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Salió, salió
Tiene razón José Miguel Contreras, la exhumación de Franco fue un espectáculo electrónico de imágenes y sonido. El mensaje fue el medio. Viene siendo así desde que la televisión y otros medios nos muestran a Franco y el franquismo. España no está desfranquizada ni mucho menos , todo es un trampantojo. La televisión, por hablar sólo de imágenes, nos da un masaje, o nos pone delante de un lío, con sus frikis, todo en terminología de McLuhan, según convenga al medio y a quien el medio le convenga.
Pero es relativamente fácil obviar al medio; se trata de tener y querer tener una mirada penetrante, analítica. Descartemos la mediación de la tele pero miremos más allá de la capa de marmolina que nos ofrecen. Digamos que una ciudadanía formada puede ver más de lo que le enseñan y de lo que nos dictan con sonido machacón todos los días. Somos capaces de imaginar y oír más allá de todo lo que nos llega.
Eso sí, la exhumación fue a todo color. El blanco y negro de la dictadura quedó algo atrás. Fuimos además testigos de un hecho insólito. Si tenemos que hacer caso del testimonio del nieto del dictador, el que lleva su apellido, Franco nunca quiso ni expresó voluntad alguna de ser enterrado en Cuelgamuros .
Significa que por primera vez en su historia alguien le desobedeció -muerto claro- pero también que el franquismo tenía voluntad de permanecer. Sabedores del poder de los símbolos, los herederos del franquismo consideraban que mantener dominante un monumento con Franco presente horadaría la voluntad y la determinación de muchos. Desde Cuelgamuros, la democracia estaría bien vigilada. No es que el Valle no fuera obra del dictador -lo fue y tanto- pero no como dicen ahora sus apologetas. Baste leer solo el decreto ley de 1957 sobre sus monjes vallenatos para comprender, con una literatura franquista exquisita, que el que nunca cayó dejaba claro que era un monumento a los vencedores y una humillación simbólica permanente a los vencidos, aniquilados, en palabras de Santos Juliá.
No hubo mucha gente, no tanta como en el funeral de Estado, porque morir, de verdad, sólo se muere una vez; en todo caso, dura la obra del finado y sus devotos. Nada comparable con el vacío de la exhumación. Henry Kissinger en sus papeles dice que en realidad sólo hubo “luces menores”. Tal vez, pero estaba la luz de la continuidad y del freno americano a todo aquello que significase una apertura no controlada.
Estuvieron representantes americanos de segundo nivel y Pinochet, Giscard, el amigo francés, Imelda Marcos, por eso de la herencia en el gusto por los espadones de la hispanidad asiática, Hussein de Jordania, por la morería, y otros.
Ofició el cardenal Tarancón, el del paredón, porque no podían faltar los aliados y cooperadores necesarios de aquel golpe al alimón entre ultraderecha, monárquicos y la Iglesia. Y allí estuvieron, testigos del nacionalcatolicismo, algunos de los prelados más importantes; no todos, por lo que pudiera pasar. No faltó el arzobispo de Sevilla, Bueno Monreal. Ahora la tele en color nos enseña a un patético prior vallenato benedictino a punto de ERE, o como quería Franco, un falangista vestido de prior que no es lo mismo, pero ahí estuvo sin que la tele se percatara del cambio. Del blanco y negro al color, otra vez.
Kissinger vigilaba, aunque el NODO de entonces no nos lo dijera. Sobre todo, a los príncipes, a punto de ser reyes. No confiaba mucho en Juan Carlos el hermano americano. Pero allí estaban, él y Sofía, entonces mejor avenidos y asociados en un futuro común. Pensar en lo que había pasado en Grecia con su hermano, de Sofía, hacía que cerraran filas ante su incertidumbre profesional. En el día de la exhumación solo había algún Borbón, pero poco. Papá Borbón andaba despreocupado comiendo tranquilamente. La tele no lo echó de menos.
Lo sacaron a hombros, hecho denunciado, como se lleva a los muertos. No era un torero; lástima que no hubieran invitado a Molés para que lo explicara.
En el funeral de antaño estuvo el presidente del Gobierno aún con los párpados reventados de llorar; Arias Navarro, “Carnicerito de Málaga” no daba abasto hídrico. Se cantó el Cara al Sol, el Oriamendi y el Novio de la Muerte. Ahora lo cantan los ministros del PP, pero no en Cuelgamuros. Nada comparado con la presencia sobria y seca de la notaria mayor del reino presente sobre todo para que a algún evangelista póstumo, como todos, no se le ocurriera decir que había resucitado ante de ser de nuevo inhumado en Mingorrubio donde lo esperaba uno de sus apóstoles preferidos.
La familia
Y la familia, ¡ay la familia! En el primer funeral no eran ni duques ni señores. Bueno, estuvo el marqués de Villaverde y el duque de Cádiz. Este último, consecuencia de una de las pocas licencias que Franco concedió a Juan de Borbón. Juan aprovechó que Franco le cedió un poco sus prerrogativas usurpadas para concederle el título gaditano a su sobrino Alfonso.
Allí estaban. Desde el primer funeral la familia más noble, más rica y más gorrona de la democracia, que ahora les parece una dictadura después de andar todos sus caminos, los que su patriarca había cegado con la sangre de miles de españoles y sus ideas. Muchos de ellos aún siguen sin que sus nietos les puedan velar. Duquesa de Franco, Señor de Meirás, pool de causahabientes del patrimonio de la depredación y explotación económica y patrimonial del general a su amada España. Nobles y ricos. El duque de Cádiz, heredero del de Franco si un Gobierno decente no lo remedia, y duque de Anjou, que dice que es el heredero legítimo a la corona francesa. Que vaya a la Bastilla y lo diga a voces. La guillotina siempre ha tenido efectos disuasorios.
De aquellos tiempos en blanco y negro, NODO y televisión española, queda mucho por decir. Dependerá del medio y del que mande en el medio. Están todos los elementos de la retórica de Aristóteles: ethos, logos y pathos. Del color y el colorín qué decir, tan controlados como aquellos. Por cierto, para más información compren el próximo Hola.
A pesar de todo, ya nada será igual. Por mucho espectáculo electrónico que nos vendan, las cosas son como son. Recuerdo, por mi edad, las retransmisiones en blanco y negro del tenis, un acto de patriotismo como otro cualquiera. Juan José Castillo acuñó aquello de la bola “entró, entró”. De Cuelgamuros Franco “salió, salió” y eso ya no es discutible.