Nuevas caras, viejas formas

En política, ser un candidato desconocido es un hándicap evidente. Pero también tiene alguna ventajas. Una de ellas es poder presentarse ante los ciudadanos libre de ataduras del pasado o de herencias envenenadas. Otra, la capacidad de sorprender, con un discurso distinto, nuevo, que abra otro horizonte ante una sociedad muy quemada y descreída de la política.

Ambos factores los ha sabido aprovechar muy bien Susana Díaz en su hasta ahora fulgurante carrera como lideresa socialista. Ha tomado distancia del escándalo de los ERE y se ha distinguido con un discurso autocrítico hacia los errores cometidos por su partido, tanto en Andalucía como en España, que hasta ahora los ciudadanos no habían escuchado. Y ambas oportunidades las está dejando pasar –al menos de momento- el nuevo presidente del PP andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla.

Que sepamos, la principal sorpresa hasta la fecha de la elección del joven político malagueño ha sido justamente esa: haber sido señalado, al filo de la campana, por el “dedo divino” de Rajoy por encima de un atónito José Luis Sanz. Aparte de eso, el discurso político que ha desplegado hasta ahora, sus argumentarios de campaña y hasta su estilo personal son casi calcados de los de su padrino político, Javier Arenas.

Si uno era en sus tiempos mozos el “niño Arenas”, Moreno Bonilla se refirió en el Congreso a sí mismo como el “chico”. Si el primero entonaba ante Manuel Chaves allá por el 96 aquel eslogan de “paro, despilfarro y corrupción”, el nuevo líder de la oposición habla de “soberbia, paro y corrupción”. Hasta en su acento y su manera de hablar tienen un soniquete parecido, a pesar de ser uno gaditano de Olvera y el otro malagueño afincado en Madrid.

No le están ayudando tampoco sus palmeros políticos en esta campaña de lanzamiento, como el gallego Núñez Feijoo, que esta semana ha rescatado del baúl de los recuerdos ese mensaje de que la Transición no habrá concluido hasta que no haya alternancia en Andalucía, idea que ya expresó él mismo en 2009 en apoyo a Arenas y que Aznar y Mayor Oreja dijeron con otras palabras hace más de diez años.

A Moreno Bonilla solo le falta levantar la ceja para enviarnos de un plumazo de vuelta a los 90. Pero si los remakes no suelen funcionar en el cine –exceptuemos ‘Primera Plana’ de Billy Wilder-, en política aún menos.

Ha sido llamativo leer, en las crónicas periodísticas sobre el congreso del PP de este fin de semana, cómo hasta los medios tradicionalmente más amables con la derecha andaluza eran incapaces de ocultar su decepción ante la escasa chicha del flamante presidente en sus discursos, que echa mano de expresiones un tanto manidas como que ama Andalucía o que se muere por ser presidente de la Junta.

Moreno Bonilla le debe mucho –quizá todo- a Javier Arenas, pero si quiere que el PP tenga opciones frente a Susana Díaz no puede ser un clon de su mentor, sobre el que además planea cada vez más la oscura sombra de la trama Gürtel. Lo ha dicho la propia Esperanza Oña este fin de semana, parafraseando a Einstein: el PP no puede seguir haciendo las cosas igual y esperar resultados diferentes.

La pregunta aún sin respuesta es: ¿repite Moreno Bonilla el mismo discurso de Arenas por falta de ideas propias, por falta de imaginación o por falta de autonomía política? Con cualquiera de las tres opciones, la conclusión es de momento la misma: el PP andaluz sigue teniendo un problema. El riesgo, si no lo resuelve, es que ese viaje al pasado le devuelva también a los mismos resultados electorales de hace una década.