanto, a su capacidad para conseguirlo.

Se trata de un mensaje dirigido a las emociones que aviva el sueño de culminar su modelo “incompleto”, y de manera simultánea señalar al resto como un enemigo interesado en sacar beneficios espurios sobre el “desorden”, de ahí el incremento del odio y la violencia que observamos estos días en los medios, redes sociales, e incluso en algunos planteamientos políticos.

Elegir a estos partidos es decidir para que continúen las condiciones que históricamente han mantenido esa jerarquización social sobre la condición y el status de determinadas personas, y que desde ellas se lleven a cabo las conductas y estrategias que han permitido mantener el modelo a lo largo de los siglos. Es decir, se decide para que, entre otras cosas, se desarrollen más o menos políticas contra los hombres (padres, hermanos, hijos, amigos…) que elijan ejercer la violencia de género, se decide para que existan medidas para que otros nunca lleguen a emplearla, y se decide también para que haya más o menos recursos para las mujeres (madres, hermanas, hijas, amigas…) que sufran esta violencia.

La realidad no es un accidente, es un resultado. El resultado de lo que hagamos para que ocurran o no determinadas consecuencias, y cuando hablamos de violencia de género lo hacemos de esas 60 mujeres de media que son asesinadas cada año por 60 hombres “normales”. Pensar que los partidos que han permanecido pasivos ante esta realidad histórica, o algunos que incluso piden derogar las leyes que están permitiendo avanzar en su erradicación, buscan sinceramente acabar con la violencia de género no es un error, es una decisión congruente con la realidad machista.

Tu decides, ¿más machismo o más democracia?

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