'Una chaqueta tirada en el cesped' o la intimidad que cualquier ciudad quiere ocultar
Hace unos días se presentaba en Sevilla Una chaqueta tirada en el césped (Samarcanda, 2016), la primera novela -y tercer libro- del periodista Jorge Molina (Cumbres Mayores, Huelva, 1964) en la ciudad en la que lleva años viviendo. Llega con un ejemplar bajo el brazo [aunque la entrevistadora ya lo ha leído], lo firma a modo de dedicatoria y conversamos. Con bastantes dosis de sexo, cierta mala leche y una entretenida trama, para un final que él define como “impactante” [y no decepciona] para animar a terminarla, la obra sumerge en un viaje urbano al ritmo del mejor rock y power pop de los últimos años.
“La novela de una ciudad que nunca duerme. Ni despierta”. Es como se presenta su última obra, en la que es inevitable encontrar mucho de la propia idiosincrasia de Sevilla. Puedo entender que Sevilla sea una ciudad que nunca termina de despertar. Pero lo de “la ciudad que nunca duerme”… más allá de la Feria y la Semana Santa, suele ser una ciudad bastante perezosa, ¿no cree?
Bueno, no se detalla la ciudad, porque realmente puede ser cualquiera de España. Es una ciudad como tantas en Andalucía y en nuestro país, sin carácter para sacar la cabeza de la vulgaridad con medios propios, sin ayuda. Vive en un ambiente dominado por los de siempre y no da la primacía a quienes sólo tienen talento o, al menos, un mínimo de ética y de ganas, no dinero heredado o falta de escrúpulos para hacerse un hueco.
Usted ha escrito previamente la obra de marcado carácter medioambiental Doñana, todo era nuevo y salvaje y la que podríamos definir como un poco gamberra 123 motivos para no viajar a Sevilla. ¿Podemos decir que ahora se adentra en la dureza del ecosistema de una ciudad? Doñana, todo era nuevo y salvaje 123 motivos para no viajar a Sevilla
Pues sí. Siempre he leído sobre todo literatura digamos que urbana -con Paul Auster a la cabeza- y mi lugar de residencia no lo imagino fuera de una urbe. Por tanto me resulta cómodo y temo menos abordar historias marcadas por la forma de relacionarse de una ciudad, por su diversidad de escenarios, y por los personajes inequívocamente urbanos.
Por lo mismo que le decía, y pese a que usted no hace referencia en la novela a ninguna ciudad en concreto, aparecen retratados personajes de la sociedad civil, estructuras de poder y referencias a las vanidades propias de Sevilla. ¿Ha querido desahogarse con lo que detesta de esta ciudad?
Practico poco el arte de detestar, sobre todo, porque esa actitud resulta poco literaria y lo que me atrae de cada día es aquello que me sirve para luego escribirlo, pues así me ahorro el esfuerzo de inventar, tan agotador. Me muevo mucho mejor en el sarcasmo, en el humor ácido, por otra parte tan andaluz. He disfrutado muchísimo haciendo broma, con no poca mala leche, sobre los funcionarios, los periodistas, los gobernantes, también los maridos y esposas, botelloneros, o arribistas de despacho, como abogados o banqueros. Son gremios mucho más divertidos que famosetes, altos cargos o deportistas, los que copan hoy cualquier informativo.
Todos los personajes de su libro parecen marcados por una profunda insatisfacción. En todo caso, no parece una novela pesimista…
Los personajes viven con ese mínimo de felicidad que es tan de hoy, suficiente para no desesperar. Esto es de lo más normal, vamos a no engañarnos y mirarnos a nosotros mismos. Los personajes se encuentran en situación de levante en calma -como dicen en Conil- hasta que lo extraordinario ocurre -porque si no la novela no tendría gracia alguna- y viven un detonante que desata vendavales de acciones y pasiones. Es entonces cuando dejan de ser pesimistas y se enfrentan a la posibilidad de cambiar, de cumplir sueños, de ser mejores… y cada cual toma sus decisiones.
Sin embargo, todos esconden algo de lo que se avergüenzan...
Una de las tesis centrales de la novela es que no existe la normalidad. Si observas por una mirilla imaginaria la intimidad de una ciudad, una familia o una persona, aparece un rasgo monstruoso. Todos estamos marcados por algo que modula nuestro comportamiento y que sabemos que es mejor no desvelar. La novela levanta los tejados de la ciudad y nos permite ver, descubriendo lo que ya sabíamos que aparecería…
Muchos de ellos, por no decir todos, encuentran en el sexo el desahogo. ¿Ha llegado a su edad a la conclusión de que es la mejor terapia?
Hay mucho sexo, sí, y explícito, aunque el guión lo exige, como se decía antes en las películas para justificar un destape. El sexo aparece en la novela con sus dos caras. La de mera vanidad, caza cobrada, lujuria y lucimiento social; y como vía para una redención personal urgente. De hecho, algunos protagonistas de la novela, creen -con razón- que una sobredosis de sexo les puede reavivar. Y se ponen a ello.
Entre los personajes hay también un alcalde de ética muy dudosa. ¿Ha perdido la confianza en los políticos después de tantos años trabajando con ellos?
Después de muchos años de trabajar con cualquier gremio, tu confianza baja siempre hasta encender el piloto rojo del descreimiento. Yo he conocido muchos gremios, muchos ámbitos sociales y profesionales, y por ninguno pondría la mano en el fuego. No confío más en los periodistas que en los políticos, aunque tengo más simpatía por el canalleo típico de mi gremio, llámelo deformación profesional. Tampoco creo que sean trigo limpio -excepto los que me lo demuestren- los abogados y su fontanería para sacar tajada de la justicia; o los funcionarios, esa casta inamovible y desayunadora; y qué decir de la juventud, de la que estoy harto de oír que es la mejor preparada de la historia, maravillosa memez cuando resulta evidente que están mucho peor preparados -y muchísimo más consentidos- que otras generaciones, por ejemplo, la mía.
Dentro del paisaje que retrata de la ciudad, tiene mucha presencia la botellona. ¿La ha practicado o la ha sufrido como vecino y/o ahora como padre?
La botellona nace como fórmula de ahorrar dinero y es hoy una forma de convivencia muy propia de la generación mejor preparada y tal y cual. Es decir, bebamos y riamos, que aunque la cosa está muy mal vivo en la casa paterna. De manera que la botellona es una opción natural si piensas así, qué duda cabe. He llegado a oír la queja en la tele de un chico de 23 años porque era ya licenciado y no tenía vivienda propia. Eso sí, no paran de viajar a absurdas ciudades sólo porque hay un vuelo muy barato, y luego lo cuentan en la botellona.
Ha elegido para el título un verso de Braulio Ortiz Poole, ¿por qué éste en concreto?
Fue de verdad una iluminación. De repente caí en que una chaqueta arrojada en el césped representaba una imagen que enseguida se asociaba a que algo había ocurrido -bueno o malo, crisis o sexo- al punto de abandonar esa prenda tan formal de cualquier manera para atender la urgencia. En la novela la veintena de personajes detonan sus vidas, se cruzan entre ellos de forma imprevista, y el final es un remate explosivo en el que todos se ven involucrados.
La música es muy importante en el libro, ¿cómo definiría esa banda sonora?
En efecto. El rock and roll y sus derivados me acompaña desde que en 1980 escuché el Sound effects, de The Jam. La energía de esa música, la forma de ser que lleva implícita, esa actitud vital, es parte de mí, y de mi literatura. En la novela se citan canciones, y animo a que escuchen en Spotify la lista de temas que he colgado bajo el nombre de Una chaqueta tirada en el césped. Es un destilado sensacional, mucho mejor que el libro, del mejor rock y power pop de los últimos años. Nadie, nadie, que esté con el ánimo bajo debe dejar de pincharlo.
Periodista de prensa, de gabinete, asesor de cargos públicos, guionista… De todas estas facetas suyas, ¿cuál cree que es la que más le ha aportado para la novela?
La de periodista. Pero no tanto por la trama, que bebe de todas mis experiencias vitales, también las personales a veces, como por la forma de escribirlo. Yo no hago reflexiones previas sobre el lenguaje a utilizar y cosas así de sofisticadas -lo cual admiro de algunos escritores con capacidad para realizarlas-, sino que paso a narrar hechos y personas, de una forma directa, periodística, intentando que los sucedidos digan más que los pensamientos. Describiendo escenarios, ropas, formas de vivir. Entro en puticlubs y clubs de la burguesía agraria; capillas cofrades y chalés de venta de coca; bares de estudiantes y restaurantes de lujo.
Su obra literaria no se puede definir como homogénea.
Salvo por su alta calidad [ríe]. Me aburre tanto repetirme… me pasa con el trabajo también y con otros aspectos que mejor no detallar. Mi primer libro, 123 motivos para no viajar a Sevilla, fue un ensayo con forma de guía en el que despellejaba con todo cariño a la ciudad que me acoge desde 1982. En Doñana, todo era nuevo y salvaje, ejecuté un género entre la novela y el reportaje. Los dos libros los recuerdo con cariño, y, además, se vendieron lo bastante bien como para que las editoriales ganasen dinero.
¿Cómo nació esta novela?
En 1998 escribí por diversión un relato localizado en un adosado, que entonces se imponía como forma de vida guay y a mí me parecía algo del todo extravagante, eso de coger el coche para comprar pan o ir al bar. Era un relato de la barbacoa de dos matrimonios que se acaban de conocer y quieren hacer migas. Hace cuatro años decidí continuarlo, y se convirtió en un auténtico río de hechos y personajes. Un crítico me ha dicho que si en vez de 300 llego a 500 páginas estaríamos hablando de una novela rusa. El relato empieza en un adosado, y termina en él de una forma sorprendente, impactante: animo a terminarla, creo que la sensación que deja es fuerte.