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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs
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La vieja normalidad

Nueva normalidad en Andalucía

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Y, por si fuera poco, la fiebre bubónica: en plena desescalada, alarmados por los rebrotes de la Covid 19 y por los cuatro jinetes del Apocalipsis, las noticias de que aparece también en China un foco de la epidemia que despobló al mundo hace siglos, se cruza en los informativos con la inevitable bienvenida al mundo de siempre, antes y después del coronavirus, pasen y vean, las mismas costumbres, igual desmemoria, la sonrisa panoli de que no pasa nada y todo va a salir bien, como oímos en los telefilmes.

Cuchipandas masivas, manifestaciones cívicas e incívicas, barbacoas de familia numerosa, libertarios de opereta que celebran por sus huevos fiestas prohibidas por peligro de contagio. Hale-hop, España sigue aquí para quedarse. Seguimos manteniendo las constantes: sólo nos preocupó el Ébola cuando aterrizó en Barajas. Ahora, ni eso.

Henchidos de aplausos a las ocho, embistiendo como toros que salen del chiquero, ahí estamos de nuevo, olvidándonos las mascarillas por más que vaya a terminar diseñándolas Jean Paul Gaultier y asistiendo tan sólo un puñado de ilusos a las manifestaciones de apoyo a los que nos han salvado la vida y a los restos del sistema hospitalario que lo hizo posible.  

Ahí persistimos, estrechando la distancia social con quienes pretenden que prevalezcan los beneficios económicos y aislando a aquellos que creen que serán baldíos sin personas para disfrutarlos. Susto o muerte: depresión o cementerio. ¿Dónde está el comodín del público?

Volvamos a los clásicos: Steven Spielberg ya nos ilustró sobre las prioridades de los prebostes de pueblos playeros cada vez que aparece en el horizonte la aleta de un tiburón asesino. Un leve inconveniente en la hoja de resultados, por un quítame allá 28.000 posibles bañistas muertos, le dirían a Roy Scheider si rodaran un remake ibérico de dicha película. Habíamos basado en el turismo la mayor fuente de ingresos de este país: ¿qué haremos cuando nos demos cuenta de que ya no hay turistas o que ya no hay tantos? Volver a la situación anterior se nos antoja difícil: antes de todo esto, imitar al Grand Tour de la burguesía decimonónica había calado como prestigio social hasta en la clase trabajadora, pero ahora cualquiera que viaje al extranjero parece un yihadista contagioso. No se quién va alojarse en el hotel de Los Genoveses o en la urbanización de Valdevaqueros.

No sé si la nueva normalidad ha calado en nuestro sabio pueblo pero la vieja tiene todos los papeles en regla y no está dispuesta a irse. El capitalismo, a lo largo de su historia, ha fomentado firmes valores como la avaricia, la envidia, la ley del más fuerte y otros pecados capitales. Sin embargo, los cuidados sanitarios no suelen figurar en su hoja de ruta; como bien demuestran los sistemas de salud pública en los países campeones del neoliberalismo a ultranza, que tal es el caso de esa entrañable nación a la que llamamos Comunidad de Madrid.

Bienvenidos a la España de siempre, pero 2.0. Hoy, cualquiera puede encontrarse a un community manager en la cola del banco de alimentos. Quienes pasaron el confinamiento hacinados en la parte trasera de una furgoneta de tercera mano, siguen en el mismo sitio. Pero Donald Trump nos confirma que la mayor enmienda a la Constitución de los Estados Unidos y al acta fundacional de Naciones Unidas es la de tanto tienes, tantas vacunas compras.

El Ingreso Mínimo Vital no llega a la renta básica, pero menos da una piedra, aunque para percibirlo haya que reunir más requisitos que para opositar a notarías y parezca que vamos a invertir más recursos en perseguir su fraude que en ampliar su espectro. No sólo no amparamos con todas las de la ley a los inmigrantes que también han sufrido la pandemia pero sin documentos, como en aquella vieja canción de Los Rodríguez.

Los temporeros de los alrededores de Lleida –en la comarca tan confinada en sí misma que hubiera inspirado a Juan Rulfo--, ya vivían en condiciones deplorables y ahora nadie parece darse cuenta todavía de que ese mar de asentamientos que recorre las principales plantaciones agrícolas del país, no sólo constituye un peligro para sus vidas sino para la salud de todos.  Ya lo dijo un jefe hace años en el Poniente de Almería: en los invernaderos, todos son pocos; en la plaza del pueblo, todos son demasiados. Antes y ahora, ahí continúa la gente robot, desmontables tras la jornada laboral y encerrada en cajitas hasta la jornada siguiente: como las siete mil temporeras marroquíes, contratadas de urgencia para una cosecha confinada y confinadas ellas ahora en una situación miserable, que ya ha denunciado la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, con la práctica ausencia de ayudas para sobrevivir y las fronteras de su país cerradas a cal y canto.

No sé si la nueva normalidad ha calado en nuestro sabio pueblo pero la vieja tiene todos los papeles en regla y no está dispuesta a irse

Los reyes pasan de Las Hurdes de las Tres Mil Viviendas de Sevilla a la plácida molicie del paseo marítimo de Benidorm, en un plisplás modo zapping. Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero. Quizá los versos de León Felipe estuvieran inspirados en los viajes de la realeza, tanto cuando decíamos que éramos normales y ahora que sabemos ya que no lo fuimos nunca. Mientras la aristocracia saca pecho con obras de caridad, los maestros de este país se esfuerzan en censar a los niños con y sin ordenador, con o sin wifi en casa, por si las clases vuelven a ser telemáticas y buena parte del alumnado no pudiera acceder a ellas porque, por si no lo saben, las brechas tampoco se han ido, ni la informática, ni la salarial, ni la de género, ni la de las clases sociales.  

Somos como éramos pero presiento que estamos mutando a peor. Si la Unión Europea barruntaba caída en barrena tras el Brexit, la crisis de los no refugiados y excepcionalidades en materia de derechos como la de Hungría, ahora corre el riesgo de romperse de nuevo entre los países brutales y los que nos tostamos al sol del Mediterráneo: como no haya un plan Marshall, aquí no cabe un plan B. Si en julio no se pone en marcha la máquina del dinero, la maquinaria europea será la que corra el riesgo de pararse, con tres de sus primeras economías al borde de la bancarrota.

La OCDE aplaude los esfuerzos del Gobierno español para intentar evitar una debacle en materia de empleo, pero vaticina que como cunda un rebrote masivo, el paro podría situarse en torno al 40 por ciento de la población. Ya están colgando de sus racimos las uvas de la ira.

No quisiera imaginar lo que hubiera sido afrontar esta crisis con un Gobierno conservador o ultramontano –entre hilitos de plastilina, vivas a Honduras y reformas laborales como las que no hay manera de derogar aún ahora--, así que celebro que La Moncloa haya sacado esta vez adelante los cuidados paliativos que necesitan los autónomos, los currantes, los parados o los nadie y que cuando el crack de 2008, se destinaron exclusivamente y a fondo perdido a bancos y a grandes empresas. 

Sin embargo, aunque las desconozca, supongo que tendrá sus razones el ejecutivo de coalición para evitar que ayuntamientos y diputaciones arramblen con sus superávits cuando se tratan de las primeras ventanillas del Estado en la zona 0 de este despropósito: la de los habitantes y transeúntes ordinarios de nuestro mundo, los que tienen que pagar la luz y el agua aunque no haya como hacerlo, los que no tienen ni calderilla para el bus ni un techo a mano. Lo normal, lo de toda la vida, los que también necesitan respiradores pero de otro tipo.

No es normal la nueva normalidad: también es capitalista, porque permite quitarse la mascarilla pagando en un bar, aunque no deba hacerse en un banco del parque, gratis total. Permite apretujones en el transporte público, pero no llenar todas las butacas de los teatros. En fin, también nos hace creer que lo peor ha pasado. Tampoco la vieja realidad era muy normal. La de la ley mordaza y la patada en la puerta. La de los desahucios y las hipotecas que nos atan al banco de las galeras burguesas. La de la economía sumergida entre mafias turbulentas, la del timo de Rumasa o el de las estampistas. Al día de hoy, sigue siendo por desgracia lo único cierto.

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