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Memoria de Eduardo Abad, el fotógrafo que hizo mejores a sus compañeros

El ya fallecido fotógrafo de Efe Eduardo Abad, en el centro de la imagen, arropado por sus compañeros de profesión.

Alejandro Luque

13 de febrero de 2022 14:30 h

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Pocos suscitaron un cariño tan unánime. Y probablemente nadie dejó una huella personal tan honda en su profesión, el fotoperiodismo. Eduardo Abad, reconocido profesional de la agencia Efe, falleció en enero de 2020, pero su memoria sigue muy viva, y sus enseñanzas siguen sirviendo de provecho a quienes compartieron con él la faena diaria de informar con imágenes. Prueba de ello es el hecho de que el pasado fin de semana se haya rotulado una calle con su nombre en la localidad sevillana de Tomares, donde vivió, así como una retrospectiva en la Sala de Exposiciones del Ayuntamiento.

Madrileño de 1952, a Abad se le consideraba sevillano desde 1984, cuando llegó a la capital hispalense. Había comenzado su andadura en Madrid con 14 años en la Agencia Hispania Press, desde donde dio el salto a Europa Press. Pero fue en Sevilla donde logró hacer valer su talento y su personalidad, tanto como fotógrafo como responsable del departamento gráfico de Efe en Andalucía, cargo que asumió en 2002. Baste decir que entre sus alumnos aventajados figuró Emilio Morenatti, premio Pulitzer.

Pablo Juliá, colega en el diario El País, recuerda con una sonrisa el afán competitivo de Abad, que llegó a ser dos veces premio Andalucía de Periodismo: “Siempre buscaba meternos el gol, porque era lo que la agencia le pedía. Y eso nos puso a todos los demás muy alerta, nos exigió dar lo mejor de nosotros mismos para que nuestros periódicos no prefirieran sus fotos a las nuestras”, recuerda. “Por otro lado, él era muy profesional y siempre daba contexto con sus imágenes. Yo podía perderme por las lunas de Valencia, pero Eduardo siempre iba al grano. Decía que una foto no debía necesitar más que la fecha y el nombre de las personas que aparecieran en ella. Si hacía falta más, no servía”.

Piques sanos

Juliá recuerda esos piques sanos –“Comparábamos y bromeábamos para acabar diciendo: a mí me gusta más la mía”– junto a las aventuras que compartieron en épocas muy distintas al presente del periodismo. “Una vez contratamos juntos una avioneta para ir a Melilla, y el único compromiso de pagar a medias lo sellamos en una servilleta. Al final no hizo falta, porque la factura la acabó pagando El País, pero dice mucho de la confianza que había entre nosotros, y la que nos daban nuestros medios”. Todo ello contribuyó a crear buen ambiente en el gremio, donde nunca faltó el buen humor: “De vez en cuando se metía conmigo, me decía, ¡a ver si te crees que eres alguien porque tengas tantos seguidores en Facebook!”.

Lo del buen humor lo confirma otro veterano del fotoperiodismo, Luis Serrano. “Yo suelo decir que la gente que se ríe bien es buena gente, y Eduardo reía a mandíbula batiente”, recuerda. También él se puso las pilas cuando entendió que Abad había subido el listón para todos. “Teníamos siempre un ojo puesto en el lugar donde se colocaba, porque ahí estaba la foto. Era un currante que nos enseñó que los dientes de este oficio se echan en la calle, estando cada día al pie del cañón”.

Serrano recuerda también que no había un consejo de Eduardo Abad que no valiera su peso en oro. “Una vez me contrataron para cubrir una visita de la Casa Real, y fue él quien me advirtió de que tenía que llevar chaqueta y corbata. ¿En serio?, le pregunté. ‘¡Claro! Luego sales en la tele al lado del rey, y tienes que aparecer decoroso’, me explicó”.

Otro compañero, José Antonio García Cordero, recuerda que en sus primeros trabajos se encontraba en las obras de la Expo, al pie de lo que sería el Puente de la Barqueta, un día de lluvia torrencial: “Eduardo me sacó de allí con el coche y se lo llené de barro”. Ahí empezó una amistad en la que Cordero aprendió muchas cosas, entre ellas “que en prensa hay que ser profesional y ecuánime independientemente de la ideología. Por eso tenía el respeto de unos y otros. Llegamos incluso a tener entre los foteros discusiones sobre qué era ético y qué no, y Eduardo siempre sentaba cátedra”.

'Ni un fotero sin su foto'

Pero quizá la pequeña gran revolución que promovió Abad entre los foteros fue la que se resumía con el lema ‘Ni un fotero sin su foto’. “A pesar de la mencionada competitividad, si un compañero se había quedado sin la foto porque había tardado en aparcar o por lo que fuera, se le facilitaba el trabajo. Él incluso llegó a prestar el telefoto para enviar imágenes, algo que no hacía nadie”, apunta Juliá. Serrano destaca ese gesto de generosidad “en la época en que pasarte una foto era darte un negativo”.

“Siempre le gustaba quedar primero en la competición, tenía una concentración altísima”, dice Fernando Ruso, “y cuando lo veías marcharse con aquella sonrisa significaba que sabía que se había llevado la foto, y era raro el día que no lo lograba. Y casi siempre se la llevaba. Sin embargo, después de quedar primero simpatizaba con el segundo, el tercero y el cuarto”.

No acaba ahí la legendaria camaradería de Abad. Ruso atesora una anécdota elocuente en ese sentido: “Cuando llegué a Sevilla a finales de los 90, me tocó una guardia en los juzgados de Sevilla. Nos juntamos una corte bastante llamativa, unos diez compañeros, entre ellos el compañero de la agencia Efe. El caso es que Eduardo se encajó a las tres y media de la tarde en el lugar con una bolsa llena de bocadillos para todos los que estábamos allí. Sabía que estábamos allí desde las nueve de la mañana, que llevábamos todo ese tiempo sin comer nada, porque de guardia no te puedes quitar de en medio ni para desayunar. Así era Eduardo”.

Humildad e ilusión

Otro de los jóvenes, Pepo Herrera, dice su gran lección fue “no conformarnos con la foto fácil, intentar siempre buscar un punto de vista diferente. Con él al lado había que currárselo mucho. Y al mismo tiempo, tenía una humildad increíble. La primera vez que coincidí con él yo ni siquiera trabajaba en prensa todavía, estábamos haciendo fotos de un eclipse solar con el giraldillo. Yo iba con una camarita pequeña y él con una barbaridad de cámara, una F4 o una F5 con un 300 mm, y recuerdo que me dijo: ¿Tú crees que va a salir algo de esto? Yo creo que no va a salir nada. Y luego hizo un fotón tremendo, claro. Él decía que se aprendía de todo el mundo, del que acababa de entrar en la profesión. Por eso era tan grande, porque aprendía todo el tiempo. Ha sido un privilegio poder trabajar codo con codo con él”.

Laura León, de la misma quinta que Ruso y Herrera, recuerda que fue “la última en llegar. Tuve varios maestros, pero todos éramos conscientes de que Eduardo era el maestro de los maestros. Más que enseñanzas técnicas, lo que nunca voy a borrar de mi cabeza es algo que pensaba cuando estaba con él: ojalá tenga yo siempre la motivación y la energía que este hombre tiene. Hasta el último día de trabajo se mostró como el primero, era un niño con zapatos nuevos. Siempre lo daba todo, siempre tenía una razón para la alegría y para la ilusión. Y esa es la mejor de las lecciones. Es algo que no he visto en casi nadie”.  

El alcalde de Tomares, José María Soriano, fue el encargado de descubrir la placa de la calle que a partir de ahora llevará el nombre de Abad en presencia de su viuda y sus hijos. Por su parte, la muestra Eduardo Abad. Fotógrafo está compuesta por 40 fotografías suyas, fechadas entre 1985 y 2012, que se podrá visitar desde el 11 al 28 de febrero. Se trata de la misma muestra que se le dedicó en Sevilla en 2018, y que el propio homenajeado pudo inaugurar arropado por los suyos.

“Los fotógrafos de agencia son una raza aparte en la tribu fotoperiodística. Teniendo que ser humildes y objetivos, encima deben garantizar una solvencia absoluta: ellos son los que nunca pueden fallar”, subraya Juan Mari Rodríguez en su doble condición de redactor y fotógrafo. “Además, deben renunciar a cualquier pretensión de excesiva autoría y asumir el casi anonimato de diluir tu nombre en el mayestático nombre de la agencia. Viendo sus imágenes, noto que Eduardo debió fotografiar con asombro una Andalucía que le sorprendió. La emoción del homenaje que la tribu le rindió en vida le iluminó el rostro con una ilusión casi infantil que la enfermedad no pudo robarle”.          

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