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José Luis Ortiz: “Quien no quiere ver el machismo del flamenco, no lo ve”

Ortiz Nuevo

Alejandro Luque

Sevilla —

Nacido en Archidona (Málaga) en 1948, José Luis Ortiz Nuevo regresa a su pueblo después de haber hecho historia muchas veces en el flamenco –ya fuera como fundador de la Bienal de Sevilla, como en su faceta de incansable divulgador de este arte– para consagrar el Cabildo Flamenco en el calendario jondo nacional. Una cita con marcado acento femenino que afronta con “mucha ilusión y ganas. Aunque sea el segundo cabildo propiamente dicho, recoge la experiencia de cuatro años ya, donde hubieron encuentros diversos. Pero el año pasado sí experimentó un punto de inflexión hacia arriba”, afirma.

¿Qué distingue al Cabildo de Archidona de otras citas flamencas?

Dado que Archidona tiene nombre de mujer, eso nos da amparo y protección. Sin ir de feministas ni abanderados de otra causa que no sea la flamenca, hay que conocer la importancia decisiva de la mujer en el flamenco, y ya que hay que educar para la igualdad en todos los campos, también habrá que hacerlo en este. En el cartel de Archidona hay mayoría de mujeres, pero por supuesto también hay hombres y se trata de vivirlo en armonía. La intención es que haya una actividad casi permanente, de la mañana a la noche, con clases magistrales, cursos, conciertos, etc, en un clima de convivencia absoluta y en un pueblo bellísimo, lleno de lugares para el encuentro y la magia.

Muchos flamencos se resisten a reconocer que haya existido el machismo en el flamenco, como si hubiera podido ser impermeable a un fenómeno que se ha filtrado todos los ámbitos de la sociedad. ¿Qué les respondería?

El que no quiere ver, no ve. Desde la Constitución para acá, hay una igualdad de derecho, sobre el papel, pero luego, cuando desciendes a los campos de trabajo, permanecen las trabas y las lacras de una sociedad represiva y temerosa en este sentido. Cuántas mujeres habrá en el mundo del cante y del baile a las que su propia familia, su novio o su hermana mayor les hayan dicho que se dediquen a otra cosa, que eso no está bien. Eso sólo en el campo de las posibilidades de acceder a lo que quieran hacer. Y en cuanto a las letras, habrá que hacer una reflexión serena, porque en el baúl de las coplas hay un machismo muy agudo. Hay un fandango de Manolo Caracol que dice “mi cuchillo le clavé/ porque me engañó con otro./ Y cuando muerta ella estaba,/ de pronto yo arrecordé/ que yo también la engañaba”. Quien no quiera considerar eso, creo que desaprovecha algo clave, y es que el flamenco está vivo y vive en la sociedad que le toca en el tiempo, y que estamos en otro siglo.

En la publicidad del Cabildo he visto una llamada a defender “el flamenco que amamos”. ¿Cuál es ese flamenco?

Un flamenco creativo, que concita la tradición con la modernidad y la vanguardia, regido por el amor y no por el juicio, que disfruta en lugar de sufrir. Un flamenco moderno.

Usted ha sido uno de los primeros y más entusiastas defensores de Rosalía como artista flamenca. ¿Considera que el tiempo le está dando la razón?

Las razones y antirrazones nunca son absolutas, pero aunque Rosalía esté ahora en el triunfo de las masas, la flamencura no la abandona. Al respecto he oído comentarios descabellados, que pretenden ignorar que el flamenco del siglo XIX es una música de moda, y que lo que la forma es el contacto con las masas populares. Antes de eso había caído en un academicismo de minorías, lleno de códigos y advertencias de censura, del que por suerte se salvó. Hasta el momento, todo lo que hace Rosalía es flamenco, que es una música de encuentro y de pasión natural, en la que confluían Cuba con lo gitano y otras muchas cosas. Lo que ella hace, aunque sea en un escenario con miles de luces, es flamenco auténtico. Todo en ella tiene claves flamencas, y que logre poner a diez mil personas a tocar palmas por tangos es maravilloso. Contiene en sí misma todo lo que el maestro Morente exigía: conocimiento, afición, hacerlo desde lo antiguo. En cada una de sus canciones hay 14 o 20 indicios flamencos. Lo que ella hace es lo que hizo Silverio en el siglo XIX y Pastora Pavón en el XX. Habría que ponerle velas y agradecer lo mucho que hace por este arte.

Una vez me contó Mayte Martín que lo que le pasa al flamenco es que hay pánico a que se desvirtúe, que los aficionados son los primeros que desconfían de su fortaleza. ¿Es así?

Ese miedo está, en efecto, en el ADN del flamenco. En mil ochocientos cuarenta y pocos se publica en Cuba un romance del barrio de La Viña que afirma ya que todo se ha perdido, que ya no se bailan fandangos y que las mujeres, pocos años después de repeler a las tropas de Napoleón, se pintan como francesas. Y Demófilo pronunciará luego esa frase estremecedora, aquella de que esto se está muriendo y Silverio la está matando. Más tarde García Lorca y Falla, en el 22, dicen que hay que salvar el flamenco, asegurando que el de verdad está en el campo y en los cortijos. Y a mitad del siglo XX se hacen los concursos de Córdoba bajo el mismo temor.

Y ahora…

Ahora Manuel Morao, guitarrista maravilloso y excepcional, dice que el flamenco, según su entendimiento, se ha muerto. Es una paradoja muy extraña, porque por ejemplo los tangos no existían para Demófilo. Mucha parte de lo que hoy conocemos como flamenco no se acopla hasta bien entrado el siglo XX. ¿Cuándo nace, cuándo muere? Es una apreciación muy suicida. Un arte que se considera siempre a punto de morir, cuando la realidad enseña que esto es el mosaico de muchas cosas. Pero levantas una mano y siempre hay un ortodoxo diciendo qué es y qué no es. Hay una manía persecutoria que los propios flamencos establecemos. ¿Cómo un arte que se ama tanto se somete a tanta duda?

Otra larga controversia, al menos en los últimos tiempos, es el papel de la Administración frente al flamenco. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Desde la democracia hacia acá, se está abusando de la presencia de la Administración en la dirección del mundo flamenco, olvidando que es un arte y no se puede dirigir. No sería lícito ni pensable decir, como dice la ley, “que el flamenco es competencia exclusiva de la Junta de Andalucía”. Eso es una barbaridad, lo era con los socialistas y lo es ahora. Una administración tiene que facilitar. En Andalucía hay 300 y pico teatros cerrados, que costaron cientos de millones de euros en una época en la que se hicieron más teatros que en el Moscú de los grandes ballets. ¿Por qué no se ocupan? ¿por qué se convocan plazas de policía municipal, y no de técnicos para esos teatros? Eso sí, se concedieron dos Llaves de Oro, algo que no le corresponde a ningún poder político. Y ese pretendido Museo del Flamenco, eso es para denunciarlo a la fiscalía por malversación de fondos. El flamenco no necesita un museo, sino que haya flamenco todos los días en los teatros de Jerez, de Córdoba, de Sevilla. Ni contratar le corresponde a la Administración. En cuanto a la promesa de promover la educación, no se cumple. ¿Cuántos maestros andaluces saben algo de flamenco? En los planes de estudio no es que el flamenco sea ya una maría, es que se enseña de manera ridícula, y en último lugar. Todo es falso, es mentira, no hay más que una búsqueda de la foto para inaugurar lo que sea, sin un plan rector de lo que se pueda hacer de veras con esos materiales.

Ahora que sigue vacante la dirección del Centro Andaluz del Flamenco, se habla mucho de lobbies en lo jondo, ¿los hay?

Parece que sí. Tal vez no oficialmente organizados ni reconocidos, pero los hay que dicen que el cante es gitano y los gachés son unos aprovechados, los que dicen que el flamenco es andaluz y los otros se aprovechan de él… Somos muy cainitas.

Yo preguntaba más bien por grupos de poder y de presión. ¿Existen?

Yo estoy alejado de las comidillas, pero debe de haberlos, porque el nombramiento del CAF se está retardando en demasía. Y si no hay personal, no anda el centro. Por lo que están tardando en ponerlos, me calculo que sí debe de haber luchas y presiones sobre los políticos.

Se han cumplido 25 años del Ballet Flamenco de Andalucía sin pena ni gloria. ¿Lo lamenta? 25 años del Ballet Flamenco de Andalucía

Según se ven las cosas, parece que lo van a dejar morir, se argumentará que un proyecto así es propio de una compañía privada. El BFA ha dado muy buenos montajes, otros no tanto, ha vivido varias etapas, pero nunca tuvo una dirección continuada, porque depende en exceso de la Administración. Debería haber un consejo que decidiera su orientación estética, incluso ética, que no fueran funcionarios elegidos por otros funcionarios… En todo caso, merecía que se hubieran celebrado de otro modo esos 25 años.

Como fundador de la Bienal de Sevilla, ¿cree que se corre el riesgo de que deje de ser el primer festival flamenco del mundo, e incluso que lo superen otras citas extranjeras?

Lamentablemente sí, la Bienal ha caído en un estado de postración ante el turismo de masas y es ella la que sirve a los intereses del Ayuntamiento, y no al revés, con una dirección dócil y sin autonomía. Antonio [Zoido, actual director] es una persona valiosa, pero sirve al Ayuntamiento y no al revés. Si tuviera autonomía, sería un escaparate de novedades y riesgos, y no sólo un montón de espectáculos. Debería servir para mover a la ciudad entera, desde los colegios a las universidades. El enfoque actual es anticuado y por tanto puede verse superado por la competencia. Jerez, por ejemplo, tiene ahora más coherencia y sentido. Y en Sevilla se hacen cosas lamentables, en el Patio de la Montería, Santa Clara o San Luis de los Franceses, donde caben cuatro gatos y se pone a hacer ejercicios románticos de baile a una persona rodeada de elementos barrocos. Eso es de catetos. Y así tantas cosas. Esos son caprichos para enseñar patrimonio, lo artístico va en segundo término. Y con todo ello, un festival que marcó su tiempo ahora está adocenado.

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