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Sobre jueces y sus prestigios

Reunión del pleno del CGPJ presidida por Carlos Lesmes.

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Joaquín Urías, un jurista de prestigio, ha escrito recién una reflexión en CTXT sobre la reputación de los jueces en España. La verdad es que me ha puesto a rebinar pero no es que yo quiera matizar algo, mucho menos corregir. Lo que pretendo, con el pie que me da Joaquín Urías, es complicar.

Hay algunas ideas en el texto más profundas de lo que parecen, aunque no me detendré en todas, solo en algunas. Sostiene Urías, y un servidor, que la justicia española tiene un problema de reclutamiento. Las actuales oposiciones son un ejercicio memorístico doloroso que hace que los jueces que pasan por tal experiencia aparezcan al final de su cursus como seres alejados de la realidad a la que pretenden y deberían acercarse mediante sus sentencias.

Sin duda que, como dice Urías, el esfuerzo produce juristas bien formados en cuestiones técnicas, aunque no buenos jueces, que es otra cosa. Hace ya muchos años, cuando ya pudimos aprobar Derecho procesal y licenciarnos, hubo una estampida en mi promoción. Todos habíamos estudiado la licenciatura, algunos seguimos en los cursos de doctorado, pero otros, no necesariamente los más aplicados, se sumergieron en las oposiciones y hoy son jueces.

Pero es cierto que sería necesario un mejor diseño curricular. Es decir, más estudios, otros estudios, otras complicidades y experiencias. Un ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, así lo entendió, se lo escuché decir en el Hotel Alfonso XIII de Sevilla. Juristas veteranos próximos no salían de su asombro. Valiente el ministro, me decían, y “no le quedan dos pelaos, añadían. Así fue, tras una huelga –de jueces–, una cacería –con otro juez– y algunos intentos de poner un poco de racionalidad judicial, Bermejo dejó de ser ministro.

La manera de reclutar jueces, inamovible por el momento, forma parte de la propia estructura del poder judicial. No se espera una inmersión social y mucho menos que los jueces se sientan parte de la sociedad, en todo caso del poder. Hay una cultura de casta, heredada en un sistema de criaderas, de soleras, que apenas permite que entren en cada promoción jueces díganos del común.

La distancia que acusa Urías entre jueces y justiciables ya la advirtió Montesquieu, que aconsejaba que “los jueces fueran de la misma condición que el acusado para que este no pueda pensar que cae en manos de gentes propensas a irrogarle daño”. Desde luego, Joaquín, una de las mejoras curriculares debería consistir en leer a Montesquieu, tan citado como no leído. Por cierto, que en sus preocupaciones sobre la invasión de poderes, la que más le ocupaba y consideraba más peligrosa era la de los jueces en los demás poderes.

Y ahora el CGPJ. Dizque se deben elegir a ellos mismos, si no no hay independencia judicial. Por tomar distancia, no me voy a referir a la UE, sino a EEUU. Podría referirme a Francia y a las potestades del presidente de la república pero quiá. No voy a pasar por alto, sin embargo, los déficits culturales democráticos de nuestra judicatura. Verán, en estos momentos de desasosiego, los jueces cargan contra el que nombra, el poder legislativo, pero no sobre el que se deja nombrar, el poder judicial, sus titulares. ¿Es ese el ataque a un poder del Estado?

Si ese fuera el problema, el sistema judicial estadounidense que se suele citar como modelo, al menos cinematográfico, habría saltado por los aires. La Comisión Judicial Federal, su CGPJ, se compone de jueces de entre ellos, en efecto, pero no nombra jueces. Los jueces, en EEUU, o son elegidos popularmente a nivel estatal o son nombrados, a nivel federal, Tribunal Supremo incluido, por el poder ejecutivo, con participación del legislativo, el Senado. Además, todos sometidos a destitución. Pero claro, es otra cultura democrática, por supuesto. Lo ha podido comprobar Donald Trump, que, nombrando los jueces que creyó oportuno, creyó que le devolverían pleitesía, pero los jueces, conservadores, en absoluto lo hicieron, de ahí la ira autoritaria del presidente protofascista.

Hay un pasaje en la serie The Good Fight para estudiantes. Un miembro de un bufete, trumpista, es designado juez. En las dudas, exclama: mi legitimidad es total porque mi nombramiento procede de un poder electo y no hay más legitimidad que el poder del pueblo. Otra lección para la deficiente cultura democrática de nuestros jueces. No son un poder electo, su legitimidad no procede de unas oposiciones, sino de la ley y de los poderes electos por el pueblo.

El asunto, querido Joaquín, es más profundo. Recuerdo que un viejo profesor me advertía que no se puede construir la democracia sin demócratas, ni una república sin republicanos. Algo así pasó con los jueces alemanes de la República de Weimar. Eran buenos juristas, pero ni buenos jueces, ni buenos republicanos, como se pudo comprobar, ni demócratas. Cómo terminó la república de Weimar y cómo llegó Hitler al poder así lo demuestra.

Ahora, nos zaherimos porque el Consejo de Europa nos mete las cabras en el corral, permítaseme la expresión leguleya, con nuestra legislación penal sobre aspectos fundamentales de una democracia que se ha venido en llamar plena. Pero no es lo que más me preocupa. Mucho más que seamos un socio incómodo en el Espacio Judicial Europeo. Al fin y al cabo, para legos, el Consejo de Europa no es la UE pero el Espacio Judicial Europeo, sí.

En ese espacio de integración política y judicial, los jueces españoles apenas pueden asomarse a los Pirineos. Ahí queda mi duda sobre si están tan bien preparados o su ideología supera su preparación. En el caso de las órdenes europeas de detención y entrega en el “procés” han demostrado una ignorancia y falta de preparación impropia de Europa. Desde luego, estudios tienen, tiempo y dinero, la reputación es otra cosa.

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