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Ministros novios de la muerte

Rafael Catalá, José Ignacio Zoido e Iñigo Méndez de Vigo en el traslado del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas

José María Calleja

Puestos a elegir, es preferible el recogimiento espiritual, sentido, de gente que reza en Cracovia, que el espectáculo pagano e infernal de legionarios con brazos como muslos que elevan a Cristo entre gritos de muerte en gananciales.

Lo peor de la performance malagueña es ver al ministro de Educación y Cultura, y simpático portavoz semanal del Gobierno, dándolo todo al bramar: “somos novios de la muerte”, con corbata negra de luto, la gomina de costumbre y fraseo urgente. (Uno ve a Méndez de Vigo en las ruedas de prensa de los viernes y se lo imagina a horcajadas de un caballo pintón, con los cabellos aborregados, él, con gola, si me apuran, y leyendo las buenas nuevas en un pergamino que se va desenrollando, solemne).

El caso es que cuatro ministros, cuatro, se han desplegado por tierra mar, aire y redes, y con el himno de la Legión de carrerilla, han saludado a un nacionalcatolicismo sin complejos del que forman parte, y ellos lo saben.

Es estadísticamente probable que a muchos católicos les repugne este show testicular, en el que sólo falta Pemán para contarlo con su cursilería hagiográfica franquista, perdón por la redundancia.

Y luego esta lo de poner la bandera a media asta en los establecimientos militares (Cospedal), como si no supiéramos que Cristo se muere todo el rato, así sea en marzo o abril, año tras año, y luego resucita, claro, con una regularidad que exige fe. Fe que debe ser separada de las instituciones publicas, aconfesionales por definición.

Es posible que la presencia de cuatro ministros, cuatro, en Málaga, entre legionarios que gritan, se pueda analizar con patrones epistemológicos, pero de momento nos conformamos con el espectáculo nada edificante de que la ministra de Defensa, los ministros del Interior, de Justicia, de Educación y portavocía de un gobierno, democráticamente elegido, en un país que se declara aconfesional desde la Constitución, crean que es pertinente aparecer en aquel aquelarre pecador y fistro.

Un paisaje emocional y simbólico tan lejos de la aseada Cracovia y los fieles que acuden el domingo de resurrección con sus cestitas con dulces de pascua --imágenes de pan con forma de vaca, chocolates polimorfos, pastas variadas-- , bendecidos por el cura de guardia con una escoba empapada en agua bendita. También es cuestión de fe, pero con otra estética, oiga.

Se han ido felices los cuatro ministros, con la satisfacción del deber cumplido, me temo que dispuestos a reincidir, corrida de toros mediante.

Hay exministros, también del PP, que manifiestan su fe de forma discreta en procesiones como de Zamora y Valladolid, donde la gente que asiste, en su mayoría, se lo cree, donde no hay performance, sino virgen de los siete puñales y silencio, mucho silencio.

Los cuatro ministros se habrán dado palmetazos en la espalda después de la hazaña. No es de recibo lo que han hecho. Y ellos deberían saberlo. Aunque no se trate de elegir entre legionarios tatuados y Cracovia con mantelitos.

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