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Ioana Gruia: “Lo más complejo al cambiar de lengua es la reinvención de la propia infancia”

La escritora Ioana Gruia debuta en el ámbito del relato.

Alejandro Luque

23 de noviembre de 2022 20:56 h

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Aunque el español no es su lengua materna, Ioana Gruia (Bucarest, 1978) la adoptó como herramienta literaria desde que llegó a nuestro país en 1997. Desde entonces se ha hecho un nombre cada vez más reconocido como poeta (La luz que enciende el cuerpo) y como novelista (La vendedora de tiempo, El expediente Albertina), logrando premios como el Hermanos Arguensola o el Tiflos. Como profesora de la Universidad de Granada, ha publicado también varios ensayos, el último de los cuales está dedicado a la obra poética de Luis García Montero. Le faltaba abordar el relato, y acaba de debutar en este campo con Las mujeres de Hopper, recién publicado por el sello Tres Hermanas.    

Si en su poemario La luz que enciende el cuerpo ya había una parte titulada Las mujeres de Hopper –y en la portada podía verse un cuadro de dicho artista– esta vez es un volumen de relatos el que queda bautizado de esa forma. Hopper es un pintor que me habita por completo y sus mujeres también. Son misteriosas, enigmáticas, expectantes, de una inteligencia sensual o una sensualidad inteligente, como quieras”, comenta. “Parece que están esperando a que suceda algo extraordinario y ponen toda su ilusión en ello a la vez que asumen perfectamente la posibilidad del fracaso. Se trata de un difícil y delicado equilibrio entre la lucidez y los sueños”.

“Aparte de las mujeres, envueltas en un halo erótico poderoso, he querido introducir como personajes a niñas, que viven con absoluta naturalidad lo fantástico, que se despiertan, abren la puerta de su casa y pueden saltar al mar o atisban la vida imaginaria de sus padres”, prosigue la escritora. “Creo que la literatura nos permite construir figuraciones de lo que queremos ser a la vez que analizar lo que somos. Por mi parte, si me permites me autodefino como una feminista con alma de bolero. Creo profundamente en el feminismo, en la bondad del deseo, en la intensidad erótica y amorosa como inseparable del respeto y la lucidez. Todo eso no es fácil. No es nada fácil de hecho...”

Exotismo y normalización

Según afirma Gruia, estos relatos fueron escritos entre 2006 y 2012, después de lo cual los dejó dormir para retomarlos ahora. Sobre el hecho de haber pasado de la poesía y la novela a la narrativa corta, asegura que ha sido un reto agradable de afrontar. “Como decía Cortázar, el relato exige ritmo, precisión e intensidad y no admite relleno, como tampoco lo admite la poesía tampoco. Yo intento prestar mucha atención al tono y al consejo de Quiroga que recuerda el propio Cortázar: ‘Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otra forma se obtiene la vida en el cuento’. La noción de ‘pequeño ambiente’ y la necesidad de obtener vida en un cuento me parece fundamental”.

Nacida en Bucarest, Ioana Gruia vivió en la capital rumana hasta los 18 años, cuando tuvo la oportunidad de cursar estudios en Granada. Empezó a escribir casi en seguida en español, sobre todo poesía. Una operación en la que, afirma, “uno de los procesos más complejos es la reinvención literaria de la propia infancia en otro idioma. Trasladar, en suma, un imaginario afectivo en una lengua a un imaginario afectivo escrito en otra. Por lo demás, no fue una experiencia difícil. Al menos yo no la viví así. Leía mucho en español, hablaba en español todos los días y poco a poco el oído se me hizo al español. El traslado de una lengua a otra fue en mi caso fluido y gozoso, por lo menos yo lo viví así”.

“A veces sonrío cuando me dicen que hablo muy bien el español porque es como decirle a un músico que sabe leer las notas”, comenta la autora, consciente de ser una figura algo exótica en el mapa actual de las letras hispanas. “La verdad es que, más que al exotismo, aspiro a la normalización, aunque por supuesto que, como cualquier escritor, aspiro también a la singularidad. Soy una escritora mediterránea en español nacida en el barrio gitano de Bucarest: una genealogía inventada que reivindico como propia”.

Bajo la dictadura

Sus años rumanos la marcaron como es lógico, y cree que la experiencia bajo una dictadura comunista puede asomar de forma inconsciente en cuanto escribe. “Recuerdo la escasez de todo tipo de productos, la ausencia de agua caliente o las colas kilométricas para conseguir alimentos. Yo adoraba los dulces, pero en las tiendas estatales (no había comercios privados, por supuesto) se encontraban muy pocos”.

Cuando se le pregunta si pasar por aquello la ha vacunado para siempre contra las utopías, afirma que “las ilusiones colectivas son importantes, siempre que no desemboquen por supuesto en regímenes violentos, como fue el caso de la dictadura comunista de Rumanía. Yo diferencio obviamente entre aquel desastre a todos los niveles y el socialismo europeo occidental democrático. Reconozco tener una reserva epidérmica hacia las utopías, sin embargo, un buen equilibrio entre las esperanzas, la lucidez y la defensa siempre de la democracia me parece imprescindible. Habría que matizar algo además y precisar mejor, porque la dictadura comunista rumana fue por entero impuesta desde la Unión Soviética y no el resultado de unas ilusiones colectivas...”

Cuando su trabajo en la Universidad de Granada se lo permite, Gruia regresa a Bucarest para visitar a su familia. En su última visita ha detectado una gran preocupación por la invasión de Ucrania, y ha podido comprobar una vez más los profundos cambios de la sociedad rumana. “Han cambiado muchas cosas, por supuesto, pero hay algo que me impacta de manera muy profunda y me da alegría: creo que la gente ha aprendido una desenvoltura, una relajación, una amabilidad vitalista que antes no eran muy frecuentes, sobre todo por la dureza de la vida”, concluye. “Se percibían una cierta aspereza, una crispación, una desconfianza producto de una dictadura que entrenó a muchos de los ciudadanos a vigilar a los demás. Toma muchos años para que esta crispación desaparezca y por suerte ya no se percibe”.

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