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La inteligencia artificial afectará a nuestras vidas

Los expertos de la alianza alertan de los riesgos de un mal uso de la inteligencia artificial.

Miguel Toro

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La era de la inteligencia artificial generativa ha llegado de verdad. Los bots de charla de OpenAI, que utilizan la tecnología de los grandes modelos de lenguaje, dieron en noviembre la señal de salida. Ahora apenas pasa un día sin que se produzca algún avance espectacular. El sector de la música se vio sacudido hace poco por una canción creada mediante inteligencia artificial, un concurso de pintura en Estados Unidos fue ganado por una obra generada por Inteligencia Artificial. Los programas que convierten texto en vídeo están creando contenidos bastante convincentes. Dentro de no mucho, productos de consumo se conectarán a los bots de OpenAI, lo cual permitirá encargar comida o contratar unas vacaciones escribiendo texto en una casilla. La revolución tecnológica que esto implica afectará a los empleos y su distribución entre los diferentes países y dentro de un país entre las diferentes regiones.

Por otra parte, el cambio climático y la pérdida de biodiversidad son las dos amenazas más graves de nuestro tiempo, que pueden llevar a un colapso socio ambiental de nuestra civilización y de las sociedades humanas. Evitar un cambio climático catastrófico, como el que produciría un calentamiento global superior a 2º C es el principal desafío de nuestro tiempo. La transición energética, ecológica y económica que esto implica es de tal magnitud que requiere un profundo cambio para numerosas actividades económicas y centros productivos, que deberán ser abandonados, sustituidos o transformados en todos los sectores: la energía, el transporte, el urbanismo, la edificación, la industria y el sector agroalimentario.

Los servicios jurídicos, la contabilidad y las agencias de viajes se sitúan a la cabeza de las profesiones con más probabilidades de salir perdiendo.

La era de la inteligencia artificial se está solapando con la necesidad de una transición energética, ecológica y económica hacia un mundo más sostenible. Se trata de un cambio radical en nuestras formas de producir trabajar y consumir que, junto a enormes beneficios, podría tener efectos sociales adversos que habrá que evitar.

En el caso del empleo, aunque las nuevas actividades crearán muchos empleos, los que se crean no lo serán necesariamente ni en el mismo momento ni en el mismo lugar que los que se destruyan, lo cual podría crear localmente pérdidas de actividad económica y empleo que pueden ser muy importantes en regiones como Andalucía.

Ya se han publicado muchos trabajos que en señalan que la automatización y la inteligencia artificial es su punta de lanza podría acabar con muchos puestos de trabajo. Otros argumentan que, incluso sin un desempleo generalizado, se produciría un vaciamiento en el que desaparecerían los empleos gratificantes y bien remunerados y su lugar sería ocupado por funciones mecánicas y mal pagadas. Los servicios jurídicos, la contabilidad y las agencias de viajes se sitúan a la cabeza de las profesiones con más probabilidades de salir perdiendo.

No obstante, son muchas las cosas que caen fuera del alcance de la inteligencia artificial. El trabajo manual, como la construcción y la agricultura constituye un ejemplo. Una gran modelo de lenguaje le resulta poco útil a alguien que recoge espárragos. Podría serlo a un fontanero que arregla un grifo que gotea: un widget reconocería el grifo, diagnosticaría la avería y aconsejaría soluciones. Ahora bien, el fontanero seguirá teniendo, en última instancia, que hacer el trabajo físico. 

¿Será justa la transición en al que estamos inmersos? ¿Servirá para disminuir la igualdad o para incrementarla? ¿Cuál será el impacto en regiones como Andalucía cuyo desarrollo va quedando lejos de la media española y europea?

Muchos de los puestos de trabajo amenazados por la inteligencia artificial se encuentran en sectores muy regulados. Es el caso de los policías y la inteligencia artificial dedicada a la lucha contra la delincuencia. Sólo los gobiernos más atrevidos los sustituirían por inteligencias artificiales. Imaginemos los titulares.

Los empleos emergentes en el sector de la inteligencia artificial y los sectores informáticos punteros se van a concentrar en los países más desarrollados: en Europa fundamentalmente en Alemania y en España en Madrid fundamentalmente.

Los nuevos empleos asociados a la transición energética, ecológica pueden estar más distribuidos geográficamente. Sobre todo se empiezan a crear comunidades energéticas. Pero no es esto lo que está ocurriendo: más bien lo que está pasando es que las grandes compañías eléctricas son las que están construyendo los grandes huertos solares lo que implicará que tendrán el dominio de la generación y distribución de la energía verde.

Se está produciendo una fuerte transición tecnológica con fuertes impactos económicos y en el empleo. La pregunta es: ¿Será justa la transición en al que estamos inmersos? ¿Servirá para disminuir la igualdad o para incrementarla? ¿Cuál será el impacto en regiones como Andalucía cuyo desarrollo va quedando lejos de la media española y europea?

Los datos nos indican que la economía española se aleja de Europa. No es que el producto interior bruto (PIB) haya dejado de crecer, que lo hace, sino que ese incremento se apoya fundamentalmente en empleos de bajo valor añadido o con ocupaciones a tiempo parcial. La distancia entre el PIB por habitante de España y el de Europa ha pasado del 9% en el 2006 al 17% el año pasado. A su vez Andalucía se está alejando de España.

Se dice que el entrenamiento de GPT-4, uno de los bot de charla de OpenAI, costó más de 100 millones de dólares, una suma a disposición de pocas compañías.

Por supuesto, nadie puede predecir con seguridad adónde llevará a los humanos una tecnología tan intrínsecamente impredecible como la inteligencia artificial. Tampoco podemos predecir como evolucionará la lucha contra el cambio climático. Pero si podemos decir lo que queremos, lo que deseamos. Queremos que la transición sea justa. Organizar esta reconversión con protección social, con formación y recualificación profesional, con distribución territorial de los nuevos empleos, con una disminución de la desigualdad que va en aumento. Eso queremos. El progreso tecnológico es beneficioso para la humanidad como conjunto porque genera incremento de la productividad y esto podría dar lugar a un incremento del bienestar general si estuviera adecuadamente distribuido. Pero las transiciones tecnológicas producen, si no se evita, fuertes incrementos de la desigualdad, dejan a un gran sector de la población, los perdedores, con bajos salarios y baja protección social.

La transición justa es la base del nuevo contrato social, socialmente justo y ambientalmente sostenible, que genere grandes beneficios en términos de salud y bienestar.

Una nueva tecnología crea casi siempre un pequeño grupo de personas con un enorme poder económico. John D. Rockefeller triunfó con el refinado del petróleo y Henry Ford con los automóviles. Hoy, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg han conseguido un gran dominio gracias a la tecnología. Muchos expertos prevén que dentro de poco el sector de la inteligencia artificial generará unos beneficios formidables.

Esos beneficios podrían ir a parar a una única organización, quizá OpenAI. Los clientes no tenían alternativa al petróleo de Rockefeller, por ejemplo; y tampoco podían producirlo ellos. La inteligencia artificial generativa tiene algunas características monopolísticas. Se dice que el entrenamiento de GPT-4, uno de los bot de charla de OpenAI, costó más de 100 millones de dólares, una suma a disposición de pocas compañías. También hay mucho conocimiento propietario en torno a los datos con los que se entrenan los modelos, por no hablar de la retroalimentación de los usuarios.

Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, está empeñado en que todos tengamos una renta básica universal. A cambio de escanear nuestro iris. Esto muestra la preocupación de algunos que ya están viendo el futuro cercano.

Sin embargo, hay pocas posibilidades de que una sola compañía domine todo el sector. Lo más probable es que un pequeño número de grandes empresas compitan entre sí, como ocurre con el transporte aéreo, los supermercados y los motores de búsqueda y dominen todo el mercado. Esto producirá un incremento importante de la desigualdad a nivel global, entre países y entre regiones dentro de un mismo país. Se incrementará la desigualdad si dejamos al mercado funcionar según sus reglas. Si no hacemos las políticas públicas necesarias. Esta desigualdad tendrá como consecuencia un aumento del sector de población que ha perdido en la revolución tecnológica. Un sector de población con bajos salarios y trabajos malos y poco gratificantes. Ese sector de población será mayor en regiones atrasadas como Andalucía.

¿Qué hacemos? Claramente debe actuar el Estado en beneficio de los perdedores disminuyendo la desigualdad con impuestos progresivos que deben ser no solo a escala regional o nacional. Debe ser a escala europea y mundial. Algunos pasos se están dando tímidamente en esa dirección. El Estado, además, debe aumentar los servicios públicos de calidad para toda la población.

¿Es posible hacer algo más? Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, está empeñado en que todos tengamos una renta básica universal. A cambio de escanear nuestro iris. Esto muestra la preocupación de algunos que ya están viendo el futuro cercano.

En los sectores progresistas hay que abrir un debate sobre instrumentos que puedan servir para reducir la desigualdad: la renta básica universal, el trabajo garantizado o la herencia universal. Sumar ha propuesto una herencia universal de 20000 euros. Piketty ya había propuesto una de 120000 euros. Raventos y otros han propuesto una renta básica universal. Eduardo Garzón ha propuesto la idea de empleo garantizado. Sumar propone al reducción de la jornada laboral.

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