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Mientras se hunde la patera

Imagen de archivo de nmigrantes rescatados de una patera al sur de la isla de Gran Canaria.EFE/ Elvira Urquijo A.

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Mientras zozobra la última patera –o como ahora se les llame--, Novak Djokovik vuelve a Belgrado en loor o en olor de multitudes, o como quiera que hoy se diga; con letreros que le saludan como a un héroe por no vacunarse y por mentir en la frontera. Las autoridades australianas, por cierto, no le devolvieron precisamente en caliente y las suyas le prometen actos de homenaje, medallas al mérito o a la arrogancia.

Mientras la embarcación se va a pique –dos fiambres y cuarenta que pueden serlo, entre mujeres, niños y soldados de la supervivencia sin graduación--, Boris Johnson rinde homenaje parlamentario a los embustes de Pericón de Cádiz y a nuestro rey emérito, cuando aseguraba que se había equivocado y que no volvería a hacerlo. Pero no porque sea un error el Brexit, por las duras condiciones de trabajo para quienes no tengan su pasaporte, por el blindaje del Canal de la Mancha, sino por un quítame allá una fiestuki en Downing Street, una rave de supermercado cada viernes, un botellón de combebencia en tanto que el país guardaba luto por el santo Duque de Edimburgo o por los miles de pecadores muertos por la Covid-19.

Mientras los alaridos suenan en la noche oceánica, Intermón Oxfam publica un informe que confirma lo que ya intuíamos, que bajo la pandemia, los diez más ricos del mundo son mucho más ricos que antes y que al 99 por ciento restante nos ha tocado perder: pobres yates de Puerto Banús zarandeados por el temporal, el terral derritiendo las letras de oro del Nabila, frente al temporal de apagones en el Polígono Sur de Sevilla o en la Cañada Real de Madrid.

Mientras los náufragos esperan un avión marroquí que no llega –Helena Maleno, de Caminando Fronteras, dixit—y un avión español que no sabe llegar, el Rey Felipe VI hace votos porque, en la deseada redefinición de nuestras relaciones con Marruecos, también figure la agenda rota de la inmigración: ¿querrá decir no más demasiada cárcel y redadas, racismo de uno y de otro color, empalizadas inexpugnables, visados que nunca llegan?

Mientras las víctimas empiezan a serlo –26 hombres, 14 mujeres y 3 bebés--, mientras el escalofrío del agua les corta el resuello, la supercopa blanquea a Arabia Saudí, donde los derechos humanos se ahogan también en un mar de espejismos

Mientras las víctimas empiezan a serlo –26 hombres, 14 mujeres y 3 bebés--, mientras el escalofrío del agua les corta el resuello, la supercopa blanquea a Arabia Saudí, donde los derechos humanos y especialmente los de la mujer se ahogan también en un mar de espejismos, arrollados por el tren a la Meca de la corrupción, cuando a los petrodólares nadie es capaz de aplicarles la ley de Extranjería o la de la democracia, ni acudimos a liberarles o a liberarlas como si fueran afganos, iraquíes o libios.

Mientras los muertos –que seguramente ya lo son—dejan atrás un rastro de baobabs y de sueños tan difuntos como ellos, largas travesías, la avaricia de los pasadores, la violación inevitable, los cuerpos como moneda, los recién nacidos que llevan el nombre de Porvenir o de Esperanza, los tanques rondan la frontera de Ucrania, que nos pilla cerquita, pero no sabemos qué ocurre desde hace año y medio entre Marruecos, Mauritania y el estrecho pasadizo saharaui.

Mientras la presión de las corrientes despedaza sus pulmones y apenas recuerdan su tierra esquilmada por antiguas potencias colonizadoras, por dinero fresco de China o de Corea comprando las tierras más fértiles o la energía de sus entrañas, por tiranos propios de los que no saben independizarse después de más de 60 años de independencia, aquí los candidatos se fotografían con vacas, al negacionismo se le suma la variante de las macrogranjas y el fascismo crece, como en medio mundo, me temo que más por nuestros errores que por sus aciertos.

Mientras sus restos hinchados dibujan la geografía del espanto, el mapamundi de la nueva esclavitud, más madera para la guerra de los suburbios, aquí -ya saben- se dispara nuestra indignación por las mascarillas, porque los gobiernos no quieren suprimir el coronavirus por decreto, porque nos piden el certificado de vacunación a la puerta de los bares a pesar de que siempre aceptamos que los gorilas de las discotecas nos echaran para atrás a todos aquellos que no llevábamos el calzado o la pinta adecuados.  

Mientras, la palman sin nombre y sin rostro. Sin papeles pero con familia, entre Guatemala y Guatepeor, con susto o con muerte, sin derecho siquiera al alivio de las estadísticas –nadie conoce su número exacto--, sin la remota posibilidad de despertarse en una chabola ardiendo por el oro rojo de Huelva, sin poder hacer la cola en un ambulatorio desguazado, sin ver el rostro de sus hijos en los carteles de la xenofobia, sin poder exhalar un último suspiro en tierra firme y limitarse tal vez a gritar Boza, mientras les fallan las fuerzas y se echan definitivamente a dormir bajo las aguas. Y los parqués resisten a su hundimiento, porque no son bancos y en la Bolsa no cuenta la inflación de fallecidos.   

Si, ya lo sé, perdonen la demagogia. Pero ignoro su idioma para decir unas simples palabras de consuelo en su funeral sumergido. 

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