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Emil Ferris: descubriendo el monstruo que llevamos dentro

Emil Ferris, durante la entrevista |N.C.

Néstor Cenizo

Para que la autora de un cómic se convierta en una figura literaria, capaz de encabezar festivales y protagonizar encuentros en fundaciones telefónicas, tienen que alinearse algunos astros: se necesita alumbrar una historia extraordinaria, después hay que llegar a ese punto de éxito que coloca un volumen en la estantería frontal de los supermercados culturales y, por último, conviene tener una historia personal que asombre casi tanto como la propia obra.

Todo esto le ha pasado a Emil Ferris (Chicago, 1962), autora de Lo que más me gusta son los monstruos (Reservoir Books, 2018), una novela gráfica deslumbrante por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. A medio camino entre la novela de descubrimiento personal y el puro noir, cuenta la historia de Karen, una niña-lobo que, mientras se descubre a sí misma, inicia de la mano de su vecina Anka un perturbador viaje a la República de Weimar y los orígenes del nazismo.

Ferris, que debutó con esta obra a los 55 años, sufrió escoliosis de niña, y fue como Karen y tantos otros: un monstruo a su manera, que sólo encontraba refugio en los cómics, las novelas y los shows de terror. Soñaba con que le mordiera un vampiro, pero le picó un mosquito y le contagió una rara enfermedad que la paralizó de cintura hacia abajo por unos cuantos años y la empujó a escribir su primera novela gráfica.

Después de que la primera tirada de su obra se quedara atascada en el Canal de Panamá, triunfó en todos los premios posibles, recogió los elogios de Art Spiegelman y Chris Ware y ahora encabeza festivales como La Noche de los Libros, que organiza La Térmica de Málaga. Sigue preparando la segunda parte, y dice que le gustaría participar con ideas y consejos en la previsible adaptación al cine.

Ferris duda, piensa las respuestas, habla bajito, y a veces se emociona hasta llorar. Lo que dice, básicamente, es que todos somos unos monstruos, y que conviene querernos así.

¿Dónde está la belleza de los monstruos?

Esa es una buena pregunta… Creo que la belleza de los monstruos es su capacidad de sobrevivir a pesar de ser diferentes, señalados, incomprendidos, incluso malditos a veces. Siguen adelante, viviendo, prosperando, asustándonos… Hacen su trabajo, y lo hacen bien.

Pero sufren más...

Por supuesto, porque no sólo son diferentes, sino que a veces no están a gusto con la diferencia. Es muy duro ser un monstruo, ¿no crees?

Los monstruos y los inadaptados son un excelente material literario. Hay una belleza en ellos que coexiste con el sufrimiento y la marginalidad.

Pero esa es su fortaleza. Si cualquiera de nosotros fuese marginado nos construiríamos un sitio resistente donde vivir. Un hogar, tu propio lugar de poder. Para el monstruo del Lago Ness es el lago, para Drácula es una cripta, para Frankenstein es su castillo. Es muy interesante cómo los monstruos a menudo se alinean con la tierra, conectan con el lugar de donde son. Y es interesante cómo eso nos asusta, asusta a los lugareños quienes viven en el pueblo.

Tardó cuatro años y medio en escribir esta obra. Es un periodo largo, en el que puede cambiar la manera de entender la vida. ¿Afectó esto a la obra?

Por supuesto. Pasé por todo tipo de cambios. No tenía televisión en esa época, escuchaba la radio, leía libros y estaba tratando de explicarme por qué creíamos que el mundo sería mejor sin nosotros, que era una opinión popular cuando empecé el libro. Por instinto, rechazaba esa idea completamente. Me parece nihilista, muy desesperanzada. En algún momento mientras trabajaba en este libro, un científico apareció y dijo “el calentamiento global es muy malo, pero no podemos hacer nada”. ¡Realmente me opongo a la idea de que alguien nos diga que no haya esperanza! Vale, saben mucho, pero no todo. Y la esperanza no es algo que se trabaja con números y experimentos, es algo sobre lo que no sabemos lo suficiente.

Los seres humanos somos capaces de mucho más de lo que ni siquiera entendemos. Somos mágicos y poderosos. Nos han mentido y nos han dicho que el mundo sería mejor sin nosotros, que somos malos para la Tierra. ¿Cómo sabemos que los árboles no nos necesitan? ¿Que la Tierra no necesita nuestra energía? Hay alguna relación aquí que tenemos que explorar a conciencia. No hay certezas, no tenemos toda la película. No quiero que los seres humanos renunciemos a la fuerza y el poder de la monstruosidad, no quiero que seamos pueblerinos, sino otra cosa. En esa época también leí mucho sobre el Holocausto...

Hace unos meses se publicó un estudio que concluye que el Holocausto, que tiene un papel central en su obra, se está olvidando entre las capas más jóvenes de la población europea, incluso en Alemania.se publicó un estudio

Sí, lo veo en mi hija, no porque ella no lo conozca, sino porque en una fiesta de cumpleaños hablé con sus amigos y les pregunté qué sabían. Y una chica me dijo: “Yo no estaba allí, así que no lo sé”. Esto es muy peligroso. Leí una cita de alguien que decía que tres cuartas partes de los adolescentes norteamericanos no saben nada de la 2ª Guerra Mundial, que no saben nada del Holocausto. Es sorprendente, y me duele, porque si no educamos a los jóvenes serán muy vulnerables al siguiente episodio terrible.

Usted ha contado que en el barrio de Chicago donde creció conoció a varios supervivientes. ¿Me podría hablar de ellos?

Conocí a muchos que los habían conocido, y conocí muy bien a una superviviente. Era muy culta, muy inteligente, dueña de una galería. Tenía una hija, era una buena madre, y fue muy amable conmigo cuando yo era una niña. Un día vi unos números sobre su brazo, bastante borrosos, pero supuse que eran números. Así que fui a la biblioteca y pregunté al bibliotecario (porque tenía la idea de que a los bibliotecarios se les puede preguntar cualquier cosa). Y él me explicó y me dio algunos libros. Quedé muy sorprendida y empecé a investigar.

También tuve una amiga recepcionista en una consulta y me dijo que gran parte de los clientes eran supervivientes del Holocausto, y que hacían cosas extraordinarias: escondían comida, alineaban vasos de agua a los pies de su cama porque habían pasado sed, no podían soportar los ladridos de un perro… Y a veces, cuando envejecían, mentalmente volvían a los campos. Hay un nivel de trauma tan profundo que vuelve a manifestarse. Había alguien muy parecida a Anka [el personaje superviviente del Holocausto] con la que pude hablar, y ella me contó cómo de oscuros fueron los tiempos en Alemania antes de la guerra, cuánta prostitución había porque la economía había quedado devastada, de modo que muchas secretarias iban al parque a prostituirse. Las ideas de la moralidad se vienen abajo cuando la economía colapsa, y empecé a investigar también sobre eso. Me he dado cuenta de que creé Anka como un personaje compuesto a partir de todas esas personas. Me di cuenta de que hablaba del modo en que el trauma existe en nosotros, y cómo a pesar de ello podemos ser bellos [llora].

¿Cuándo empezó a dibujar?

Yo nací con escoliosis. Y nunca supe por qué, pero mis pies no crecían. Siempre fueron muy pequeños, y cuando tenía dos años eran como los de un bebé, así que no podía andar. Así que lo que hacía era dibujar. No gateaba, mi espalda no me lo permitía porque estaba descompensada, así que me sentaba y dibujaba durante horas. Y aprendí a leer desde muy pequeña. Así es como descubrí el mundo: dibujándolo. No recuerdo la época en la que no dibujaba, porque lo hacía antes de tener memoria.

Luego trabajó como ilustradora.

Bueno… Aquello fue horrible. Lo odiaba. Porque hay algo en contar una historia que es maravilloso: la libertad que supone. Pero cuando tienes que ilustrar la historia de otro no es lo mismo. Lo hacía por dinero. Diseñaba juguetes para McDonalds, juguetes para muchas series… Hacía cualquier cosa. ¡Era un horror!

The bite that changed my life –La mordedura que cambió mi vida- cuenta por qué empezó a escribir y dibujar su propia historia. ¿Qué le picó para que decidiera ponerse a escribir?

Bueno, yo me pasé toda mi infancia pensando que iba a ser mordida. Salía a tirar la basura, como lo hace Karen [la protagonista de su libro] y me decía: “Soy tan vulnerable que podrían morderme ahora y convertirme en un monstruo”. Entonces cumplí cuarenta, y después de años pensando que quizá ya era un poco mayor para convertirme en un monstruo, me mordieron. Y tres semanas después no podía andar, ni moverme, estaba realmente enferma... Fue una picadura de mosquito, que me transmitió el virus del Nilo Occidental. Fui la segunda persona que contrajo el virus en el Estado de Illinois. Fue mi gran regalo de 40 cumpleaños…

¿Habría escrito Lo que más me gusta son los monstruos sin esa picadura?Lo que más me gusta son los monstruos

No, nunca. Es lo mejor que me ha pasado. Es terrible, ¿no crees? Pero es verdad.

Las consecuencias de un hecho son impredecibles…

Exactamente. Pero creo que de aquí aprendí la mayor lección de mi vida. Estaba muy irritable, enfadada, pero creo que la actitud importa. Miraba a mi hija y decidí que podía ser infeliz, pensar que era lo peor que me había pasado en la vida, que no me iba a recuperar, pero no hubiese sido cierto. Así que tuve suerte de que ella estuviera allí, de que tenía apoyo, amigos… No todo el mundo lo consigue, así que no me gusta decir: “¡Oh, soy muy fuerte!”, porque mucha gente fuerte no se recupera de una parálisis, y se quedan en una silla de ruedas. Y no pienso que eso sea un fracaso, sino otro camino. No quiero decir que la idea es “superarlo”, porque… ¿qué es superarlo? Es lo que tú decidas que es. Yo decidí ir a la Escuela de Artes en una silla de ruedas, y fue difícil, porque el mundo no está preparado para sillas de ruedas.

¿Cómo le ayudó el libro en la recuperación?

Quería hacerlo. Traerlo al mundo. Que fuera algo tangible. Me exigió volver a dibujar cuando no podía hacerlo tan bien, y era difícil (…) Fue difícil. Además, soy bastante perfeccionista y esto me exigió aceptar el trabajo tal y como salía, porque a veces no podía… No tenía la destreza que tenía antes de la enfermedad [muestra el movimiento de los dedos]. Así que cuando trabajaba no era como antes, era más difícil, pero aún puedo hacerlo. Este es mi camino, y estoy agradecida por ello. ¡Puedo hacerlo!

En su obra, Karen es una niña en busca de su identidad que encuentra refugio en los monstruos y los cómics de terror. ¿Siente cierta responsabilidad en que Lo que más me gusta son los monstruos puedan ser ahora referencia para otras Karen?Lo que más me gusta son los monstruos

Sí, absolutamente. Hay una asociación maravillosa en Pennsylvania, un Estado muy de derechas, cristiano-evangélico, muy conservador… Si un niño dice “soy gay” puede ser rechazado, y pasa con frecuencia. Eso acaba con cualquiera. Esta persona y la asociación están prestando apoyo y consejo a los padres, de modo que puedan acercarse a las dificultades de esa “revelación” de su hijo, y comprenderle. Simplemente que entiendan el hecho de que cuando encienden la televisión, la mitad de los programas son escritos e interpretados por homosexuales, y los coches que usan, y los libros que leen… Es su hijo extraordinario que siempre han querido, y hay algo que tienen que aprender y comprender. Hay una enorme soledad en los niños en esa situación: no pueden ser quienes son, ni decir a sus padres quiénes son. Y eso está mal. Cualquier religión que aleja a los padres de sus hijos, tienes que preguntarte: ¿dónde está el bien ahí?

Así que cuando hice el libro, pensé que quizá alguien podría encontrarlo en la biblioteca de su colegio y pensar “puedo ser quien soy”. No sólo homosexuales, sino marginados por cualquier otra razón o de otra minoría. El único negro del colegio, el único hispano, el único nativo… o el único blanco. Lo que sea. Da igual: cualquiera que sea su forma de monstruo para el resto del mundo, Karen abraza la monstruosidad, y dice: “Estoy orgullosa”.

En los últimos años, un problema enquistado en España como el bullying se ha convertido en un asunto preocupante, especialmente a raíz de varios casos especialmente duros.

No puedo hablar de España, pero miro a Estados Unidos y… a ver cómo lo digo… Te despiertas, miras las noticias y ves que tu país acaba de realizar un ataque no provocado contra otro país; y no es que pase una vez, sino repetidamente. Y luego tu país se queda y aprovecha sus recursos. Cualquiera que sea tu familia, tu escuela o tu cadena de televisión, lo llamen como lo llamen, tú lo que ves son bombas que destruyen los edificios y la gente de ese país lejano, destruyen sus museos, sus bibliotecas, sus escuelas… Finalmente ves algo de eso: ¿cómo se supone que vas a sentirte por pegar a ese crío? ¿No es lo que hace tu país?

Suele citar a Goya como uno de sus pintores favoritos. ¿Qué es lo que más le atrae?

¿Por qué me gusta? Me emocionó realmente, hasta las lágrimas, Los fusilamientos del 3 de mayo… Esos dos hombres asesinados con sus manos sobre la tierra… Cuando mueres, no mueres así. No caes y tus manos se extienden como un niño agarra el pecho de una madre. Esa es la emoción. Esa emoción preciosa de un niño agarrándose a su madre. Y los dos lo hacen... Y la pena: puedes sentir la pena de Goya, puedes escucharle diciendo: “Son hijos de la tierra, que ahora han muerto”. Y como haríamos cualquiera de nosotros, llamando a nuestra madre, regresando a ella. ¿Por qué? ¿Qué se los llevó? ¿Qué sinsentido los mató? ¿Qué hay más monumental que esa relación? ¿Por qué nos llevamos lo único que tenemos, la vida? Él lo entendió, y es un nivel…

En España es recurrente decir que algunas de las obras de Goya son casi ejemplos de fotoperiodismo de guerra.

Él dibuja a los ejecutores y no muestran humanidad. Son máquinas. No sabes qué sienten. En cierto modo, parecen en peor situación que los ejecutados porque no tienen humanidad, no se les permite. Y eso dice algo: ¿se les permite tener su humanidad? ¿Cuándo resurgieron? ¿Después de matar a todas esas personas? No hay mucha gente que sobreviva a eso sin sufrir sus propios fantasmas. Esa gente tiene su trauma, pero al menos son humanos. No máquinas.

Miras las pinturas históricas y glorifican la muerte frecuentemente. Pero Goya no. Él vio la humanidad. Vio la monstruosidad, y te permite verla, y a veces sus personajes la abrazan, y se ríen. Porque somos monstruos, y Goya lo sabe. Cuando ves las Pinturas Negras hay una clase de monstruosidad que nos pertenece a todos. Él nos dice: “Os ofrezco mi lado oscuro”.

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