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El franquismo, explicado a los jóvenes

Protesta en 2018 en contra de la exhumación de Franco del Valle de los Caídos.
22 de agosto de 2022 20:15 h

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Mola Mola, rezan algunas pegatinas de la juventud trumpista a la española. El franquismo, de un tiempo a esta parte, entre los jóvenes, es cool, o como quiera que se diga ahora a lo que antes era guay y mucho antes in, como sabíamos de sobra en los estertores de la dictadura, los que ahora más bien somos camp o decididamente vintage.

El fascismo flow y es la única respuesta que parece soplar en el viento en tiempos como estos, cuando ser antisistema no es buscar la playa bajo el asfalto o la imaginación en el poder, sino lucir simpáticas gorritas de requetés, entorchados nazis, camisas negras, tatuajes de la cruz de hierro y pósters de El Alcázar no se rinde.

Resultaría inútil explicarle a los milennials, a los ninis de hoy, o como quiera que los etiquete el marketing antropológico, toda aquella caspa de antaño. ¿Cómo recordarles que ponían telediarios antes de las sesiones dobles de cine a la juvendumbre de hoy, que no suele aguantar siquiera las películas en blanco y negro? Tiempo hemos tenido, y no lo hemos hecho, para ser pedagógicos al respecto durante 45 años: con las cosas de ser libres no se juega, tendríamos que haberles predicado y no lo hicimos. Pensamos que la democracia se transmitía como una ciencia infusa o como un virus benéfico, pero no es así. Crecer en libertad tendría que llevarles a ser libertarios y, en cambio, les está conduciendo a ser liberticidas.

Y dado que el simple concepto de ciudadanía, de la ética frente al autoritarismo, no suele ser trending topic, permítanme que intente, aunque no sirva para mucho, trasladar a la muchachada actual en un túnel del tiempo hacia cualquier fecha en el calendario anterior a 1977, fecha de las primeras elecciones casi democráticas pero constituyentes. Disculpen la caricatura aquellos que, ocurre a menudo, sean legos en el discutible arte de la ironía.

A los zagales, quizá les sorprenda saber que por la simple celebración de un botellón, de una botellona o de como se diga en su pueblo, les podría haber sido aplicada la Ley de Vagos y Maleantes, hasta llevarles al calabozo al menos por un intervalo de 24 horas. ¿Sabrán que, por aquel entonces, cerraban los bares en Viernes Santo y que la única televisión permitida colocaba la carta de ajuste y ponía marchas fúnebres en el tocadiscos, cada vez que murieran o matasen a un preboste?

En 1978, meses antes de promulgarse la Constitución, el Ministerio de Defensa aún no aceptaba el testimonio de la mujer que, por supuesto, tampoco podía aspirar a un escaño en aquellas cortes de la carrera de San Jerónimo

A las chicas de ahora, según las encuestas más punteras, les pirran los malotes: que sus chicos les controlen el móvil, las alejen de las amigas y les digan cómo vestirse. Bienvenidas a Francolandia, porque ese sería vuestro paraíso. En aquella época, Pichi seguía siendo el chulo que caminaba por el gran teatro del mundo español: una mujer debía tener autorización de su marido para abrir una cuenta corriente e incluso para viajar. En 1978, meses antes de promulgarse la Constitución, el Ministerio de Defensa aún no aceptaba el testimonio de la mujer que, por supuesto, tampoco podía aspirar a un escaño en aquellas cortes de la carrera de San Jerónimo donde todos los diputados tenían la obligación de decir que sí a lo que tocara ese día.

Chica diferencia: no os podríais divorciar en caso de que os casarais, naturalmente por la Iglesia y no por el rito Lauren Postigo vacaciones en la Polinesia. Hasta que la muerte o una bula papal os separase. Y de abortar, ni hablamos, salvo que lo hicierais en la clandestinidad de una sacamantecas que podría fácilmente mandaros a una tumba más grande que la de vuestro nasciturus.

Y no es que no hubiera spas y los veraneos, que no las vacaciones, estuvieran reservados a los pudientes. Asombraos, pero ni siquiera existía Marina D'Or. Nada de meteros en un hotelito a jugar a los médicos. Para ello, sería necesario que exhibierais visiblemente un soborno o un libro de familia en regla. El resto, a pisos de amistades o de estudiantes, en el mejor de los casos o a los meublés en donde la patrona abría la puerta con una palangana de zinc, una toalla rupestre y la indicación del número de cuarto donde, sobre camas calientes de parejas anteriores, podríais escenificar La Gozadera.

La censura, hasta cierto punto, era divertida: convertía a los amantes en hermanos y al adulterio en incesto, por ejemplo. O impedía que un gran filme de Hollywood –El Padrino, Jesucristo Superstar, incluso Star Wars— se estrenase aquí en su fecha, así que habría que esperar un año o dos, hasta que se pronunciase El Vaticano o los sucesores de Camilo José Cela en el Ministerio de Información. No creo que los aprendices de brujo que buscan reinstaurar las tiranías vayan a suprimir Netflix, pero Tarantino lo tendría crudo en un país así y cuarto y mitad Juego de Tronos, sería carne de tijera.

A los poetas los mataban por serlo, o por ser rojos o maricones. La ley mordaza de ahora es chunga, impropia de un sistema democrático, pero aquellas leyes eran peores porque ni siquiera se esforzaban en parecer legítimas

Verán que si ahora los youtubers se van a Andorra para evadir impuestos y los raperos e indepes a Bélgica, para que no les apliquen la extradición por evadir supuestas calumnias al rey o urnas de plástico para un referéndum de juguete, aquella España de pomporrutas imperiales, que cortaba los besos en el cine y del sexo ni hablemos, se repartía entre quienes emigraban con su canasto de mimbre a las factorías de Hamburgo o de Brest y quienes habían huido por tierra, mar y aire hacia un lugar donde no estuviera en peligro su vida. Vamos, que a los poetas los mataban por serlo, o por ser rojos o maricones. La ley mordaza de ahora es chunga, impropia de un sistema democrático, pero aquellas leyes eran peores porque ni siquiera se esforzaban en parecer legítimas.

Si pensáis que un montón de sindicatos son suavones, imaginad uno solo. Que si los partidos son corruptos, suponed lo que corrompía un partido único. Si los jueces de ahora suelen ser fachas, que lo son, el Tribunal de Orden Público –vulgo, hoy, Audiencia Nacional— era un homenaje permanente a Torquemada, aunque al menos nos evitábamos el culebrón del PP sobre la renovación o no del Consejo General del Poder Judicial.

Que las vacunas fueron obligatorias, como la misa en los colegios. Que las becas del Patronato de Igualdad de Oportunidades sólo beneficiaban a notables y a sobresalientes. Que la mili –que la suprimió el PP, madre santísima de las paradojas— podía costarte tres años de imaginarias y, en el mejor de los casos, aguardarte un destino de asistente para hacerle la compra a los oficiales o llevar a sus hijos al colegio por la mañana.

Cuando se habla de franquismo, los viejos del lugar pensamos en garrote vil, estudiantes muertos por un tiro al aire, calabozo de torturas. Pero, aunque nunca lo dijera el Libro Gordo de Petete, la peor tortura era la del aburrimiento cotidiano, los disparos de silencio forzoso y un miedo gore que agarrotaba, en todo momento, nuestra esperanza. Ya veréis vosotros si queréis revivir tan intrépida experiencia. Podéis comprar los tickets en las próximas urnas. Lo difícil será, seguro, cambiar de opinión en las siguientes. El laberinto español, ya lo dijo Gerald Brenan, suele llevar a un callejón sin salida. Pero Brenan no era un dj y tampoco voy a pediros, que si no creéis en vuestro futuro, vayáis a cometer la imprudencia de leer un libro. O este simple artículo.

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