La feria de las vanidades

Mucho me temo que en Andalucía hemos entrado en bucle (dale Perico al torno, que decía mi abuela), ya que terminamos el curso como lo empezamos, hablando de la jueza Alaya y de los ERE, de UGT y sus chanchullos y de elecciones, asuntos todos ellos que tienen un denominador común, aparte del dinero que nos cuestan, que es la vanidad. Como dice el Eclesiastés 1.2, vanidad de vanidades, todo es vanidad.

Para empezar, la de la muy modosita jueza Alaya, que por fin se ha quitado el disfraz de perfecta virgen de alabastro que le puso la Brunete mediática y se ha desmelenado en la portada de ‘Vanity Fair’, en la que hace unas modestas declaraciones, por persona interpuesta, en las que asegura que ha sufrido mucho, que perseguir chorizos y rojos es muy cansino y que no merece la pena el ímprobo esfuerzo por unos miserables 3.500 euros al mes, limpios de polvo y paja, dicho sea con perdón.

Aparte de la inmensa pena que nos da a los millones de andaluces que sobrevivimos a salto de mata, mucho me alegra ver la cara humana de tan insigne mujer heroica, aunque no estoy de acuerdo en que eligiera una revista foránea para su presentación estelar, ya que hay cabeceras españolas más apropiadas para tal menester, como pueden ser ‘Jara y Sedal’, para los aficionados a la caza y la pesca, o ‘Vida Nueva’ y ‘Fuerza Nueva’, también dedicadas a la captura de inocentes truchitas y a despellejar a las bestias salvajes.

Y hablando de vanidad y presunción (que podría venir de untar) no hay que olvidar a ciertos dirigentes sindicales que por fin han comprendido la importancia de llamarse UGT y han querido ser recibidos en despachos y salones y hasta en la zona VIP de la Feria de Abril, que esa sí que es la zona cero de la Feria de las Vanidades. Lo malo es que para subir de las cabañas a los palacios hay que desprenderse de las alpargatas y calzarse unos Gucci y eso cuesta un dinero, concretamente el nuestro.

Por la boca muere el pez

Aunque para arrogancia, la de algunos alcaldes capitalinos del PP que han devenido por propia voluntad en entes imprescindibles para la buena marcha de sus ciudades. Por ejemplo, el corregidor de Córdoba, José Antonio Nieto, que quiere incumplir las normas de su propio partido, el PP, y organizarse unas primarias para que sus siervos de la gleba le aclamen de nuevo como candidato a la alcaldía. Tal trampantojo vendría a liberar al pinturero personaje de cumplir su palabra de que no se presentaría de nuevo si la cifra de parados en 2015 superaba a la que se encontró en 2011. Si una persona vale tanto como vale su palabra, ya saben los cordobeses lo que vale su indispensable alcalde: dos billetes del ‘Monopoly’. Qué gran verdad la del viejo refrán castellano ‘por la boca muere el pez’. Y más si es un besugo.

Por poner otro verbigracia, también tenemos al alcalde de Granada, José Torres Hurtado, que tras sufrir un jamacuco amenaza con volver a su despacho, que la ciudad no puede parar y menos ahora que acabamos de estrenar un revolucionario sistema de transporte urbano que ha conseguido llevar el pifostio del centro a la periferia, sin tener en cuenta la primera e inmutable ley del tráfico, que dice que los atascos ni se crean ni se destruyen, sólo se trasladan. El pertinaz alcalde popular quiere saborear el éxito de la iniciativa, denominada LAC (Línea de Alta Capacidad), que es el acrónimo de la expresión popular ‘la que han armao’. Por su bien, debería olvidarse de nosotros por un rato y retirarse a descansar, que ganaría mucho en salud, pero siempre menos que los vecinos.