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Con los ojos pitiñosos

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo y el presidente andaluz, Juanma Moreno en la Feria de Abril

Javier Aroca

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Con los ojos pitiñosos me levanté. Ya me imagino a mis editores de aquí y de Madrid corriendo a ver de dónde sale esta otra nueva palabra. De mi agüela, pero hay otra fuente, es fácil: el Diccionario de variantes del español. Se dice también en la Argentina. Lola Pons debería haber conocido a mi agūela Paca, hablaba un andaluz primoroso.

Con los ojos casi cerrados, pegados, que eso significa pitiñoso, herido por la luz después de una Feria de Abril con mucha alergia, albero y manzanilla. Lo contrario que Alberto Núñez Feijóo, al que con la luz de Cádiz se le han dilatado las pupilas. Los casos de Feijóo no son solo un reto para los comunicadores políticos, ahora el gremio de los oftalmólogos está loco por tal fenómeno excepcional. 

La Feria, esa fiesta en la que cientos de miles de sevillanos vagamos como zombies por el albero a ver si nos dejan entrar en alguna caseta aunque sea la nuestra, la de nuestros amigos, familia, vecinos, trabajo o compañeros de algo. Eso es lo que dicen los mesetarios y asimilados, pasmados, además, porque el caballo de una noble que dicen que es modelo haya pisado a una plebeya y con el pase de modelos de disfraces de señoritos forasteros con sus anfitriones de la misma estirpe local buscando flamenquito y pescaditos. 

El maestro que encabeza el populismo rociero es Moreno Bonilla que no se tapa de su irresponsabilidad y oportunismo electoral

En la España de arriba, como denominó el granaíno Ángel Ganivet a las tierras de allende Despeñaperros, se asombran, como el portugués por otras cosas, de que comamos jamón sin ser señoritos y sea la Feria un tiempo laborable. Ahora tocan, creo, otras ferias por criticar. Pobre gente, qué vida tras el visillo. 

Algunos ni se han ido, ya están en la parrilla de salida del Rocío probándose la bata y el batín de recibir en casa. Se preparan y piden lo suyo pero no “tierra y libertad” como dice el himno de Andalucía, sino agua para el vado del Quema que está sequito. El maestro que encabeza el populismo rociero es Moreno Bonilla, que no se tapa de su irresponsabilidad y oportunismo electoral. Propone un decorado fresco, verde, mojado y bucólico para propios y ajenos, para bautizar a los nuevos romeros y refrescar las bajeras calenturientas a los de siempre, ante la indiferencia de los verdaderos devotos rocieros a los que no les hace falta agua para rezar a su reina de las Marismas. 

En otra feria, en una de las fiestas frecuentes de la capital del reino se ha formado el tangai entre los que se quedaron. Pongamos que en Madrid. No saben ni lo que celebran. Dicen las autoridades que es una efeméride popular, claro, el levantamiento del pueblo de Madrid, no de la gente de bien, contra los franceses. Pero allí, en la aridez del escenario madrileño, el protocolo no contaba con el pueblo. Había políticos enredados en protocolos, el borboneo y la nobleza de perfil, quizá para que el pueblo no recuerde que fueron dos borbones, padre e hijo, los que vendieron su corona a Napoleón. Y el Ejército.   

No sé si Margarita Robles sabe que en aquel momento trágico para Madrid, el ejército real estaba ausente, acuartelado

La ministra de Defensa, doña Margarita, es la que parecía estar más cómoda, a lo suyo sin presión electoral ni de los desvaríos y nervioseras propios del momento. Su ejército desfilaba en esa fiesta. No sé si ella sabe que en aquel momento trágico para Madrid, el ejército real estaba ausente, acuartelado, solo unos jóvenes oficiales, un sevillano, un ceutí y un cántabro se sumaron al pueblo. 

Tampoco sé si sabe de su antecesor Gonzalo O’Farrill, ministro de la Guerra con los felones. En el primer gobierno josefino, siguió de ministro de lo mismo con José I Bonaparte. Ministro de y con lo que venga, sean borbones o bonapartes, franceses. Una metáfora para la ministra de este tiempo. Pero la gente bien militar no lo quiere recordar. O’Farrill era, como se decía en la Sevilla de entonces - aquella Sevilla donde mandaba Napoleón, apoyado por militares, clero, nobleza e intelectuales, bien retratada por el insigne historiador Manuel Moreno Alonso -, un papamoscas, un militar afrancesado como otros muchos, pero antes fue lo que le convino. 

Con motivo de esa performance capitalina de mentiras y bulos, bajo la presidencia de la bulera mayor del reino, conviene recordar uno de los bulos más grandes de la historia de España. No había redes sociales, fue la prensa, la de entonces como ahora, no necesitaban internet. 

Para que luego digan compungidos los ilustres defensores de la honorable fraternidad mediática que los bulos son cosa nueva de la red social

Dice el  historiador sevillano Díaz Torrejón que el bulo se originó en la Gazeta Ministerial de Sevilla, por entonces capital de la España resistente, antes de ser durante dos años y medio la ciudad más afrancesada. Otras fuentes involucran a la Gazeta de Granada. Los periodistas patrióticos de entonces le pusieron al rey Pepe Botella, y así, hasta hoy. Pues resulta que José I no bebía, era abstemio.

Que se detuviera antes de entrar en Sevilla en el palacete de la Cruz del Campo no debe llevar a confusión, se debió solo a la buena vista que ofrece de  la ciudad. Para que luego digan compungidos los ilustres defensores de la honorable fraternidad mediática que los bulos son cosa nueva de la red social. 

Y así, con los ojos pitiñosos por la luz cegadora de mentiras y bulos, pasa la vida y no has notado que has vivido, cuando pasa la vida. Y pasa igual que pasa la corriente cuando el río busca el mar… pero no está la cosa para caminar indiferente. Sigo por sevillanas, con Pata Negra.

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