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La Alameda de Sevilla: el ocaso del Fun Club y otros síntomas del fin de una era

El Fun Club es uno de los locales más emblemáticos de la Alameda de Sevilla

Alejandro Luque

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Pepe Benavides lo cuenta medio en broma, medio en serio, como algo esotérico: “El febrero del año pasado, el Fun Club cumplió 33 años. Y en marzo lo crucificaron”. Se refiere a la legendaria sala de conciertos que ha venido regentando en la Alameda de Sevilla, desde que la zona era un territorio comanche de yonquis y prostitución hasta que se convirtió en barrio de moda. Más de tres décadas que concluyen con el anuncio de su traspaso, todavía en proceso de negociación, pero que para los fieles y los nostálgicos supone el último clavo en el ataúd de toda una era.  

Y aunque la crucifixión fue la que trajo la pandemia, como a tantos otros locales, Benavides asevera que “el espíritu del Fun terminó hace mucho tiempo”. Considerado un templo de música en vivo, por el que han pasado innumerables artistas de todos los estilos, este espacio acogió a los rockeros de finales de los 80 y supo también atraer a los de los 90, “porque tenían los mismos gustos, chupaban de la misma esencia”, recuerda.

“La cabina del Fun es muy delicada”, prosigue. “Convencí a mi hijo para que trabajara allí, tratando de mantener una línea coherente con la historia del local. Pero hace un año o año y medio me confesó que le costaba mucho seguir poniendo la misma música. El público local había cambiado, todas las peticiones iban por una historia fiestera, de reggaeton, mientras que los erasmus eran más afines a lo nuestro. La conclusión era que había que comercializarse, y cuando estábamos pensando en un lavado de cara, cayó el bicho”.

Embudo de control

El coronavirus ha sido, en efecto, el rejón de muerte del Fun, pero otros rincones emblemáticos de la Alameda como el Corto Maltés, el Habanilla o La Sirena habían ido echando el cierre en los últimos años, redibujando el ambiente de la zona. “Es una zona muy comercial”, apunta Benavides. “Los alquileres suben, vienen otros empresarios y prefieren poner franquicias. Así es como poco a poco se ha ido finiquitando la Alameda que conocimos hasta hace unos años”.

Pero, además, los empresarios tienen la sensación de que mucho antes de la irrupción de la Covid-19 se iba estrechando el cerco sobre la noche hispalense. “La era dorada fue aquella en que no había problemas de aforo, ni de decibelios, ni de hora… Y cuando aún no había llegado la ley antitabaco, que también nos afectó. Yo veo muy claramente que nos han ido metiendo en un embudito de control, de dominar al personal, que asusta. Y me rebelo contra estos tiempos, no quiero adaptarme a ellos. Me pongo la mascarilla, sí, pero no me gusta la sensación de control que hay por todas partes”, añade.

Idea con la que coincide Paco Cifuentes, cantautor que ha pasado muchas horas sobre el escenario del Fun. “Quizá tiene que ver con el modo en que ha evolucionado el concepto de progreso. Cada vez hay menos espacios de libertad, y los que pueden tienen casi la obligación de generarlos”, comenta. “No soy nostálgico más que de la energía que teníamos entonces, pero es evidente que el Fun Club no era solo un sitio de conciertos. Representaba un contrapunto a una ciudad muy tradicional, muy conservadora!”.

Sobre la deriva de esta zona habla la joven directora Rocío Huertas en su documental La Alameda 2018, estrenado el pasado año. “Al igual que para mucha gente que como yo descubrimos la música, la contracultura, el arte y el despertar a la vida adulta en la sala Fun club, la etapa Alameda hace tiempo que se cerró. Yo la cerré además simbólicamente con el estreno de mi película en noviembre en el SEFF. Ver la sala Fun Club en la pantalla ya me provocaba nostalgia. Cuando Pepe Benavides vio la película acabada, me anunció la inminente desaparición de la sala y me dijo que este era el último documento que quedaría de ella. Esto me dio pena y alegría a la vez. La alegría de ver a la prota de mi peli hablando sobre el escenario ante un público que lleva más de 30 años asistiendo a conciertos allí, y la pena normal de la pérdida”, explica.

Para Benavides, la ironía de todo esto es que ahora le llaman muchos músicos diciéndole que no es posible que cierre el Fun, que tienen que ir a defenderlo. “Yo les digo: pero si tenéis una edad, estáis casados y con niños. Ya no estáis en condiciones de estar tomando copas a las cinco de la mañana’. Me dicen que es su templo, su casa, donde se han criado. Pero cuando vienen es por un concierto, y a las doce de la noche recogen la guitarra y se van a su casa. Lo normal”.   

Empieza la leyenda

El cantante sevillano Chencho Fernández se considera parte de esa familia, hasta el punto de haberle dedicado el himno Radio Fun Club. “El Fun ha sido el hogar callejero y musical de los niños perdidos (calle que se encuentra justo al costado, por cierto) de Sevilla y, prácticamente, el corazón y centro neurálgico de la Alameda, nada más y nada menos”, asegura, al tiempo que considera su cierre ley de vida. “Esto es algo generacional y marca una época. El Fun quedará para siempre como el símbolo más claro y perdurable de esa Alameda que ya, con su desaparición, ha dejado definitivamente de existir”.

“Pasa el tiempo y pasan los lugares, pero quedamos nosotros, es decir, la memoria. Y es importante recalcar que aquí hay un nosotros”, concluye. “La Alameda trasciende ya el barrio físico para ser definitivamente un territorio mítico y poético, como la Arcadia o Montmartre, por ejemplo. Acaba la historia y empieza la leyenda”.

Benavides reconoce que hay también un cansancio de fondo. La noche y los bares son oficios duros y exigentes. “Ya no tengo energías, ni ganas, con el ambiente que hay ahora: todo va a lo comercial, a tomarse copas y mover el culo”, dice. “En noviembre cumpliré 70 años y creo que ya está bien. He aguantado por mi hijo, al que le encantaba esto, pero los deberes ya los tengo hechos”.

Y sin embargo, no pierde del todo la esperanza en el porvenir. “Hay mucha semilla plantada, algo surgirá por ahí. Volverá el gusto por la música y encontrará otros lugares, como sucedió de Los Postigos a Los Remedios, al Arenal… Quizá en locales pequeños, como en los 80, que puedan mantener algo de nuestro espíritu”.

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