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Esotérico, amante de una espía y defensor de la dictadura: lo que no sospechábamos de Pessoa, según una nueva biografía

La firma de Pessoa sobre su biógrafo

Alejandro Luque

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Misántropo, ensimismado, indolente, triste, poeta oculto… La figura de Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935), el poeta portugués más universalmente conocido, ha estado desde siempre condicionada por esos lugares comunes. Los mismos que el escritor onubense Manuel Moya ha querido demoler en Fernando Pessoa, el hombre de los sueños (Ediciones del Subsuelo), una monumental biografía de 700 páginas del autor de las Memorias del desasosiego que, de paso, revela algunos aspectos insospechados en la vida de este hombre de las mil caras.

 “Uno empieza traduciendo, poco a poco te metes en la boca del lobo… Hasta que empiezas a entender un poco al lobo”, explica Moya sobre el origen de este proyecto. “Estuve así diez años, hasta que en los últimos cuatro empecé a ver las cosas más claras. En el 2020, sabiendo que iba a estar unos meses sin salir, decidí dedicarme a esto a razón de unas 15 horas diarias, y prácticamente lo acabé”.

La de Moya (Fuenteheridos, 1960) no es la única biografía que se ha escrito de Pessoa, y tal vez no será la última. De hecho, hay ocho en el mundo, tres de ellas aparecidas en los dos últimos años. “Lo curioso es que no se parecen ninguna de estas tres, ni la de Richard Zenith, ni la de Joao Pedro”, afirma el onubense. “Por mi parte, lo que pensé es que las últimas personas que conocieron a Pessoa tienen 90 años, pero se puede decir que tenemos todos los datos. Lo que tocaba hacer ahora era intentar un retrato lo más fidedigno posible, eliminando los mitos que lo rodean”.

Soledad discutible

El principal, la idea del gran poeta inédito, que escribe sin parar, pero no es descubierto hasta su muerte. Moya lo niega: “Hombre, publica 250 poemas en revistas, y cuatro libros. Su problema es que no tenía un duro, y en aquel tiempo la mayoría de la gente se autopublicaba. Por otro lado, en vida de Pessoa ven la luz 150 artículos suyos en Sudáfrica, Brasil, España, Portugal, Francia e Inglaterra. Y 27 periódicos portugueses dan la noticia de su muerte: no parece que fuera lo que se dice un desconocido”.

Para el biógrafo, la obra de Pessoa publicada en los 47 años de su vida tiene la misma dimensión que la de, por ejemplo, un Antonio Machado fallecido a los 61. ¿Por qué, entonces, insistir tanto en la idea de autor escondido? “Creo que hemos quedado atrapados en la versión de Bernardo Soares de El libro del desasosiego, la del hombre que hace su vida entre tres calles. Muchos empezamos a leer a Pessoa por ese libro y lo identificamos, pero lo cierto es que el poeta tuvo mucha vida social, hasta el punto de que dos días antes de morir fue a una tertulia. Conocía a la gente del banco, a un cónsul, a la burguesía lisboeta… Aunque también es cierto que para escribir 30.000 documentos, como él hizo, hay que pasar mucho tiempo solo”.

De hecho, Pessoa antes que poeta quiso ser novelista policiaco, como Simenon o Chesterton, que tenían mucho éxito en los kioscos. “Por eso estudia la locura, quería escribir una novela policiaca que fuera mental, que no se atuviera solo a los hechos. Entonces inventa a Qaresma, un tipo que no sale de su habitación y todo lo deduce a través de la lógica. Pero resultaba demasiado deductivo, demasiado razonador: siendo sus relatos interesantes, no era lo suyo”, dice Moya.

Llegan los heterónimos

Entonces aparecen sus famosos heterónimos, que según el biógrafo constituyen otra de sus leyendas. “Él inventa su propio mito, haciendo creer que habían llegado como una explosión vital en marzo de 1914: Alberto Caeiro aparece con 49 poemas, Álvaro de Campos con un larguísimo poema… Pero la heteronimia es un proceso largo, que empieza cuando muere su padre y el niño Pessoa se siente aislado y confuso, criado por una abuela que estaba loca. Entonces empieza a hablar consigo mismo, con amigos imaginarios. Se familiariza con la pluralidad desde muy pequeño”.

“En los heterónimos”, agrega Moya, “hay dos elementos: Shakespeare, del que le sobraban los enredos y prefería los discursos de sus personajes, y que llega a constituir un auténtico patrón. Y luego la suerte de encontrarse con Ça Carneiro, que le anima mucho a desarrollarlos. Cuando salen a la luz los primeros tres heterónimos, ya había creado como cien personajes”.  

Pero, al margen de estos tópicos, la vida de Pessoa da para mucho. Uno de los detalles más escabrosos de su personalidad es su inclinación por el esoterismo, que le llevó a tener contacto con el célebre satanista Aleister Crowley… e incluso ayudó a simular su muerte. “Pessoa, entre otras cosas, intentó dedicarse a hacer cartas astrales. Entre las revistas esotéricas a las que estaba suscrito, estaba Mandrake, detrás de la cual estaba Crowley. Pessoa le escribe para señalarle un error en su carta astral y llamar así su atención, mientras que Crowley, que estaba arruinado, creyó que aquel tipo era un hacendado lisboeta y cayó en la trampa: lo que encontró fue a uno que quería sablearlo a él. Se conocen y es Pessoa quien se inventa la muerte de La Bestia 666 sucidándose en Cascais para que los acreedores lo dejaran en paz. Pero la policía lisboeta llamó a Pessoa para declarar al respecto, y al cabo de 15 días se supo que Crowley estaba en Berlín con una novia, sano y salvo”.

Inventor y publicista

Más sorpresas: Pessoa, en la biografía de Moya, fue el inventor del futbolín y del sobre-carta que hoy aún se usa para numerosas comunicaciones institucionales. “El mundo estaba cambiando mucho, la ciencia estaba en su apogeo y había inventores por todas partes. Pessoa se sumó a esta moda, y de hecho llevó al registro de patentes el matraquinho, un precursor del futbolín. Pero dejó de pagar la patente y ésta acabó siendo registrada en Barcelona. Es alguien que hace cosas y se olvida de ellas, llevado por la angustia del día a día. Es alguien que vive en el presente continuo”.

Otra de las revelaciones del libro de Moya señala a Pessoa como el responsable de que la Coca-cola llegara a Portugal con un notable retraso. “Pessoa fue uno de los primeros publicistas de su país, y uno de sus jefes, Moitinho de Almeida, le pidió un eslogan para promocionar aquella bebida que empezaba a causar furor en Europa. Pessoa escribió este: Coca-Cola, primero extraña, luego entraña. A la dictadura de Salazar no le gustó nada la idea de una sustancia que entrañaba, prohibió su importación y así la Coca-Cola, en lugar de llegar a Portugal en 1925, lo hizo en 1978”.

En el retrato de Moya, tal vez el aspecto más controvertido, además de su romance con una espía inglesa encargada de decodificar las comunicaciones alemanas en la II Guerra Mundial, es la simpatía de Pessoa por el fascismo, así como el alcoholismo severo de sus últimos tiempos. “Él se educó entre las familias bienpesantes de Lisboa, en aquel liberalismo inglés que vivía el apogeo del colonialismo. Cuando regresa de África, en Lisboa se encuentra una monarquía, el mundo que se acaba. Se manifiesta en favor de la república, pero luego ve que no hay manera de que se dé el deseado giro hacia el liberalismo, y cree que si no se logra por las urnas, tendrá que ser por las tropas. Defendió la tiranía, aunque se alejó de ella en los últimos seis meses, después de haber aceptado un premio del régimen de Salazar. Se salvó de ser represaliado por la dictadura porque les pareció un alcohólico, un colgado al que no valía la pena meter en la cárcel”.  

       

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