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Por qué la guerra contra el Estado Islámico nos concierne a todos
Tras los atentados del 13 de noviembre en París, el presidente François Hollande prometió “destruir” el Estado Islámico. De inmediato, los aviones franceses intensificaron su campaña en Siria contra la organización. Menos de un mes más tarde, el Frente Nacional vuelve a ser el partido más votado de Francia, esta vez en las elecciones regionales. Y al mismo tiempo, el espacio Schengen, el resultado más tangible de la integración europea, está más amenazado que nunca, por el miedo de que se nos cuelen yihadistas entre los refugiados. ¿No será que esta guerra no se está librando sólo a golpe de bombas en los desiertos de Oriente Medio sino también, y sobre todo, en nuestro día a día?
El Frente Nacional y el Estado Islámico coinciden en una cosa fundamental: la visión de la humanidad según un sistema de identidades estancas e incompatibles. El primero, con su defensa de una Francia idealizada de los años 50, homogénea cultural y étnicamente, en la que el republicanismo tiene valor de religión. El segundo, presentando su “califato” como la patria universal de los sunitas piadosos, deseosos de vivir un islam genuino, en un territorio libre de los “infieles” alauitas, kurdos y chiitas, a los que las potencias occidentales han convertido en amos y señores del acceso al mar en Siria, las montañas y el petróleo, respectivamente (tal y como señala un valiosísimo documento interno recién filtrado por el Guardian).
En esta tarea, unos y otros se han visto ayudados (al menos en Francia) por medios de comunicación de lo más respetable, que de forma a veces sutil y otras veces descarada no dejan de presentar el islam como un cuerpo extraño e indigerible. Sin embargo, cuando uno lee el Corán, Mahoma no deja de presentar su religión como la recapitulación y culminación de los dos grandes monoteísmos precedentes, el judaísmo y el cristianismo. ¿No sería por ello más fecundo considerar el islam como el tercer capítulo de un mismo libro? Por otro lado, ¿no ha tenido esta religión una presencia continua desde hace siglos en Europa, que la hacen parte integrante de la historia y la intimidad de sus habitantes?
Ni a la ultraderecha francesa ni a los yihadistas les interesa que la gente caiga en la cuenta de algo tan básico. Si uno pudiera hacerle la pregunta a los dirigentes de Daesh, quién sabe si no responderían que, estratégicamente, les conviene que suban partidos como el Frente Nacional, que con su retórica contra los musulmanes contribuyen a alimentar el terrible malentendido de Europa con el islam, tan fecundo para el reclutamiento de más y más yihadistas.
La guerra contra Daesh en Oriente Medio es, en primer lugar, una guerra ideológica que deberán ganar los sunitas, sin lo cual ninguna intervención occidental será capaz de lograr gran cosa. De nuestro lado, en Europa, habremos perdido la guerra si sucumbimos a la engañosa añoranza de una época de identidades macizas, exclusivas y excluyentes, que se heredan por nacimiento. Ahí nos lleva el efecto combinado de la ultraderecha, el cierre de fronteras, tan de moda estos últimos meses en Europa central, y la estrategia de los terroristas de dividir a la gente según su origen religioso o étnico.
La globalización podrá haber causado muchos quebraderos de cabeza a nivel económico, pero si algo positivo ha producido, en particular en Europa, es la apertura de fronteras políticas y esa posibilidad tan humanizante de no poseer una sola identidad, monolítica, sino varias, entendidas como una serie de capas que se complementan y enriquecen. Modernidad o regreso imposible al Antiguo Régimen, he ahí la gran batalla de nuestro tiempo.
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