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No nos tome por bobos, señor Martínez-Almeida
Cuando el portavoz estatal del Partido Popular y alcalde de la ciudad de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, alega la posibilidad de declarar zona catastrófica la Comunidad de Madrid como consecuencia de la borrasca Filomena, está invocando un precepto legal cuya consecuencia práctica es, entre otras medidas, la exención indiscriminada en el pago de diferentes impuestos como son el Impuesto de Bienes Inmuebles y la reducción en el Impuesto sobre Actividades Económicas. Aquello que puede parecer oportuno, dados los daños, deja de serlo cuando se reclama en favor de las industrias, sea cual sea su naturaleza, como pudieran ser las eléctricas inmisericordes cuando se ha tratado de dejar sin suministro a los más desfavorecidos. Acompañarían la declaración otras medidas de carácter laboral y de seguridad social como son la moratoria de hasta un año sin interés en el pago de las cotizaciones a la Seguridad Social también, cómo no, para las eléctricas y cualquier empresa contaminante.
En la profusa y continuada difusión en estos días de la actualidad informativa relativa a la borrasca, de y desde Madrid, se ha argumentado que esta contingencia de carácter meteorológico ha tenido efectos catastróficos en el sistema productivo madrileño en particular, y en el resto del Estado en general. Afirmación completamente cierta como también son desastrosos, y esto lo añadimos nosotros, los efectos de la escasez hídrica sostenida y con picos alarmantes que soporta el sistema productivo español. El año 2020 se despidió como el segundo año más cálido desde 1850. Sin embrago, este proceso continuo y angustioso, según latitudes, ecosistemas y actividades económicas, atribuible al cambio climático, no disfruta de la merecida atención del portavoz estatal del Partido Popular, como tampoco la tienen de las políticas públicas necesarias para limitar o modular sus efectos. Como si de una novela de García Márquez se tratara, los ciudadanos de la España interior, vacía o meridional, van desapareciendo lentamente en un proceso propio de un hecho sobrenatural.
Hemos echado de menos estos días explicar por evidente, incluso ofensivo, que no son necesarias fotos de políticos con palas, pero sí un relato y una práctica política que fomente la transición hacia una economía descarbonizada.
En los hechos naturales no hay ideología; por contraposición, en la categorización, explicación y remedio de los mismos, sí hay un evidente sesgo ideológico que es constitutivo de la comprensión del fenómeno natural y de la propuesta de soluciones. Cuando el mismo alcalde de Madrid y portavoz estatal del Partido Popular que demanda la declaración de zona catastrófica para Madrid es quien basa su campaña electoral en el desmantelamiento de Madrid Central, en realidad propone algo así como “barra libre para las causas del cambio climático, cuyas medidas correctoras desmantelaremos y cuyos efectos se mitigan sólo mediante la barra libre de la exención impositiva”. Hemos echado en falta estos días pedagogía política alternativa que explicara la necesidad en el pago progresivo y armónico de impuestos para financiar la inversión que mitigue los efectos del cambio climático. Explicar por evidente, incluso ofensivo, que no son necesarias fotos de políticos con palas, pero sí un relato y una práctica política que fomente la transición hacia una economía descarbonizada.
Con Filomena se nos han ofrecido cuantiosas explicaciones, tantas como la nieve caída, sobre los récords de temperatura, precipitación, etcétera, pero muy pocas explicaciones sobre el porqué de la dependencia del transporte por carretera en España y las medidas de corrección; qué recortes crónicos hay de los servicios públicos tras la falta de previsión; la nula prevención del daño; o ningún análisis sobre la sostenibilidad del balance metabólico en la relación centro/periferia del estado, etcétera. En resumen, ninguna crítica a la falta de políticas públicas en materia de cambio climático ni a la necesidad de construir colectivamente sociedades resilientes, como tampoco a la necesaria descentralización metabólica del Estado.
Vivimos en un Estado en el que la mayoría de los ingresos provienen de las rentas del trabajo. Con ellas, la administración debiera sostener un sistema de protección civil que señale aún más el esperpento del político con pala.
Filomena, permítannos el símil, nos ha recordado que estamos empapados de lluvia fina que no ahoga pero que cala. Calabobos le decían en nuestra infancia. Un bobo es aquel que no tiene consciencia de sí mismo y su entorno. Nuestro entorno es el del Estado en el que la mayoría de los ingresos provienen de las rentas del trabajo. Con ellas, la administración debiera, en interés público, sostener un modelo de transporte ferroviario de mercancías, centros logísticos de cercanía, transporte urbano no masificado y multimodal, un sistema de protección civil que señale aún más el esperpento del político con pala. Ese es nuestro entorno, el de la gente corriente. Filomena nos cala pero no somos bobos. Como no lo son las personas del campo, cuyas explotaciones agrarias o ganaderas llevan años sufriendo la crisis climática. Tampoco somos bobos los consumidores de electricidad, cuyo precio es fijado por un mercado oligopólico sustentado en puertas giratorias. No somos bobas, aunque nos tomen por ello el portavoz Martínez-Almeida cuando señala la bajada de impuestos indiscriminada y beneficiosa para las rentas del capital mobiliario como solución a la nevada.
En los hechos naturales no hay ideología, en la prevención y en las políticas para amortiguar sus efectos, sí. Por ello, en estos días hemos echado en falta a quien denuncie la lluvia fina que cala a la gente corriente. Echamos en falta un Gobierno aún más audaz y descentralizado que vea la oportunidad de explicar, proponer e implementar un programa biopolítico y ecológico de transición y resiliencia basado en un pacto por la vida.
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