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Los machotes del fútbol

Hooligans

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Cada vez que la selección de Inglaterra pierda un partido aumenta las posibilidades de que una mujer se lleve una paliza. La cosa es tan grave que este domingo, cuando en la tanda de penaltis perdió la final de la Eurocopa, que además se celebraba en Londres, de inmediato se desató una campaña en redes para dar cobijo en domicilios particulares a las mujeres que se encontraran por la calle. No era para menos, una horda enfurecida tomó el centro de Londres, causó daños considerables y, por una vez, funcionando como un solo cuerpo, logró incluso amedrentar a la policía para así defender su derecho al vandalismo futbolero.

En realidad, la orgía vikinga había comenzado antes incluso del partido, cuando miles de hooligans entraron por la fuerza al estadio de Wembley. No hubo manera de contenerles. La furia del borracho futbolero puede con todo cuando tiene el Valhalla al alcance de su mano en forma de 11 contra 11. Luego, ya se sabe, esos hooligans blanquitos se deshicieron en insultos racistas a los futbolistas que fallaron los penaltis, porque su piel no era lo suficientemente pálida.

No son anécdotas. Ese es el ambiente que rodea al mundo del fútbol, por mucho que siempre se hable de algunos aficionados con comportamientos lamentables, varios hinchas indeseables, etc. No, para empezar son hombres, en la inmensa mayoría de los casos, y son miles, como vimos el domingo, que encuentran un cauce institucionalizado, y televisado, a sus instintos primarios. Aún recordamos, entre tantos episodios, aquel “Era una puta”, cántico con el que cientos de seguidores del Betis apoyaron a un jugador acusado de maltratar a su expareja o el “Shakira es de todos”, la pancarta con la que parte del graderío del Espanyol saludó a Piqué.

Los clubes no hacen casi nada por atajarlo. Aquí en Málaga, sin ir más lejos, se acaba de confirmar la condena a unos cuantos miembros del Frente Bokerón que asesinaron a un chaval a la salida de un pub; pero ni el Ayuntamiento de Málaga ni la Diputación, copropietarios del estadio La Rosaleda, exigieron al Málaga CF una limpieza entre su hinchada.

Seguir soslayando esa realidad cada vez que se habla de fútbol es agravar el problema. El fútbol, para desesperación de tantos (y tantas) aficionados cívicos, se ha convertido en la plataforma ideal, casi legitimadora, de la violencia masculina. No ayudan las tertulias televisivas, con esa puesta en escena tan anacrónica, de señoros de puro y copa, ni desde luego la tibieza de la UEFA con los derechos humanos, como quedó en evidencia con el rechazo a que el estadio de Múnich se iluminara con la bandera arcoíris. No ayuda, desde luego que no, la imagen aguerrida que, de manera tan ridícula, pero a la postre tan trágica, proyectan algunas de sus estrellas. No ayuda, en definitiva, que el fútbol siga pareciendo un deporte de tiarrones, comentado en los medios por esos señoros y jaleado en las gradas por delincuentes en potencia.

El mundo que rodea al fútbol se ha vuelto peligroso, y lo vemos a menudo incluso en las categorías inferiores, en los clubes infantiles y partidos amateurs. Nunca he conseguido disfrutar ese deporte, pero imagino que sus amantes lo deben estar pasando realmente mal, y en algún momento tendrán que decir basta. Para eso hace falta la implicación, incondicional y drástica, de tantos sectores... Puesto que directivos y muchos profesionales no parecen por la labor, sino más bien al contrario, estaría bien que fuera una prioridad en la agenda del nuevo ministro de Cultura y Deporte, al que más bien parece que le han tocado dos marías. Pero no es así. Debería ponerse de inmediato manos a la obra. Algo ha mencionado, a propósito de la homofobia y el deporte, en su discurso de toma de posesión. Para ello tiene que contar con el Ministerio de Justicia y el de Igualdad. Si no, el fútbol seguirá siendo ese espectáculo machista, violento y racista que poco tiene que ver con lo que pasa en el campo.

Esta Eurocopa lo ha vuelto a demostrar.

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