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Silencio, se tortura

Migrantes reubicados por Protección Civil griega de forma temporal tras el incendio de Moria en Lesbos.

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Cinco años después de “la crisis de los refugiados” arde Moria y Lesbos vuelve a primera plana. Y desaparece rápido. Como si el fuego fuera el final. Aviso: el infierno continúa. Y va a empeorar. Igual que se sabía que Moria era una bomba de relojería, ahora es obvio que algo peor que el incendio ocurrirá si no se saca de la isla griega y se reubica de forma segura y digna a las 13.000 personas que huyeron tanto de las llamas como de la infección de covid que empezó a correr como la pólvora, de uno a treinta y cinco enfermos en horas. Van 200.

Sé que el tema agota. Yo que estuve en Moria en 2016, cuando se hacinaban 3.000 personas, aunque la capacidad era de 2.000, yo que en 2018 no podía creer al entrar, ¡el agolpamiento de 7.500, muchos niños y ancianos, enfermos, entre aguas fecales!, yo que he escrito artículos, reportajes, entrevistas, el libro El granado de Lesbos, el guion de Contramarea, la campaña #AcojamosALosRefugiadosYa yo tampoco he clamado cada semana que la situación empeoraba hasta ser 4.000 solo los niños en ese campo de concentración y tortura de Europa. Porque eso es lo que ha sido Moria. Y lo que será el emplazamiento sustituto de la playa de Kara Tepé que tanto recuerda el infame campamento de republicanos españoles en la francesa Argèles-sur-Mer. No quiero hartar, sino que reaccionemos.

Moria no es casual. Ni es casual que la denuncia harte. ¿No hemos vivido lo cansino que el poder ha hecho parecer siempre en España lo referido al golpe de Estado a la II República, la guerra franquista y la dictadura? Gracias al olvido el fascismo ha estado camuflado hasta cogernos por sorpresa y volver a los parlamentos a cara descubierta.

La llegada, de 2015 a 2016, de ochocientas mil personas a Europa cruzando el Egeo a Lesbos esa sí que no fue la sorpresa que las autoridades europeas nos vendieron. Tenían informes de que la guerra siria, que estalló en 2011, había puesto en marcha un éxodo que nos llegaría. Por eso acondicionaron la cárcel militar de Moria, y empezaron a meter a dos, tres familias en tiendas iglú y, cuando ya no cabían, en contenedores industriales y, cuando, ni eso bastaba, apilaron los containers como rascacielos, sin poner más retretes ni duchas de los calculados para 1.000 encerrados. La comida se repartía al final de un pasillo jaula, en teoría, para que la gente no se peleara por las raciones escuálidas.

En Moria –nombre del monte donde Abraham fue a sacrificar a su hijo Isaac- han estado metidas 13.000 personas, 4.000 niños, 400 sin familiar adulto al cargo. Hemos permitido que estuvieran. Pese a advertencias como las del psiquiatra Alessandro Barberio, de Médicos Sin Fronteras que decía que en toda su carrera en crisis humanitarias, nunca fue “testigo de un número tan abrumador de personas con enfermedades mentales graves”, la mayoría con “síntomas psicóticos, pensamientos y tentativas suicidas”. Barberio alertaba de que esas víctimas de “extrema tortura y violencia en sus países y el viaje (…), en su prisión en Lesbos, se ven forzadas a vivir en un contexto que promueve violencia, incluida la sexual y de género y afecta a niños y adultos”. Lo denunció ¡en septiembre de 2018! Y el sufrimiento ha seguido, encarnizado con las mujeres.

Europa, faro de hipocresía

La Unión Europea y los gobiernos de los países miembros nos han hecho sentir impotentes. Que todo era demasiado difícil para arreglarse. Mentira. Basta voluntad política. El ejecutivo de Rajoy incumplió el acuerdo de acogida de 2015 para traer a 17.680 personas (habrían sido dos por localidad). Pero qué decepcionante que el actual de PSOE y Unidas Podemos no ofrezca no ya reubicar a los 1.500 refugiados que ha aceptado Alemania sino, ni a decenas de niños –Alemania y Francia aceptar un centenar cada uno y el resto se repartirán entre Bélgica, Finlandia, Eslovenia, Croacia, Portugal, Luxemburgo, Países Bajos y Suiza.

¿Y ahora? Pues el plan de Europa tiene dos partes, impulsar desde Bruselas un pacto migratorio tan políticamente correcto como vacío de compromiso e inversión y, mientras, obligar a los ex internos de Moria a entrar al redil que ACNUR ha construido en la playa de Kara Tepe con tiendas para 5.000 de los 13.000 pero donde ya han metido a 9.000 y se han registrado 200 contagiados ¡En una playa sin sombra ni refugio de la lluvia! ¡Sin agua corriente, ni electricidad! ¡Sin medidas anti-covid! ¡De educación para niños que si llegaron con 10 años hoy tienen 15, ni hablemos!

Es tan evidente que este desvarío lleva a la tragedia que solo cabe asumir que es premeditada. Tras el encierro, el sufrimiento y la tortura habrá una catástrofe. Se busca la muerte. Que mueran en masa. Que lo veamos y nos demos cuenta horrorizados de lo poco que vale la vida humana incluso para la flor y nata del continente que ejerce de faro de los derechos humanos. Se busca hacernos cómplices de este holocausto que puede llegar porque el covid arrample con los migrantes o porque el miedo al extranjero como foco de contagio propicie ataques fascistas de un Lesbos que ha sido solidario.

Si no reaccionamos y, entre nuestros legítimos miedos sanitarios y económicos, defendemos los derechos humanos, nuestra indiferencia será cómplice del paso de campo de tortura a campo de exterminio. Con las consecuencias sobre los inmolados. Y sobre la deriva de nuestra especie. Aún podemos evitarlo.

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