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“La gente de ciudad necesita mancharse en el campo rodeado de cerdos”

porquero 1

Fermín Cabanillas

Huelva —

Manuel Eíriz (Corteconcepción-Huelva, 1960) es porquero. Así, como suena. A pesar de los eufemismos que se pueda usar para llamar a su trabajo, todo el mundo en su pueblo lo conoce por su trabajo, y él lo lleva a gala. Bajo su mando están 28 cerdos de más de 240 kilos que viven una finca de doce hectáreas a unos 4 kilómetros de Corteconcepción, un pequeño pueblo de Huelva de poco más de 700 habitantes, a donde su tatarabuelo llegó en 1816 procedente de Pontevedra.

La historia no deja de ser curiosa: el primer Eíriz llegó a Huelva atraído por el trabajo en las minas de Riotinto, pero solo tardó dos años en comprar la primera finca y ver futuro en el ganado porcino. Hoy día, Jamones Eírizes es una empresa que vende tanto en su fábrica de Corteconcepción como a cualquier lugar del mundo, pero Manolo prefiere la rama más tranquila y silvestre del ganado porcino, y lo cuida directamente en el campo.

Es verdad que la empresa familiar no se nutre solo de los cerdos propios de Manolo, pero sus “guarros”, como él los llama, van a la producción de la fábrica cuando ponen el peso necesario. “Es un trabajo duro -explica a eldiario.es/andalucia en su propio campo- que implica venir a la finca unas tres veces al día y ver que todo va bien”. Los cerdos se alimentan de bellotas. Muchas caen al suelo directamente, pero cuando Manolo entra en la finca con su vara y golpea las ramas, los animales se colocan en torno a él con una precisión matemática.

Resulta complicado mentalizarse en que son animales destinados al consumo humano. Manolo los trata como mascotas. Los acaricia, les habla, e incluso sabe que algunos son más ariscos y a otros les gusta que les acaricie tras las orejas. “Son como las personas. Buscan el cariño de la gente para estar más cómodos”, explica.

Pero Manolo no es un porquero cualquiera. Alterna su trabajo en el campo con ratos de ocio en los que no faltan los clásicos momentos con los amigos en el bar, pero no los cambia por un rato de lectura de los clásicos españoles, y hasta suelta frases en latín para explicar su filosofía de vida. En castellano, eso sí, señala que “la vida en el campo no tiene comparación con nada, es mucho mejor que la vida en la ciudad. A la gente de la ciudad le falta mucho campo, necesita mancharse de barro en un campo, rodeado de cerdos, para que sepan que es la vida”.

De hecho, el trabajo que hace es totalmente artesanal, y prácticamente se ha convertido en un vigilante, porque los propios árboles de la finca sirven para que coman sus alimentos. Las “modernuras” no van con él, pero tiene la preocupación de que “algunos desaprensivos matan a estos animales para quitarles una parte del lomo y venderlo. Por vender 50 euros de lomo se pierden 500”, que es lo que calcula que costarán los animales cuando los venda. Son ladrones que portan escopetas con silenciador y actúan de día, en pocos minutos, por lo que solo el recuento continúo a diario evita las bajas en el ganado.

De momento, hasta marzo aproximadamente, los cerdos se encuentran en pleno proceso de engorde, proceso que será pasivo cuando llegue el calor “en que los cerdos vivirán de la grasa que han acumulado”, y luego será el momento de pesarlos y saber si ha llegado el momento de dejar su plácida vida en el campo. Todo artesanal, sin nada que no se hiciera hace 200 años.

Con todo ello, Manolo el porquero pasa su vida en el campo, armado solo con una vara, que además es tan grande que no la puede transportar y le espera tras la verja de entrada a la finca. En él es curiosa hasta la funda de su teléfono, un Nokia rodeado de corcho con el que, mientras le visita esta redacción, llama a su tía, que vive en Marbella, para avisarla de que le están haciendo fotos y que se las va a mandar.

Una última reflexión con Manolo es para hablar del mundo en general. Está preparando un viaje a Estados Unidos en memoria de su hermano, fallecido en noviembre de 2012, aunque confiesa que de todos los lugares que ha recorrido se queda con Siria, “que lo pude recorrer antes de que estuviese en guerra y me gustó mucho”. Ahora, su guerra es otra, la del día a día con su ganado.

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