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ENTREVISTA
Director del Programa de Conservación del Lince Ibérico en Andalucía entre 2001 y 2019

El aviso del biólogo que orquestó el milagro del lince: “No podemos echarnos a dormir porque ya tengamos 2.000”

Miguel Ángel Simón en un acto con escolares con una careta de lince.

Antonio Morente

11 de agosto de 2024 21:19 h

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La noticia se conoció el pasado 20 de junio: el lince ya no está en peligro de extinción, aunque mantiene la categoría de “vulnerable” en la Lista Roja de Especies Amenazadas que elabora la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). La buena nueva es el resultado de dos décadas largas de esfuerzos para salvar a un animal único, un trabajo de muchos que le tocó coordinar al biólogo Miguel Ángel Simón (Jaén, 1954), que a principios de siglo puso en marcha el programa de conservación y lo dirigió hasta su jubilación en 2019. Tras pasar por el parque natural de Cazorla, Segura y Las Villas, fue en 1997, ya como director del parque natural de la Sierra de Andújar, cuando empezó a notar que debían quedar muy pocos linces. 

¿Cuándo se fue consciente de que el lince se extinguía?

En los años 80, Miguel Delibes y Alejandro Rodríguez hacen un censo a través de encuestas y se estima que hay una población de 1.100 individuos. Después de eso vivimos felices, porque parecía que no había problemas, hasta que a finales de los 90 Ecologistas en Acción da la voz de alarma y dice que la situación es grave. En 2001 la Junta de Andalucía puso el dinero para un censo sistemático, creíamos que habría al menos 500, pero nos salió que sólo quedaban 94 repartidos en dos zonas: 54 en Andújar y 40 en Doñana. Nos quedamos muertos con el dato.

¿Ahí fue cuando la UICN lo declaró en peligro de extinción?

La UICN promovió un seminario en Andújar en 2002 donde nos vino a decir que el lince no se podía extinguir, que esto era la Unión Europea y España uno de los países más modernos y ricos del mundo, que esto no podía ser. Apretó mucho, y eso ayudó bastante. A partir de ahí, apoyé que la recuperación se hiciera con proyectos LIFE porque permitían recibir fondos europeos pero también tener socios, algo que con una iniciativa propia de la administración no era posible. Y para el lince teníamos que buscar el apoyo social, estuvieron implicados desde los ecologistas a asociaciones de caza y propietarios de fincas, porque la mayoría de los que quedaban estaban en cotos privados.

¿El primero proyecto LIFE fue un poco a la desesperada?

El primero fue básicamente para evitar la extinción. Un investigador de la Estación Biológica de Doñana, José Antonio Godoy, hizo análisis y comprobó que la variabilidad genética era mucho mayor en Andújar que en Doñana. Así que capturamos linces en Andújar para hacer una reserva genética por si las cosas salían mal, además de empezar con la cría en cautividad. Así, para 2006 logramos duplicar la población, por lo que el siguiente LIFE fue para reintroducirlo.

Para adaptar a las crías simulamos un entorno natural incluso con mala leche, con condiciones duras. La teoría era que si nos pasábamos de rosca, siempre les podíamos dar de comer

¿Eso era ya más fácil que la primera fase?

Pues no, porque no había experiencia en el mundo de reintroducción seria de felinos. Lo primero era elegir bien el territorio, porque el lince necesita 500 hectáreas con una media de dos o tres conejos por hectárea. Al principio estábamos muy temerosos, tardamos dos años en seleccionar el área de reproducción tras un barrido por toda Andalucía porque debía reunir varios requisitos: calidad del hábitat, que hubiese conejos, que no fuera una zona de atropellos, que hubiera un apoyo social... Al final elegimos una en Córdoba (Guadalmellato) y otra en Jaén (Guarrizas), donde soltamos linces que no eran del programa de cría en cautividad aunque ya teníamos cachorros, pero todavía no estaban preparados. Vimos que se reproducían y que la cosa funcionaba bien.

¿Y cómo se preparaba a un lince para esto?

Pues tenía que aprender a cazar, para eso les cambiamos el conejo doméstico por el de monte, para que les resultara más difícil cogerlos. También tenían que tenerle miedo al hombre y no asociarlo con la comida, así que para las crías simulamos un entorno natural incluso con mala leche, con condiciones duras. La teoría era que si nos pasábamos de rosca, siempre les podíamos dar de comer. Y la verdad es que salieron bien graduados, ninguno se nos murió de hambre.

¿El siguiente paso fue ya el de la expansión fuera de Andalucía?

Sí, eso fue ya con el tercer LIFE, que coincide con que la UICN pasa al lince de la categoría de en peligro de extinción a 'sólo' en peligro. Ahí se dio el salto a Extremadura, Castilla-La Mancha y Portugal, era el momento de ampliar lo que habíamos aprendido en Andalucía, un trabajo que fue un éxito porque se hizo de manera muy minuciosa. Con esta expansión, además, el intercambio genético se empezó a hacer de manera natural.

Contado así, no parece que hubiese muchos problemas con el programa...

Pues sí que los hubo, porque en 2008 hubo un episodio grave de leucemia felina en Doñana, se nos murieron 14 de 40 linces, un desastre, además en una población que no terminaba de levantar cabeza. Los que murieron fueron machos y además con las hembras en época de celo, así que soltamos machos que trajimos de Andújar y aquello empezó a crecer: la genética era lo que impedía el crecimiento de la población de Doñana.

¿Ese fue el momento más crítico de todo el programa?

Es que Doñana es una caja de resonancia enorme, todo lo que ocurre aquí se magnifica. Yo pensé que de esta nos mataban, llegaron a pedir mi cabeza. Como no sabíamos cuántos tenían leucemia, nos pasamos meses persiguiéndolos a todos para capturarlos y comprobarlo. Al final el foco estaba muy localizado en la zona de Matagorda, cerca de la aldea de El Rocío, pensamos que el problema venía de gatos domésticos que la gente soltaba allí y que los linces se contagiaron cuando se los comían. Lo pasamos muy mal, fueron meses en los que no me llegaba la camisa al cuerpo.

¿Por dónde pasa ahora el futuro del lince?

Por conectar de forma natural los núcleos de población para que haya un intercambio, para eso hay que facilitar zonas intermedias para que vayan saltando. Y que haya conejos, el problema es que hay pocos porque ha sufrido dos enfermedades hemorrágico-víricas tremendas. La primera fue en los 80, y cuando se estaban recuperando y adaptando, en 2012 mutó. El miedo es ese, que vuelva a haber una mutación que se cargue a los conejos, y el lince es especialista al 90% en conejos, está superespecializado porque antes lo tenía en abundancia.

El lince no le quitó dinero a los parados, al revés, con esta inversión se crearon puestos de trabajo aquí

¿El conejo entonces es la clave?

Cuando daba charlas siempre decía que del lince iba a hablar poco, que en verdad de lo que iba a hablar era de conejos. Con los LIFE pusimos tantas medidas para el conejo que hasta Bruselas nos preguntó que qué era esto si el objetivo eran los linces. Por eso hace falta un programa nacional del conejo, para hacer un seguimiento fino que detecte los problemas antes de tiempo. No podemos echarnos a dormir porque ya tengamos 2.000 linces, hay que continuar con el esfuerzo.

El proyecto para evitar la extinción también tuvo sus detractores, que criticaban que se gastaba demasiado dinero...

Eso lo que demostraba era el poco conocimiento que tiene la gente de cómo funciona la administración. No hay una bolsa única de la que sacas el dinero, hay partidas presupuestarias y si no se hubiesen empleado en esto los fondos habrían ido para ayudar a otro animal. El lince no le quitó dinero a los parados, al revés, con esta inversión se crearon puestos de trabajo aquí. Es verdad que hay que compaginar la conservación con el desarrollo económico, no podemos quitar una carretera porque haya linces, lo que habrá es que mejorarlas y evitar puntos negros de atropellos.

¿Mereció la pena pese a los sofocones?

Absolutamente, en realidad no hubo momentos demasiado duros porque la cosa funcionó bien desde el principio. Lo que había era preocupación, aunque es verdad que nos asustamos mucho al principio porque parecía que desaparecía, también fue complicado cuando el brote de leucemia felina. Pero lo importante es que salió bien y que la gente entendió que el lince ibérico es un patrimonio natural único nuestro, que se extinguiera era como tirar la Mezquita de Córdoba.

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