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Los poderes invisibles
La entrevista concedida por Pedro Sánchez a Jordi Évole en La Sexta ha provocado una gran conmoción entre propios y ajenos, sin que se sepa, de momento, aunque se sospeche, quiénes son los propios y quiénes los ajenos. Independientemente de las derivadas orgánicas o del oportunismo, la situación descrita por el defenestrado secretario general es un asunto preocupante. No le resta gravedad la ofensiva de sus compañeros de filas ni la de los nuevos amigos de los socialistas, sumados con entusiasmo a la causa, tras la asonada palaciega. Uno y otros están empeñados en descalificar a Sánchez, señalando, desde su imprudencia a su ligereza, como en reprocharle su escasa valentía en el momento en el que se produjeron los hechos denunciados.
Las acusaciones de Pedro Sánchez de presiones ilegítimas desde una empresa de comunicación, si ciertas, son graves, muy graves. La conducta, al parecer continuada en el tiempo, fue denunciada con más sutileza, en directo, por el ajusticiado en su día, Josep Borrell, víctima de presiones semejantes. Luego, con desatino, en mi opinión, ha vuelto a plantearse por el líder de Podemos, Pablo Iglesias, con ocasión de la conducta inmobiliaria de Espinar, dañando las posiciones mejores en la legítima aspiración al debate sobre el papel de los medios en la política en democracia.
Lo que escribo a continuación son palabras robadas y reflexiones de Norberto Bobbio, un maestro para mí, un referente ético para la democracia. El poder invisible es una enfermedad mortal y moral de nuestra democracia. Se trata de un sistema de prácticas ilegales, a menudo criminales, de relaciones ocultas e inconfesables, de interferencias, intrusiones que, como un río subterráneo, afloran periódicamente. Para Bobbio, los poderes invisibles socavan los fundamentos ideales de la democracia.
La opacidad del poder es la negación de la democracia. Por eso, la democracia es luz, es un poder visible, transparente, ante el público, sometido a su escrutinio, a controles y equilibrios. Lo contrario es la oscuridad, reservada a unos pocos, a los dictadores y déspotas, un arcano sin control democrático. Esos que ponen y quitan dirigentes, hunden o arruinan carreras políticas, desactivan partidos políticos, la voluntad popular, tuercen el río natural y democrático de un país, en beneficio de su propio interés o el de sus descendientes y afines, sin más control que la competencia entre ellos mismos, su voraz darwinismo, en pro de sus talegas insaciables.
Tras el velo de la invisibilidad de estas conductas, con huevos fritos por delante, a veces, o en despachos ultramarinos, maduran y se difunden vicios grandes y pequeños que arruinan las raíces del sistema. Es un verdadero peligro porque, como advirtió Maurice Joly, “las instituciones democráticas no duran mucho si no actúan a la luz pública”. No valen los dossieres, y menos de las agencias estatales, con promesa de intimidación y extorsión, las conspiraciones ocultas en nombre de la razón de estado, los afinados o relajaciones, los periodistas oblatos, la suplantación del poder y de los gobiernos por subgobiernos a la sombra, compuestos por “ministros” ilegítimos, a los que nadie ha elegido y que no se someten a control alguno.
Por debajo, aún más en profundidad, operan los criptogobiernos, la parte más corrosiva de la corrupción de la democracia. Poderosos banqueros, empresarios, financieros, intermediarios cortesanos o empresarios mediáticos, que han sobrevivido a todos los regímenes y se han enriquecido de manera ilícita y dinástica, con monarquía, república, dictadura y transiciones a la democracia sin acabar - las que consideran su negocio particular-, consiguiendo en la oscuridad, unos beneficios ilegítimos que a la luz pública no serían capaces de lograr, so pena de dar con sus huesos en la cárcel, en la transparencia de una democracia ideal, por supuesto.
No tienen escrúpulos, no dudan en desestabilizar y arruinar la reputación de personas e instituciones, sea la libertad de expresión, la Justicia, la Hacienda o la Seguridad Pública, si hace falta; el miedo y la manipulación son sus armas, la compra de voluntades, una de las más refinadas; para ello, necesitan siempre cazar brujas, depurar opiniones disidentes. El complot, o el golpe, si necesario, es la más letal de sus armas. Donde hay un tirano, hay un complot y, si no, se lo inventa.
A sus leales les prometen y conceden posesiones, privilegios y generosas regalías muy por encima de sus valías personales y posibilidades; les seducen con sus oropeles pero, eso si, les exigen incondicionalidad, responsabilidad y prudencia. La prudencia de la serpiente que decía Baltasar Gracián, es decir, la de saber callar. Pero, en hablar, en hacer la luz en la oscuridad que esconde la intimidación y la corrosión de los valores democráticos, reside un acto de gran patriotismo, aunque éste te condene a la retirada y te ciegue la vía de las puertas giratorias. Callar, aun solo por el hecho de no haber tenido antes la valentía de haber hablado, puede constituirse en un acto reincidente de una profunda y mayor cobardía y, desde luego, una traición a la democracia. Amén y muy agradecido, don Norberto.