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¡Y a mí, qué!

Moreno ha anunciado que el impuesto de sucesiones quedará eliminado el próximo 9 de abril

Isabel Pedrote

Es sabido que los periodos electorales operan igual que un cambio de agujas para el tren de la política práctica y los debates importantes. Lo que de verdad concierne a la vida real de los ciudadanos se manda a una vía muerta, mientras se da paso a las alegrías facilonas de los convoyes de campaña, con vagones repletos de pancartas y gallardetes que engatusan y distraen la mirada de los asuntos de enjundia.

No obstante, a veces, el efecto de los reclamos es dudoso, y es difícil saber si será para bien o para mal, pues la reacción lógica es ¡y a mí, qué! Fíjense, por ejemplo, en el decreto ley que bonificará, sin tope, el impuesto de sucesiones en Andalucía. Anunciado por Juan Manuel Moreno Bonilla con redoble de platillos para el martes próximo, nadie en su sano juicio puede esperar que las muchedumbres se echen a la calle pletóricas de júbilo para celebrar que los herederos que superen el millón de euros -ahora están exentos quienes no alcancen esta cifra- dejen de pagar en adelante al fisco.

Lejos de suscitar las hojas de palma y los aleluyas, este gesto recuerda, más bien, que la pregonada “Bajada Masiva de Impuestos” -que Moreno Bonilla llamaba por sus siglas, MBI, en plan, “léanme los labios”- ha empezado por una élite tan reducida en esta tierra que casi merece un estudio antropológico. Porque la cuestión pertinente es que, por mucho que algunos medios festejen la supresión con grandes alharacas como una conquista épica de la gente corriente, la mayoría de los andaluces, por no decir todos (menos un selecto puñado) ni se va a coscar.

A la oposición de izquierdas, sin embargo, el decreto ley le viene que ni pintado: le permite señalar sin esfuerzo en qué privilegiado sector fija su prioridad el nuevo Ejecutivo regional, que encima ha decidido recurrir a la fórmula de las disposiciones urgentes, como si convertir a Andalucía en el paraíso de las herencias millonarias fuera de primera necesidad.

¿Y las plusvalías?

Según el informe “¿Un ascensor social roto? Cómo promover la movilidad social”, elaborado por la OCDE, los españoles descendientes de familias con pocos recursos podrían tardar hasta cuatro generaciones en alcanzar el nivel de ingresos medio. Esto es: unos 120 años. El mismo trabajo sostiene que en España crece la idea de que las fortunas y ventajas de los padres determinan la vida de las generaciones futuras.

Aunque el impuesto de sucesiones, a decir de los expertos, genera una contribución apenas perceptible en las arcas de las administraciones -en el caso de Andalucía, la Junta asegura que la merma será de 42,5 millones de euros en tres años-, qué duda cabe que este tributo atesora un alto valor simbólico como instrumento para la igualdad y la justicia social. En consecuencia, su eliminación de cuajo podría despertar más reconcomio que satisfacción, sobre todo, cuando el común de los ciudadanos (los que heredan menos de un millón) constate que las llamadas plusvalías municipales están vigentes, y que va a seguir pagando.

Quizás por eso, porque el fruto electoral de esta medida es resbaladizo y tiene un punto harto escamante -convendrán conmigo en que lo que se dice arrastrar a las masas, no arrastra-, el Gobierno se propone dar a conocer en plena campaña los resultados de las 14 auditorías de entes públicos que encargó nada más aterrizar. La bola de la herencia recibida todavía no cubre del todo el Palacio de San Telmo y puede que asome cualquier retazo de lo que se está tejiendo en los Presupuestos, como la subida abortada del precio de las guarderías. Vaya despiste.

El proyecto completo -para cuya aprobación son indispensables los votos de Vox, atentos a este detalle-, no se conocerá hasta que concluya la hilera de comicios. Es decir, que para junio. Toda prevención es poca y conviene hacer caso a los proverbios: quien evita la ocasión, evita el peligro. En línea, Moreno Bonilla dejará que pase la Semana Santa y las elecciones del 28 de abril para asomar por la Cámara autonómica. Es fiel a su pensamiento. “El Parlamento luce lo que luce” y “fuera de Sevilla apenas tiene relevancia”, señaló hace años. Habrá reflexionado, además, en la sabiduría de otro refrán: las armas (en este caso, las parlamentarias) las carga el diablo.

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