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ZP no le ha hecho ningún favor a Susana
No tuvo su mejor día Hillary Clinton cuando casi en la recta final de la campaña presidencial proclamó que la mitad de los seguidores de Trump encajaban en la definición de “cesta de deplorables: racistas sexistas, homófobos, xenófobos e islamófobos”. Tampoco lo ha tenido el expresidente Zapatero al declarar el lunes –en Barcelona nada menos– que en Cataluña hay prejuicios contra Susana Díaz por ser “andaluza y mujer”, unos recelos que, ha dicho, no se dieron con el también sevillano Felipe González, con Rubalcaba o con él mismo, nacido en León.
El principal error de ZP no ha sido, siendo estrictos, haber dicho algo que sea radicalmente incierto. Tampoco fue ese estrictamente el mayor error de Clinton, no nos engañemos. Yo estoy entre quienes piensan que, entre los muchos reproches políticos (perfectamente respetables) que se pueden hacer contra la presidenta andaluza, sobrevuela, no siempre pero sí más a menudo de lo aceptable, un tufillo clasista y también dejes machistas. En especial de Despeñaperros para arriba, pero no solo. Tampoco nos sorprendamos. ¿Cuándo ha dejado España de ser clasista y machista, o me he perdido algo?
La verdadera pregunta que me hice entonces, y me hago ahora, es: ¿en qué manual de estrategia electoral han leído cualquiera de los dos, Clinton o Zapatero, que la mejor forma de ganarte el voto de alguien es ofenderle en toda su cara? ¿No lo aprendimos ya con lo de “tontos de los cojones” del alcalde de Getafe? ¿Y por qué circunscribirlo a los catalanes? En EEUU, muchos republicanos, también los moderados, se sintieron ultrajados por las palabras de la candidata. Y no pocos demócratas de los estados de interior. Ahora estoy convencida de que en Cataluña a una buena parte de militantes socialistas, entre ellos probablemente también seguidores de Díaz, les habrá sentado como un tiro el comentario del expresidente. El PSC, sin ir más lejos, ha emitido un comunicado para expresar su malestar.
No ha sido el único error. Creo que la segunda equivocación de Zapatero ha sido situar en el terreno del victimismo el relato de una candidata cuyo discurso de campaña se ha centrado desde el primero momento en su confianza, en sus ganas y en su capacidad para ganar. Frente al amargo relato de rey destronado de Pedro Sánchez, presa de la traición y las confabulaciones del aparato, Díaz ha presumido siempre de su talento para la victoria.
¿Puede haber algún beneficio de este giro argumental? ¿Acaso puede permitirse la andaluza prescindir de los 14.000 votos que se juegan en Cataluña en estas primarias? ¿Persigue quizá este discurso movilizar por la vía del sentimiento de agravio a los militantes de la mitad sur de España, donde se juega una parte crucial de esta cruenta batalla por el liderazgo del PSOE? ¿O ha sido simplemente una ocurrencia de Zapatero?