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Mirar hacia otro lado

Rocío Carrasco, en un momento de la entrevista emitida en Telecinco.

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Permítanme que insista, es necesario dejarlo dicho tantas veces como sea necesario hasta desarticular la estructura mental y social, asentada desde hace siglos, que sostiene a los criminales que matan –o no dejan vivir en plenitud, que es una forma lenta y sofisticada de matar- a las mujeres: a buena parte de la sociedad española, encontrarse de cara con el dolor y el desgarro de la violencia machista psicológica, asistir a su testimonio y no poder mirar hacia otro lado sin sentirse miserable, le está sirviendo para entender y despertar.

El caso de Ana Orantes –también expuesto en una tele, es decir, en el corazón de la maquinaria de la Sociedad del Espectáculo- fue la primera piedra de toque que hizo despertar al país de su espeso sueño patriarcal. El caso Nevenka Fernández –el pueblo contra ella- nos hizo avergonzarnos como sociedad. El testimonio de Rocío Carrasco, expuesto en sus palabras pero escrito también en el fondo de los ojos, ha supuesto otro hito. Creo que, después de escucharla, muchas personas han entendido perfectamente términos que generalmente tienen nombrajos técnicos (‘revictimizar’, ‘introyectar’, ‘indefensión aprendida’) y que, como cualquier otro lenguaje iniciático, pone lejos a las gentes del común. Mucho se habla de hacer pedagogía en este ámbito, pero algo ha fallado estrepitosamente si muchas mujeres no se han atrevido hasta ahora, hasta después de haber escuchado a Carrasco, a nombrar con todas sus letras la situación que han vivido con alguna pareja o expareja: maltrato.

Por si me está leyendo en estos momentos alguno de esos que se empecinan en sostener que estas afirmaciones estigmatizan al sexo y al género masculino: con ellas interpelo a los maltratadores y quiero hacer pensar a quienes hacen la vista gorda ante sus palabras, obras y omisiones. Estos últimos –salvo los psicópatas subclínicos, claro- no obvian el tema sabiendo el mal que procuran, sino porque ven de lo más normal que el amiguete ningunee o desprecie a su novia; o diga de ella, resoplando, que es una loca del coño; o la deje tirada a kilómetros de casa, o cualquier otra lindeza que vaya restándole, gota a gota, sus capacidades para rebelarse contra la situación. Cualquier acusado de maltrato es presuntamente inocente, no cabe duda. Pero de lo que tampoco me cabe duda es de que todas y cada una de las mujeres somos potenciales víctimas de la violencia machista por la sencilla razón de ser mujeres. A todas, más aún a las que hemos sido criadas en los epígonos de esa ideología que proclama que sin el amor de un hombre y sin hijos no te puedes realizar como mujer, nos puede caer un maltratador encima. Este es el mundo en el que nos ha tocado vivir, y este es el mundo que las personas decentes queremos cambiar, comenzando por nuestras respectivas alcobas.

Entre el testimonio de Rocío Carrasco y una trepanación en directo, los programadores de telemierda siempre elegirán lo que dé más dinero

¿Se imaginan que yo ahora mismo digo lo siguiente?: “Siento interrumpir unos instantes este artículo, pero voy a sortear 12.000 euros. Envíe ya un mensaje al 555 indicando si quiere que liberemos a Jesús o a Barrabás”. Ya lo sabemos, la Sociedad del Espectáculo y su increíble máquina de convertir la mierda en dinero y el dinero en mierda no descansa, y ha sido bajo su carpa central, la de Sálvame, que acoge todo lo aberrante, espasmódico, visceral, histriónico y vil donde, en un triple salto mortal de hipocresía, han proyectado el testimonio desgarrador de una mujer previamente estigmatizada por los mismos contertulios del programa. Esto me ha recordado la escena final de Senderos de gloria: la soldadesca embrutecida vocifera en una cantina hasta que el tabernero saca a escena “la última adquisición hecha al enemigo”, una prisionera alemana que, de pronto, canta una melodía que a todos les parte el alma y les hace recordar lo que importa. Entre el testimonio de Rocío Carrasco y una trepanación en directo, los programadores de telemierda siempre elegirán lo que dé más dinero. Cuán necesitados de catarsis colectiva y humanidad estaremos para que el mayor antiespectáculo del mundo –el dolor que se ha atravesado en silencio- resulte rentable. Lo nunca visto: la revolución, ay Scott Heron, sí será televisada. En un programa telebasura, para ser más concretas. Ningún mérito tiene en ello la ponzoña catódica, ni tampoco en que haya traspasado las fronteras del salseo enjuiciador para ser la punta visible de un iceberg que afecta a muchas mujeres en este país. Todo ello sólo es mérito de la lucha feminista. [Por cierto, a quienes quitan verosimilitud al relato porque la señora Carrasco haya cobrado: por esta vez celebro que no se lo hayan embolsado todo quienes sólo ven negocio en ello].

Mientras pienso en voz alta junto a ustedes, me dice la escritora Aurora Delgado: “A veces el fondo se desborda y va más allá de las formas. La historia de Rocío Carrasco, como la de Nevenka Fernández, nos obliga a revisarnos como sociedad”. Ante el testimonio de Carrasco, sólo quienes carecen por completo de humanidad han logrado esquivar la reflexión acerca de si acaso aún no sabemos ver –o acaso no queremos mirar- las violencias machistas que están más próximas a cada cual de lo que pensamos. De pronto, descubrimos que el perfil de la mujer maltratada no es sólo el que teníamos en mente. A la sociedad española aún le falta dar un gran paso: ver y no retirar la mirada ante el maltrato machista, no transigir con maltratadores y hacer saber a cada mujer que, ante el abuso, la violación y la violencia, nunca más va a sentirse juzgada, ni incomprendida, ni sola.

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