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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

¿Qué buscan las imágenes extremas? Sobre el ocio desviado en Internet

Profesora Doctora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla.
Internet, internauta, teclado, conexión a internet, oficina, trabajar, teletrabajo, ordenador, red.

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Hace pocos días nos afligió el caso de Antonella Sicomero, en Sicilia, niña de 10 años hallada muerta con el cinturón de su bata al cuello, y evidencias de sofocación. Su teléfono móvil revelaba que había asumido un reto viral de resistencia, Blackout challenge, lanzado al público juvenil desde la plataforma lúdica Tic-Tok. Esta estirpe de juegos, recordaremos, tuvo origen, en 2014, con el Ice Bucket Challenge lanzado a favor de una enfermedad rara, la ELA, que puso a derramar hielo solidario sobre cabezas de chicos y mayores. Popularizado el desafío como formato de ocio, en 2016, un estudiante ruso creó el juego de la Ballena azul, globalmente distribuido vía Twitter, YouTube, Reddit o Tumblr, que ya incorporaba un siniestro surtido de incitaciones auto-mutilatorias y suicidas. En 2017 se impuso al responsable una pena de tres años de prisión, condenado como inductor al suicidio en los dos únicos casos comprobados. El amargo caso de la niña Antonella ha precipitado el bloqueo italiano de Tic-Toc a la espera de dirimirse responsabilidades, siendo palmario que sus filtros de acceso no estaban activos o eran apenas formularios.

Una noticia así empasta, más que contrasta, con otra también reciente, ahora española, sobre la detención policial del conductor kamikaze que conducía a más de 165Km/h por vía urbana, habiendo subido a Instagram y Tic-Toc los vídeos de tres conducciones temerarias entre fervorosos likes de sus seguidores. Ambos sucesos son caras de la misma moneda, corrosiva, con que pagamos al inmenso Internet un tributo de riesgo y victimización.

Sin embargo, como nos recuerda Baricco, Internet nació como reacción democrática, verdadero robo del fuego a las culturas elitistas y sus selectos cenáculos que, a la hora –histórica- de la verdad, no habían sabido preservar la civilización frente a la sinrazón genocida del siglo XX. Con Internet, el cercado se rompía: la humanidad entera, al margen de raza y condición, era invitada a escudriñar el Universo; las mujeres circularían sin miedo por claras avenidas virtuales y cada cual tendría abiertas las herramientas de producción cultural.

Las imágenes desviadas son exhibicionismo, postureo. Portan versiones idealizadas de un ego que aspira a complacerse sobre la mirada ajena. Los delincuentes lucen en la red el músculo de sus destrezas victimarias aún al coste de ser identificados

Con Internet eclosiona, en efecto, el creador popular, el pro-sumer, flamante productor/usuario de fotografías y video-grabaciones destinadas al consumo virtual: todos hoy creamos y virtualizamos imágenes. Pero en la profusa Internet, a medias entre selva y gran bazar, la producción de imágenes desviadas se ha reservado un lamentable nicho. Entre estas imágenes se cuentan los selfies de auto-puesta en riesgo (así los tomados en altura o abismales, los balconistas de la juerga turística, los ferales, cercanos a fauna peligrosa, o los de último minuto, que pueden circular con carácter póstumo, tras producirse un resultado mortal). En los retos virales el riesgo se versiona como alegre trapisonda, como en el caso de las fórmulas musicalizadas que comprometen la seguridad vial: en el alegre Ghost riding the whip, el conductor pone el coche en modo automático -el fantasma- y se hace grabar bailando sobre la vía o encaramado al techo. El dolo es inequívoco, en otras ocasiones y formatos, sin que por ello la alegría decline para las alegres muchachadas que difunden sus peleas, bromas humillantes y, por supuesto, sus joviales violaciones. Por su parte, las plataformas Live permiten ahora atender, en vivo, prácticas sexuales con menores, siguiendo las instrucciones del usuario y sin dejar materiales comprometedores. En sentido estrictamente cultural, los tanato-selfies o de turismo oscuro hacen su particular boicot a la empatía victimológica: una auto-foto aventurera contra un fondo de caos, pobreza o devastación, o el risueño selfie ante el horno de exterminio, perpetúan por su cuenta la banalidad del mal.    

Mitchell, el gran experto de la visualidad, invita a pensar qué pretenden las imágenes, qué destino asumen, qué voluntad. 

Las imágenes desviadas son, esencialmente, performaciones, exhibicionismo, postureo. Portan versiones idealizadas de un ego que aspira a complacerse sobre la mirada ajena. Los delincuentes lucen en la red el músculo de sus destrezas victimarias aún al coste de ser identificados. En Estados Unidos, coquetos delincuentes se han indignado a cuenta de fotos poco favorecedoras publicadas en webs de busca y captura, remitiendo entonces ellos sus propias selfies con las que, al cabo, facilitaban su detención. 

Las imágenes desviadas quieren agradar, entretener, dar juego. En lo que llama Lipovetsky cultura trans-estética, prevalece la expresión ligera y distendida, todo es belleza risueña, nada vale que sirva como lastre o sujeción. Estamos en el campo criminológico del llamado ocio desviado (Deviant leisure), que abarca fenómenos socialmente dañinos por afán recreativo, y el goce del buen ratito (al margen del posible negocio de terceros). El ocio desviado se desparrama hoy por Internet, y ocupa –okupa- la creciente atención de internautas ensimismados. Ningún pecado mayor que tomarse algo demasiado en serio, la vida, menos que nada. Burla, burlando, los planos valorativos se barajan, lo sagrado se zambulle en lo profano, el arte mayor se disfraza de menor, y lo serio solo se acepta entre chistes, como haciéndose perdonar. Se trata de la premisa, de origen romántico, un día formulada por Gautier: la barbarie plutôt que l'ennui, mejor la barbarie que el aburrimiento.

En Internet, la gloria posible es la viralidad, forma de eternidad embutida en pocos instantes eufóricos. Es difícil obtenerla, por cierto, en las aglomeraciones de Internet, uno de esos no-lugares descritos por Augé

Las imágenes virtuales, como materiales de cultura, quieren, sobre todo, trascender, ansían la perduración del horaciano non omnis moriar (no moriré del todo). Pero en Internet, la gloria posible es la viralidad, forma de eternidad embutida en pocos instantes eufóricos. Es difícil obtenerla, por cierto, en las aglomeraciones de Internet, uno de esos no-lugares descritos por Augé, donde todos transitan presurosos en busca de una puerta, un destino. El vampiro de lo viral sabe que el torrente humano no se detendrá por verlo posar ante la Giralda o sorber con estilo su piña colada. Hace falta un refuerzo expresivo, una extraordinaria contorsión que vigorice el producto. 

El afán de perduración desviada hace aflorar el moderno erostratismo: Erostrato fue un hooligan extremo del 356 AC quien, por hacerse memorable, llegó a quemar el Templo de Diana, una de las maravillas de la antigüedad. Hoy, el Eróstrato virtual se haría enseguida unos tremendos selfies contra las ruinas humeantes y enseguida los subiría a Instagram, Snapchat o Flickr. El erostratismo emerge en nuestros días como un nuevo motivo, comunicativo, que induce a asumir absurdos peligros o perpetrar delitos de especial gancho expresivo orientados a su divulgación virtual. La victimización es el gran aliciente. En la Historia del Arte, las imágenes se aseguran la supervivencia aplicando la “solución del sufrimiento”, esa pathosformel nombrada por Aby Warburg. Por desgracia, también para las imágenes desviadas representar el dolor de una víctima, con la espontaneidad del realismo ejecutivo, es un atractivo fulminante, una triste garantía de viralidad. 

No podemos desentendernos, por difícil que sea conjurar el hechizo de la imagen desviada. En estos tiempos de pandemia, cuando crece la exposición virtual de los menores, se impone exigir mejores filtros, control y responsabilidad a las plataformas. Los curadores, o gestores de contenidos, deben desplegar una supervisión menos abúlica de la adecuación de materiales, comprometidos, como están, en un rol penal de garantía.

Aun eso será poco en un mundo óptico-centrado, como el nuestro, donde uno vale por cuanto es visto. El cultivo social de la mirada ha de abrirse espacio en nuestra agenda cultural. Solo a modo de ejemplo, un formato de cine-forum, relanzado, podría apoyar la integración victimológica de las narrativas visuales que nos cercan; talleres de análisis visual nos acercarían al reconocimiento de las expresiones emotivas universales, de las que hablara Darwin; el Arte podrá prestarnos metodologías (así, el célebre ICONCLASS, de Panofsky) para calar el contenido simbólico de la imagen; de los recorridos contemplativos por museos y exposiciones (más allá de lo turístico) a los itinerarios virtuales preventivos, la sociedad precisa abrirse a un más agudo discernimiento visual, entrenado por familias, escuelas, universidades y sistema penal. Se trata, en suma, de crear hábitos para asimilar la bondad de lo creativo -y lo recreativo- frente a lo erostrático: que sea menos fácil confundirse entre representaciones de juerga erótica y genuina victimización. Quizá, por usar las palabras de Nuncio Ordine, sea ésta la portentosa utilidad de lo inútil, que las humanidades puedan proporcionarnos. 

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